Millones fluyen a las terminales, pero los sentimientos de encono y polarización por la elección de Trump harán de este Thanksgiving Day un día distinto, de ánimos encendidos. |
Con puntualidad minuciosa ha llegado de nueva cuenta el cuarto jueves del mes de noviembre. Y con él, ese aluvión de pasajeros desbocados en terminales aéreas o ferroviarias de Estados Unidos, una nación que aún se repone de unas elecciones presidenciales en un ambiente de encono y polarización sin precedentes.
En medio de sentimientos encontrados, millones celebrarán el Día de Acción de Gracias mientras se emborrachan para celebrar o para tratar de olvidar la elección de Donald Trump como su próximo presidente.
Así, media nación celebrará su inminente ascenso al poder, mientras la otra mitad seguirá declarando que no es su presidente.
En este ambiente de ánimos encendidos, algunas familias se han visto en la necesidad de prohibir el tema de la política durante la cena de Acción de Gracias para evitar que los cubiertos vuelen de extremo a extremo, o que el pavo se le atragante a más de uno.
En otros casos, algunos miembros de la familia que votaron en contra o a favor de Donald Trump han preferido abstenerse de participar en éste encuentro y emborracharse en el bar de la esquina, ante el ambiente poco propicio para el amor y la concordia.
Quizá sea importante destacar que, desde que el presidente George Washington declaró como fecha nacional el Día de Acción de Gracias en 1789, el objetivo primordial de este ritual de reencuentro familiar ha sido rendir homenaje a quienes fueron los primeros habitantes del Continente Americano.
A esas tribus nativas que, en contra de lo que ocurre hoy, fueron capaces de socorrer a quienes huían de la persecución política y religiosa en Inglaterra para enfrentar la hambruna o sucumbir ante males y enfermedades en medio de uno de los inviernos más crudos.
Gracias a estos nativos, los colonos del Mayflower, unos separatistas religiosos que habían huido de una guerra de facciones al interior de la Iglesia protestante en Holanda e Inglaterra, fueron capaces de aprender nuevas técnicas para cultivar el maíz, para pescar en los ríos y a forjar alianzas con algunas tribus locales como los Wampanoag para no ser aplastados.
Irónicamente, la buena disposición de los nativos para recibir a esa oleada de inmigrantes que llegaron desde distintos puntos del llamado viejo mundo, permitió inaugurar la que sería una de las más importantes rutas de conquista del nuevo mundo y escribir el primer capítulo de un genocidio que quedaría eclipsado en los libros de historia de los vencedores.
En muchos sentidos, el ritual que durante más de dos siglos ha rendido homenaje a los valores de la solidaridad y el respeto hacia quienes huían de la pobreza, de la persecución sectaria y la violencia en Europa, parece pertenecer hoy no sólo a otra era, sino a otra nación muy distinta a Estados Unidos.
Hoy, la buena disposición hacia los inmigrantes de antaño, ha desaparecido de la memoria colectiva del hombre blanco y conservador que se ha propuesto celebrar el Día de Acción de Gracias pero sin invitar a su mesa a los más de 11 millones de indocumentados que hoy elevan sus plegarias ante las amenazas de redadas y deportaciones que ha prometido la administración entrante de Donald Trump.
Por tanto, podría decirse que la celebración de este Día de Acción de Gracias es quizá la última oportunidad que tendrán millones de indocumentados para reunirse con sus seres queridos y sus amigos, antes de que la fuerza de deportación masiva del presidente Trump toque a sus puertas.
La última oportunidad para que Donald Trump reflexione sobre la importancia de refrendar durante su presidencia los valores que marcaron el nacimiento de Estados Unidos como una nación forjada por inmigrantes, o darle para siempre la espalda a esa tradición en medio de una de las peores crisis humanitarias de la era moderna. (Tomado de La Jornada)
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