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lunes, 5 de septiembre de 2011

Levantamiento de Cienfuegos: Tienen la palabra los protagonistas de la hazaña

Protagonistas de la hazaña del 5 de
septiembre de 1957 en Cienfuegos.
Andrés García Suárez  

Centenares de protagonistas del levantamiento popular de Cienfuegos pueden contarnos lo sucedido hace 54 años. Pero no sólo ellos, los actores directos, todos los cienfuegueros nacidos hace seis décadas pueden hacerlo, porque de una manera u otra resultaron intérpretes de tal acontecimiento, aún siendo niños.  De muchas versiones está empedrado el camino… de la historia humana.
Eusebio Leal lo ha expresado con su sapiencia: “La historia es la memoria, no puntillosa y exacta, no el calco de los acontecimientos, sino su evolución en el tiempo”. Y Fidel le ha confiado al intelectual nicaragüense Tomás Borge que: “Las historias conocidas son aproximaciones”.
Para llegar a éstas en el transcurso de más de cinco décadas, hemos conversado (que es más que entrevistar)  con varias decenas de hombres esenciales de los sucesos, y ello nos confirma que la historia política es también parte cardinal de la memoria espiritual de los pueblos.
De todos modos, este es un largo viaje inconcluso. No está terminada, ni lo estará nunca, la indagación del pasado que es como un árbol que crece constantemente, con raíces bien afincadas en terreno fértil, con tronco, ramas y hojas perennes de diversas formas, bordes, lóbulos, disposiciones e inserciones; malas hierbas rodeándolo, y flores y frutos.
Vamos ahora, con la palabra de los protagonistas, a adentrarnos en lo real sin perder lo maravilloso de los relatos. Presentamos aquí sólo algunos atisbos del tema, como un anecdotario íntimo, con sus destellos humanos, sus emociones y sus leyendas, de las  cuales también se nutre la memoria de los pueblos, sobre todo cuando se trata de decir de aquellos a quienes se ama y agradece.

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Comenzaba a  amanecer el jueves 5 de septiembre de 1957 y se inicia la epopeya con la entrega de armas a los combatientes del Movimiento que llegan desde sus acuartelamientos o directamente de sus hogares. Después vendrían también los hombres humildes del pueblo a pedir armas para pelear contra el tirano. ¡Y las recibirían! ¡Y pelearían! Y a las seis y media, comenzarían a llegar los marinos y oficiales que duermen fuera del Distrito Naval. En las postas les hicieron una pregunta fundamental que entrañaba una definición, un momento sublime en cada  persona: ¿Con la Revolución o con la dictadura?...
Entre los recién llegados estaba el camarero del Distrito, Julio Calle.  Así lo recuerda:           
“Apenas unas horas pude descansar en mi hogar la madrugada del 5 de septiembre, después de jornadas extenuantes para servir a la oficialidad en las festividades por el aniversario del primer golpe de Estado de Batista el 4 de septiembre de 1933.  Me levanté a duras penas a las seis menos cuarto y a las 6:30 a.m. estaba frente a la entrada de Cayo Loco.  Con las secuelas de la dura jornada previa y la mala noche, sentí como algo raro en el ambiente, pero se lo achaqué a eso. Era una sensación extraña y tensa, y cuando me enfrenté a la Posta Uno, la  inesperada orden de ¡Alto! me paró en seco.
- ¿Con la Revolución o con la dictadura? / fue la pregunta que surgió desde la garita.
“Muchos pensamientos pasaron por mi cabeza en un instante. Comprendí que de mi respuesta dependía el futuro de mi vida y de muchas cosas valiosas, y tasé el peligro de aquel paso. Pensé en mi familia, en la tradición marinera de ella, pero sobre todo pensé en Cuba y cuánto estaba sufriendo la población, en lo que era mi patria y en lo que yo quisiera que fuera. Llené bien de aire mis pulmones y de mi convicción más que de mi garganta surgieron tres palabras de las que me enorgullezco: ¡Con la Revolución!... Fue casi un grito de rebeldía, la respuesta oral a un sentimiento guardado, reprimido por mucho tiempo. Al traspasar el umbral de esa posta que daba entrada a la Historia, me sentí esperanzado y feliz…”.
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Incertidumbre es la palabra adecuada para expresar el sentimiento de angustia y desesperanza de quienes buscaban a un familiar.  Lo sabe muy bien Elpidio, hermano del marinero Rubén González Aguiar. Aquel relata:
“Yo trabajaba en el hotel ‘La Unión’ por la fecha del 5 de septiembre de 1957. Cuando comenzó el alzamiento  continué en mi puesto y a media mañana recibí un aviso de que mi hermano Rubén estaba en la calle, en las acciones contra la tiranía. Yo sabía que no era afecto a Batista, por eso consideré que estaba involucrado en la sublevación. Me desesperé cuando supe que estaba combatiendo, porque como en el hotel estaba el Puesto de Mando de los esbirros yo los oía comentar sobre las fuerzas que venían. Traté entonces de ver a un pariente nuestro, sargento del Ejército, quien quería mucho a Rubén, para que tratara de verlo y salvarlo. Entonces recibí un aviso de que mi hermano estaba en el colegio San Lorenzo, frente al parque Martí, pero por allí era imposible pasar, ni por los alrededores.
“Cuando sentí el ametrallamiento y el cañoneo supe que lo asesinarían. Traté de calmar a mis sobrinas, sus hijas, que al escuchar el cañoneo, gritaban: ¡Ahora sí, ahora sí lo mataron!... Trataba de consolarlas, y yo mismo no podía calmarme. Salí de nuevo a ver si veía al sargento. Pasé muchos atropellos de la turba de soldados llegados de todas partes. Encontré al pariente en un portal próximo al cuartel.  Estaba cabizbajo, no sabía nada de Rubén ni de su suerte, aunque la sospechaba. Me dijo que los soldados provenientes de otras provincias eran unos asesinos sin escrúpulos y casi todos estaban borrachos.
“Por la madrugada pasó por mi casa y nos abrazamos todos llorando cuando nos dijo que Rubén estaba entre los muertos. Él no quería regresar al cuartel, lloraba como un niño, igual que nosotros, porque quería a Rubén como a un hijo. Por fin se recuperó y salió. Cuando lo hizo lo vi transformado, agresivo… Al gestionar ante el comandante del cuartel del Ejército, Eugenio Fernández, la recuperación del cadáver, y decirle que yo era hermano de un marinero muerto, su reacción instantánea fue sacar la pistola y apuntarme. Si no es por la intervención de un abogado y politiquero que me acompañaba, también me hubiera matado”.

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Aunque aquel día no se obtuvo la victoria, uno de los resultados positivos del levantamiento popular de Cienfuegos fue la enorme fisura, la división y resquemor que creó entre los cuerpos armados de la dictadura, la cual ya no pudo vanagloriarse más de la “unidad monolítica” de sus Fuerzas Armadas. Pero no fue solamente entre esas fuerzas como entidades o cuerpos, sino principalmente entre los aforados a las distintas armas, como seres humanos individuales con sentimientos y emociones. He aquí algunos ejemplos:
Cientos de cienfuegueros salieron a pedir
armas para combatir por la revolución.
El amanecer del 6 de septiembre estaba signado por la tragedia. Si no resultó mayor fue porque aún existían hombres puros. Entre 5:00 y 6:00 a.m. penetran al Distrito Naval de Cayo Loco dos camiones del Ejército, con barandas y toldos que cubren sus camas. No obstante, entre sombras se aprecia que cargan cadáveres. Hay cuerpos exánimes tirados como fardos.  En un jeep llegan jefes de las tropas. Son Ascuy y el cabecilla masferrerista Ignacio Bassols del Pozo. Se detienen ante el calabozo donde se amontonan numerosos militantes del M-26-7 que han combatido en las filas de la Revolución y han quedado desarmados y presos. Uno de aquellos combatientes, Luis García Prado, ya fallecido, relató algo confirmado por otros compañeros:
“Los esbirros del Ejército llegan y le ordenan al marinero que está de guardia ante la puerta de la celda que la abra ‘para completar la carga de esos camiones con estos h.p.’. El marinero de guardia se nombra Florentino Flores Cabeza, no se me olvidará nunca. Es una persona humana y comprende el abismo que se ha abierto entre los cuerpos del Ejército y la Marina. No se deja coaccionar y muy respetuoso, pero muy firme, le dice al militar: -un momento, señor, no tengo las llaves, voy a buscarlas. Pero lo que hace en realidad es ir a buscar al coronel Comesañas, que todavía es el jefe del Distrito (lo sustituirá al otro día el coronel Arrasola). Ese marinero sí tenía las llaves en su bolsillo, porque él era el que abría la reja cada vez que sacaban a alguien para interrogarlo. Pero va a buscar a Comesañas y este jefe llega comiéndose un sándwich y viene con dos marineros que portan ametralladoras Thompson.
- ¿Qué pasa? / pregunta mientras mastica con displicencia.
Los jefes militares le repiten con crudeza sus intenciones. Comesañas se para entonces delante de la reja, flanqueado por los dos marineros armados y señalando para nosotros, que apenas respiramos, dice:
- Esos son mis prisioneros y los entrego yo personalmente a mis superiores.
Comienza entonces una acalorada disputa entre ellos. Nosotros ni nos movíamos. Sabíamos que nuestras vidas dependían de esa discusión. Y cuando parece que la superioridad  numérica del Ejército va a vencer, Comesañas les dice:
- La fragata de la Marina tiene la orden de que si dentro de 15 minutos no recibe contraorden mía, haga fuego y acabe con todo el Ejército que se encuentra aquí en mi Base.
“Eso resolvió la cuestión a favor de la Marina. Por lo menos ese amanecer los camiones se marcharon sin completar su carga de muertos, que los íbamos a poner nosotros”.
Esos incidentes dejaron sus marcas permanentes, sobre todo porque la persecución contra los marinos y la sed de venganza no cesaron. Los centros asistenciales de la ciudad eran continuamente registrados en busca de heridos de bala, para ultimarlos. Por ejemplo, el marino conspirador Hernando Debray Fernández, herido de un disparo en una rótula durante la toma de la jefatura de la Policía Nacional señala: “debo la vida a los doctores Fernández Vila, García Ross y Blanca Torres, y a las enfermeras del Hospital Civil que me escondieron, y en la documentación aparecía que yo era un campesino al que una yegua le había dado una patada en la rodilla”.
También los marineros Raúl Hernández López y Francisco Pérez Díaz, que participaron en la misión de capturar en su residencia, al amanecer del día 5, al jefe del Ejército, acción en la que pereció su escolta, el soldado Sergio Cardentey, tienen que contar:
“La soldadesca, dirigida por el esbirro Caridad Fernández, uno de los que cumplió la orden del tirano de ‘no quiero ni heridos ni prisioneros’, nos perseguía por todas partes, incluso preguntaban por nuestros nombres y no se ocultaban para decir que era para matarnos. Por suerte eran guardias de otras provincias y de la capital y no nos conocían a ninguno de nosotros. Además, nos favoreció el hecho de que éramos familiares de altos oficiales de la Marina, basificados en el Distrito Naval, y leales al régimen, que no nos abandonaron a la deriva, y por eso nos mantenían, aunque en calidad de prisioneros, en un régimen distinto a los demás cautivos.
“Como la gente del Ejército nos estaba buscando en los calabozos, nos pusieron en el dormitorio de los oficiales y en la enfermería para éstos, pero un día nos sacaron para limpiar los escombros que rodeaban todo el Distrito. Estando nosotros en el patio en esa tarea, vemos que llega un vehículo del Ejército y sus ocupantes les preguntan a Ponce, el que estaba de escolta, por nosotros dos. Éste ni nos miró y de inmediato respondió: -no sabemos si los mataron o andan huyendo por ahí, aquí en el Distrito no están. Si Ponce no reacciona así nos matan allí mismo, porque le dijeron que vinieron a cobrarse la muerte de Cardentey”.
El levantamiento del 5 de septiembre de 1957 fue sin dudas el ansia de un pueblo que “a través de un ladrido de pistolas, quiso transformar el mal en barcos, en versos y en puertos” al decir de Maiakovski. Las tareas difíciles de hoy para mejorar nuestro Socialismo, raspando aquella costra de miasma que se pega a los cascos de los buques, son el mejor homenaje a los héroes y mártires de la Patria. Ellos están aquí a nuestro lado, como maestros que nos toman una lección de lealtad a sus mismos principios, carne y sangre de la condición humana y no enunciado teórico.
Ellos están aquí: en la evolución de su obra en el tiempo y en la evolución que advendrá. En este parque Martí y su entorno, Patrimonio Cultural de la Humanidad; en la calidad humana y la ejemplaridad de los verdaderos hombres y mujeres no contaminados con los vicios de la dura vida cotidiana en un mundo convertido en antítesis de lo que necesita la raza humana. Cuando pasemos ante estos  edificios-barricadas, templos de la cultura y el quehacer martiano, tengamos presente que a los mártires se les recuerda con la alegría de renovar constantemente su obra.
Ellos, los héroes y mártires, de ayer y de siempre, siguen a nuestro lado mientras permanezcamos fieles a su ejemplo. Estarán como un ala que invita al vuelo, como una idea que se convierte en programa de batallas; como un aliento y compromiso de cumplir cada uno con su tarea; para que sigamos con nuestro optimismo histórico y con la esperanza despierta. Ellos estarán dándonos la mano para que no tropecemos.

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