Como al viejo estilo del imperio romano, sus servicios secretos le probaron la comida para que no le envenenaran, le sirvieron sus propios camareros, pero además llevó americanas blindadas y ocupó todo un hotel de lujo durante su estancia. Ser el hombre supuestamente “más poderoso” del planeta tiene su precio y Barack Obama, o, mejor dicho, los contribuyentes estadounidenses (léase el 99 %), lo pagaron con creces.
Empezaron a tirar del talonario con los aviones. Según algunos periodistas presentes en la recién terminada VI Cumbre de las Américas, fueron 17 aviones los llegados de EEUU, siete de ellos mega aparatos, la mayoría de los cuales aterrizaron en Cartagena de Indias antes que el mandatario, porque debían llevar "cositas" y personal para hacer su visita segura, efectiva y agradable.
Entre los trastos, una caravana de 28 coches blindados, incluyendo el búnker presidencial sobre ruedas que todo el mundo conoce porque es el mismo que lleva a todas partes.
Siguieron pagando todo un hotelazo cuando la delegación norteamericana decidió que Obama pernoctaría dos noches en La Heroica, que es como conocen en Colombia al que fuera principal puerto de la colonia. En un principio el Hilton lo ocuparían los presidentes y sus acompañantes de Brasil, México y Estados Unidos, pero cuando Obama aceptó quedarse más tiempo, pidieron a las naciones iberoamericanas que buscaran otro alojamiento, lo que hicieron con sumo gusto -o eso cuentan- conscientes de las necesidades del inquilino de la Casa Blanca. Trescientas sesenta habitaciones para ellos solos, amén de las que tuvieron que contratar en otros lugares puesto que el séquito estaba compuesto por unas mil personas.
La enorme suite presidencial que escogieron para él está en el octavo piso del Hilton. “Con una cama que no parece doble sino cuádruple… El baño con tina (bañera) es casi tan grande como un apartamento”, reza la crónica aparecida en el diario colombiano El Tiempo. Y una nevera con todo tipo de bebidas que quedaron intactas porque el señor solo consume productos traídos de casa.
Aseguran que no probó un solo plato típico colombiano en las comidas de Jefes de Estado. Mientras los demás devoraban las exquisiteces locales, Obama miraba a sus colegas y luego, a solas, en una sala, probaba una lánguida ensalada de lechuga preparada por su gente y algo de fruta pero no colombiana, quizás para evitar enfermedades desagradables que obligan a los turistas a visitar el baño con excesiva frecuencia. Dicen que apenas come unas hojas, picotea la fruta y lo deja.
En cuanto a la vestimenta, mucho se habló de que Obama había adquirido varias guayaberas, la prenda tradicional de vestir para hombres elegantes en el litoral caribeño, una camisola de lino que resulta cómoda para las altas y húmedas temperaturas de Cartagena. Pero no lució ni una. Algunos especularon que no lo hizo porque la inventaron en Cuba y Fidel Castro, en una reflexión publicada el sábado en el sitio Cubadebate, presumió de que hasta el mismo jefe de Estado imperial tendría que agachar la cabeza y enfundarse un modelo genuinamente cubano y que al encuentro le bautizarían como la Cumbre de las Guayaberas. Pero no fue esa la razón, conforme a El Tiempo. Las americanas azules que siempre vistió Obama son blindadas. Por eso le quedan demasiado holgadas, como si acabara de terminar un régimen y aún Michele no le hubiera comprado ropa ajustada.
En cuanto a los regalos, recibió muchos, como una edición especial de Cien años de Soledad firmada por el propio Nobel colombiano de Literatura Gabriel García Márquez, obra que de seguro correrá igual suerte que Las venas abiertas de América Latina, ensayo del uruguayo Eduardo Galeano que hace tres años le obsequiara en Puerto España el presidente venezolano Hugo Chávez.
Para disgusto de un alcalde guatacón y jala levas, lo que sí no se llevó Obama de regreso fue el burro “Demo” que quisieron obsequiarle para que corriera por los jardines de su presidencial casa. El César prefirió evitar malentendidos.
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