jueves, 18 de agosto de 2011

“Lo dijeron en Internet”

Julio Martínez Molina

“Allá eso es lo último” devino frase común entre las personas dedicadas a traer mercadería textil desde el extranjero, para revenderla aquí. Actividad solo posible de mantener dadas las falencias o lagunas de la comercialización nacional, la limitada opción de vestuario presente en las tiendas recaudadoras de divisas y la alta carga impositiva de los artículos expendidos en estos establecimientos. En realidad lo promocionado por los “viajantes de la moda”, ni es lo último, ni lo mejor, ni nada parecido. Al revés. Son tan solo cosillas tomadas a precio de remate en el exterior, productos de tercera; en muchos casos pasados de moda -o a punto de hacerlo. Adquiridos al por mayor en “pulgueros”, o en el área de rebajas de las grandes tiendas.
A esa frase, tan escuchada hoy día, debe dársele el mismo crédito que a esa otra no menos socorrida muletilla: “lo dijeron en internet”.
Uno la escucha para automáticamente crisparse, dado el potencial de inmadurez, ingenuidad e ignorancia subyacentes tras dichas cuatro palabras.
Es verdad: la telaraña mundial de la información -cuerdo no estaría quien lo dudase-, representa una de las maravillas del mundo moderno. El caudal de textos (para hablar solo de documentos) acumulado en sus billones de sitios es tal que, ni multiplicando por mil toda la literatura impresa desde Gutenberg acá, sería capaz de sobrepasar lo publicado siquiera un segmento de ese colosal cuerpo gnósico sometido a la inexorable regla de indexación del espacio digital. En el ciberespacio son puestos en circulación estudios excepcionales de las ramas literaria, artística, científica. Y en diversas webs es posible hacerse con las novelas, cuentos o ensayos de los autores más influyentes, desde la Antigüedad hasta ayer. Las publicaciones impresas de mayor prestigio en sus campos reproducen parcial o totalmente sus contenidos de forma semanal o mensual. Para quien tenga afán, real, serio de conocimientos, Internet podría convertirse en la fiesta constante, la alegría permanente del gozo intelectual. Ni a los más retrógrados se les ocurriría negarlo; ni desbarrar sobre esa geografía de confluencia de los muchos saberes sedimentados por la especie. 
Ahora, ¿qué ocurre, dónde está el pero?…. Pues bien, toda esa panacea arriba subrayada anda constreñida a un 15 por ciento del material de la red. El otro 85 queda limitado a viruta, comején, chisme y mentira. Campea lo último, en virtud de un aparato internacional mediático sujeto a gran escala a la propalación e imposición del discurso hegemónico suscrito por los intereses de grandes grupos de poder, que son dominados o en algunos casos incluso dominan a los sistemas imperiales de Occidente.
Hallar lo real, pues, en medio de tal marabuzal, pasa por pertrecharse de una sólida conciencia cultural e ideológica construida sobre la base del estudio, la observación y el análisis. En la red no puede “paracaidearse” como un neófito, porque de lo contrario tal posible receptor pasivo e ingenuo quedaría irremisiblemente abroquelado entre los fórceps de la zanahoria política, el sofisma continuado con la intención goebbeliana de convertirlo en verdad…  Resulta  imposible en un comentario de prensa deconstruir el envés de la herramienta, por lo tanto solo limitaremos cuanto resta del texto a reflejar el escenario de lo proclive a ocurrir cuando esta es mal usada (producto de la falta de habilidades del incursor, o la ausencia de brújulas conducentes a una “navegación” desorientada como resultado de búsquedas sin objetivos ni apelaciones claras de los resortes de trabajo a activar en tal faena).
Por las limitaciones derivadas de las acciones del bloqueo norteamericano a la Isla -las cuales deberán resolverse de forma progresiva a través de la paulatina entrada en funciones del cable de fibra óptica que nos enlaza con Venezuela-, la magnitud poblacional en uso de la tecnología de marras resulta limitada todavía en Cuba. Aunque, ya sea por la vía de los Joven Clubs de Computación, universidades o centros laborales que cuentan con ella, numerosas personas (la mayoría jóvenes) consumen material de diverso género proveniente de la World Wide Web. Es harto bueno, estimulante que eso pueda acontecer. En cada parcela del saber.
Hasta a aprender se aprende, y solo mediante el uso constante de la herramienta muchos de quienes estampan sus primeros pasos llegarán a dominarla, apreciarla y conocer sus cumbres, ciénagas y triángulos de las Bermudas. Sin embargo, no pocos de los que se adentran sobrepasan el deslumbramiento del novato. No llegan a superar los titulares de Yahoo, las fotitos de tal página, o las búsquedas garantizadas solo al antojo de San Google. De modo muy escaso se remiten directo a las páginas especializadas.
Lo más duro: varios creen, santifican y hasta arguyen como sagrada cualquier “información” vertida allí. Cierta vez intenté explicarle a un aguzado informático (maestro en lo suyo, aunque carente en materias político-culturales) cómo el navegante debe forjarse un herramental teórico y poseer esa tan ansiada “cultura general integral” para examinar, desentrañar e incluso jerarquizar los intereses temáticos. Hasta el día de hoy el camarada guarda el enfado.

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