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jueves, 15 de mayo de 2014

Áreas de formación y clímax de ciclones tropicales migran poco a poco hacia los Polos

Distribución global de los ciclones tropicales en su fase de mayor intensidad entre 1982 y 2012.
Alicia Rivera

Muchas regiones del planeta, especialmente en el Pacífico y en el Índico, que solían estar a salvo de los devastadores efectos de los ciclones tropicales, tienen cada vez más riesgo de ser asoladas periódicamente por estas gigantescas tormentas especialmente intensas. El tifón Haiyan (2013), o los huracanes Katrina (2005) y Sandy (2012) son dramáticos ejemplos.
Desde hace 30 años la actividad de los ciclones tropicales se está desplazando desde la banda tropical hacia los polos al ritmo nada despreciable de algo más de 50 kilómetros por década (53 y 62 kilómetros en los hemisferios Norte y Sur, respectivamente). A la vez que la fase de máxima intensidad de las tormentas migra hacia latitudes altas y amenaza a las zonas costeras allí, el riesgo puede ser menor en las regiones tropicales que tradicionalmente soportan tifones y huracanes.

Pero este potencial alivio puede a la vez convertirse en un problema ya que estas tormentas de vientos huracanados y generadoras de inundaciones son clave para alimentar las reservas de agua en esas regiones.
Pese a que hay muchas incógnitas aún acerca de los mecanismos y la futura evolución de esta migración de los ciclones, los científicos constatan que el fenómeno coincide con la conocida expansión de los trópicos hacia los polos, fenómeno que se ha relacionado, al menos en parte, con el cambio climático inducido por la actividad humana. “Ahora que vemos esta clara tendencia, es crucial comprender sus causas de forma que podamos anticipar qué va a ocurrir en los próximos años y décadas”, señala Gabriel Vecchi, científico de la Agencia Nacional de Océano y Atmósfera (NOAA) estadounidense.
Vecchi y su colega de la NOAA, James Kossin, y Kerry A. Emmanuel (científico del Instituto de Tecnología de Massachusetts), han analizado la tendencia de los ciclones tropicales localizando dónde alcanza cada uno su máxima intensidad. Así han descubierto el proceso de migración hacia latitudes cada vez más altas. Y este desplazamiento, afirman en su artículo en la revista Nature, “puede relacionarse con la expansión tropical que se considera tiene una contribución antropogénica”.
Las tormentas tropicales intensas o ciclones (denominados tifones en la región del Pacífico occidental y huracanes en el Atlántico) son fenómenos que se originan en condiciones de bajas presiones, altas temperaturas del agua oceánica, máxima humedad y no mucha diferencia entre las velocidades del viento en la baja y alta troposfera. Los requisitos para su formación se dan precisamente en los trópicos y se desarrollan y desplazan alimentados por el calentamiento del agua del mar, por lo que se desvanecen al poco de llegar a las regiones costeras, donde producen, al entrar, daños devastadores sobre todo si la población no está preparada y protegida. Estas condiciones imprescindibles impiden que el desplazamiento hacia los polos observado continúe indefinidamente, señala Hamish Ramsay, experto de la Universidad Monash (Australia), al comentar el trabajo de Kossin y sus colegas. Sencillamente llega un momento en que el régimen de vientos y la esencial temperatura alta del agua (unos 26 grados) impiden la supervivencia del ciclón tropical, a no ser que se den “cambios no plausibles de las restricciones físicas fundamentales en la circulación atmosférica, como la tasa de rotación de la Tierra”, ironiza Ramsay.
Pese a que los ciclones tropicales se conocen bien y se observan y vigilan perfectamente, lo que facilita la alerta para que las zonas de riesgo puedan prepararse, en la investigación del cambio climático vienen siendo una pesadilla, hasta el punto de que en el último informe (AR5) del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas se clasifica con un “nivel de confianza bajo” la predicción para el futuro de una mayor intensidad de la actividad de estos fenómenos. Un problema es que su frecuencia es relativamente baja como para poder discernir claramente una tendencia en las décadas recientes, en las que se tienen datos precisos sobre los ciclones.
“Hace falta investigar más y a más largo plazo para poder determinar si el desplazamiento hacia los polos de la máxima intensidad de los ciclones puede ser relacionada con la actividad humana”, advierten ahora muy prudentemente los investigadores de la NOAA. Y el fenómeno no es uniforme, según los resultados de Kossin, Emanuel y Vecchi, con la máxima migración observada en los últimos 30 años en el Pacífico Norte y Sur, así como en el Índico, mientras que no se observa esta tendencia en el Atlántico.
“Los hallazgos de Kossin y sus colegas aportan conocimiento sobre la respuesta de la actividad global de los ciclones tropicales al cambio climático”, señala Ramsay. Sin embargo, añade, quedan pendientes de respuesta cuestiones clave, como si los futuros cambios en los patrones de vientos harán que los ciclones se acerquen más o se alejen de las costas; qué mecanismos concretos están provocando la expansión tropical y cómo encaja esto con los factores conocidos que modulan la intensidad de los ciclones tropicales.




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