Sombrío personaje. El clásico cambia-casacas. |
Las apariencias engañan dice el aforismo clásico. Pero no se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo. De ambas sentencias de la sabiduría popular es acabado ejemplo el señor secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro.
Este personaje tuvo alguna vez credenciales democráticas y progresistas. Fue, nada menos, secretario de Relaciones Exteriores de Uruguay en el periodo presidencial de José Mujica, un respetado representante de la izquierda uruguaya, latinoamericana y mundial.
Luis Almagro también fue figura importante en la creación y consolidación de dos verdaderas hazaña latinoamericanas: la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) y la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños).
Ambos organismos regionales nacieron con el innegable concurso de Almagro para dar a las naciones de nuestra estirpe latinoamericana instrumentos de cooperación y desarrollo, tras décadas de fracasos en la materia, de la OEA (Organización de Estados Americanos), organismo que, con sede en Washington, nació como un instrumento de dominio político de las naciones al sur del río Bravo por cuenta de Estados Unidos. No en vano el celebérrimo y prestigiado diplomático cubano Raúl Roa calificaba a la OEA como el Ministerio estadounidense de las Colonias.
Pues bien: con las credenciales democráticas citadas, un buen día, don Luis Almagro decidió dar el salto del tigre y pasarse con todo y bártulos al campo del enemigo: aceptó ser secretario general del Ministerio de las Colonias, la putrefacta OEA. La oferta debió haber sido tentadora para aceptar convertirse en sirviente del amo yanqui.
Y ya en su nuevo empleo, no tardó Almagro en llevar a la práctica la agenda de Washington, poniendo manos a la obra en los esfuerzos desestabilizadores, con fines de derrocamiento contra los gobiernos de la región insumisos a los dictados del decadente imperio: Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Venezuela y, por supuesto, Cuba.
El más reciente lance desestabilizador de la dupla Washington-Almagro contra la región latinoamericana y caribeña se ha dado precisamente contra Cuba. Invitado por desprestigiados personeros de la contrarrevolución interna y externa, Almagro había aceptado recibir un reconocimiento a sus tareas de ilustre cipayo, otorgado por la organización fundada por Oswaldo Payá, un agente contrarrevolucionario del ex presidente español José María Aznar.
Pero Almagro no pudo cumplir sus órdenes. El gobierno de Cuba le negó el permiso de entrada. De modo que los organizadores no pudieron contar con el aval y el respaldo del Ministerio de las Colonias, organismo que incluso podrido y maloliente, es pieza importante para sus tareas subversivas.
Para paliar el fracaso de la sucia misión, Almagro dice que el único interés de su frustrada visita a la isla es el bienestar y el progreso del pueblo cubano, mismo argumento esgrimido por EU durante más de medio siglo para derrocar al gobierno cubano, para planear el asesinato de sus líderes y para organizar y ejecutar actos terroristas en la isla que han causado incuantificables daños a la economía isleña y abrumadores sufrimientos al pueblo cubano.
Para su consuelo, en el fracaso de sus afanes contrarrevolucionarios y pro yanquis contra Cuba, Luis Almagro ha contado con la compañía del desprestigiado defraudador electoral y genocida mexicano, Felipe Calderón, a quien también le fue negado el permiso de entrada a la isla. Compañeros de viaje al servicio de EU, ambos se encontraron en Cuba con dos rasgos políticos a los que no están acostumbrados: la dignidad del pueblo y la férrea defensa de la soberanía nacional. De esas cosas, obviamente, Almagro y Calderón no saben nada.
(*) Economista y profesor de Economía Política. Fundador y director del Centro mexicano de Estudios de Economía y Política. Es columnista del diario El Sol de México.
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