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miércoles, 28 de mayo de 2014

No hay secretismo sin secretistas que lo sustenten

Omar George Carpi

Es casi una certeza confirmada por el último episodio con funcionarios esquivos, que motivara un anterior comentario  sobre la reticencia de algunas autoridades de la Salud en Cienfuegos a ofrecer datos referidos a un alza en los casos de dengue registrados en esta provincia.
Tras días de infructuosos intentos por parte de varios colegas para que directivos del sector fueran todo lo precisos que las estadísticas requieren, amén de alguna que otra escaramuza ante la legítima insistencia de mis compañeros, ¡al fin! un responsable del área epidemiológica rompió el velo del retraimiento.
Fue ante cámaras y micrófonos de un programa trasmitido en vivo por la televisión local. Lo dijo sin aspavientos, sin solemnidades, sin morderse los labios ni ponerse nervioso: más de 3 500 casos diagnosticados desde octubre hasta la fecha (22 de mayo) y unos 200 ingresos en la semana, cifra similar a la de la anterior. Y ya. Después de eso, el mundo no se acabó.

No se anduvo por las ramas, ni recurrió a eufemismos ni a engañosos tecnicismos ante las preguntas del periodista, a quien, una vez terminada la trasmisión, comentó: “A mí nadie me ha dicho que no dé cifras. Y por la verdad hay que matarme”.
Por suerte, el doctor Alfredo Varens Álvarez, director municipal de Higiene y Epidemiología en Cienfuegos, sigue vivo todavía. Presumo que preservándose para repetir actitudes tan dignas de encomio como esa. Quizás años de batallar contra el dengue en Nicaragua y El Salvador lo hayan dotado de una especial sensibilidad ante el tema.
Pero algo que me dijo Alfredo me puso de nuevo a meditar sobre uno de los tópicos más recurrentes en el periodismo y entre los periodistas cubanos: “A mí nadie me ha dicho que no…” Bueno. Y si nadie ha dicho que no, ¿por qué algunos se vuelven adictos a la negatividad?
¿Temor al regaño? ¿Miedo a perder estatus o prebendas? ¿Incapacidad para tomar decisiones propias y no saber defenderlas cuando se las impugnen? ¿O acaso una cínica actitud sustentada en la comodidad de que sean otros los que determinen?
Puede ser una o la combinación de más de una de esas razones. Tampoco se puede ser tan ingenuo como para no comprender que hay todavía vasos comunicantes entre tales aberraciones y prácticas voluntaristas que aún subsisten en el seno de nuestra sociedad. Y si en algunos casos ya no las hay, han dejado una huella lo suficientemente profunda como para inhibir a algunos.
Pero sucede que el “no se puede” es a veces una entelequia. Es algo sin nombre y sin cara, que solo está en la imaginación, o mejor dicho, en el miedo de quienes tienen el deber de transparentar la información de interés público.
No digo que no haya temas que ameriten discreción. Los hay en todas partes y en todas partes se cuidan de cómo tratarlos. Las maneras de hacerlo pueden ser más o menos explícitas, más o menos solapadas o edulcoradas. Dependen de los contextos, digan lo que digan quienes insisten en achacar al gobierno cubano todos los déficits de transparencia que aún padecemos.
Lo que sí está más allá de los contextos, más allá de las políticas, es la honestidad con que cada cual asume el rol que le corresponde en el tablero social. Y si al desempeñarlo se adquiere  una responsabilidad con la opinión pública, pues hay que ser consecuente y honrarla.
Aunque por ello te maten. (Tomado del blog del autor, Perlerías)

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