Andrés García Suárez
Cuando parecía que iba a morir el arrebato revolucionario de La Demajagua, debido al Pacto del Zanjón firmado por el Gobierno de Cuba en Armas, el General Antonio Maceo Grajales pide una entrevista con el Pacificador, General español Arsenio Martínez Campos, y ¡con la Protesta de Baraguá limpió el estigma!
Era el 15 de marzo de 1878 y aquella protesta airada y viril salvó el honor de los cubanos y nos entregó a las generaciones que siguieron el mejor antídoto: ¡un Baraguá para todos los Zanjones!
Maceo va a la entrevista con el dolor de la deshonra de los cubanos cuando se firma un pacto sin haber alcanzado los objetivos de independencia y abolición de la esclavitud, por el Gobierno de la República en Armas, integrado por hombres débiles de espíritu, confundidos y apocados por la desunión, que habían depuesto al Presidente Céspedes, sufrido intentos reformistas, las sediciones internas como la de Lagunas de Varona y de Santa Rita, y hasta la vergüenza de haber sido hecho prisionero por los españoles el entonces Presidente de la República en Armas, Tomás Estrada Palma.
Tiempo después Maceo diría: “Tres veces en mi angustiada vida de revolucionario cubano he sufrido las más fuertes y tempestuosas emociones de dolor y tristeza. ¡Ah, qué tres cosas: mi padre, el Pacto de Zanjón y mi madre!”. Emparejaba Maceo el dolor de la muerte de sus padres con la de la Revolución.
Así con tales emociones va a la reunión con Martínez Campos a quien había derrotado ya antes en el campo de las armas. Él que sólo es un jefe regional asume la responsabilidad cuando otros se inhiben y acceden, y se hace portavoz del decoro de Cuba.
No lo deslumbran los entorchados de los uniformes de gala españoles ni conmueven su vanidad los halagos del jefe hispano que alude a su juventud (Maceo tenía entonces 33 años de edad) y le dice con paternalismo hipócrita: “basta ya de tantos sacrificios y sangre, bastante han hecho ustedes que han asombrado al mundo con su tenacidad y decisión, ha llegado el momento de que nuestras diferencias tengan término y cubanos y españoles se propongan levantar a este país de la postración en que diez años de cruda guerra lo han sumido”. (¿No se les parece un poco esas palabras, o su intención, a las pronunciadas por Obama varias veces en un susurro meloso luego de aquel diciembre de 2014 en que Cuba y Estados Unidos acordaron iniciar el proceso de restablecimiento de relaciones?).
Seguidamente Martínez Campos quiso leerle a Maceo el documento del Pacto firmado en el Zanjón, lo extrajo del bolsillo exterior de su guerrera, pero el gesto tajante de Maceo lo detuvo:
– ¡Guarde usted ese documento, no queremos saber nada de él!
El General español, indeciso, miró a los jefes cubanos que rodeaban al General Antonio. La expresión de éstos no dejaba lugar a dudas. Preguntó a Maceo:
– Entonces, ¿no nos entendemos?…
– ¡No nos entendemos! –respondió tajante el General Antonio.
Volvió a preguntar el jefe español:
– ¿Volverán a romperse las hostilidades?
– ¡Volverán a romperse!
Y la respuesta restalló como una bofetada en el rostro del iracundo oficial hispano, que antes de marcharse con sus acompañantes acordó una tregua de ocho días. Ya de salida escucha la voz entusiasta de un cubano que rápidamente había sacado la cuenta de los días:
– ¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!…
Diría Martí de aquel momento: “Tengo ante los ojos la Protesta de Baraguá, que es de lo más glorioso de nuestra historia”. En Baraguá se consolidó la nacionalidad cubana y se levantó la memoria de todos los que por ella habían luchado y muerto.
¿No les parece ese trozo de nuestra historia a cosas que pudieran volver a repetirse y para las que todos debemos estar ideológica y materialmente bien preparados?
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