Julio Martínez Molina
Verbo dilecto de los centros de poder, mentir siempre ha formado parte del ABC de las fuerzas hegemónicas. Es algo sabido, y practicado, desde los tiempos antiguos. La información apócrifa se empleó no más rayar los albores de las formaciones económico-sociales, por áreas de inteligencia cuya labor activa propiciaba, indistintamente, confundir a todo o a determinado tipo de receptores, propiciar favores de los pueblos o intimidar al adversario.
Antes de Guttënberg, las mentiras se fabricaban con mucho tiempo de antelación, para que los veleros la transportasen a otros continentes en el plazo de cuatro o cinco meses; o para que un jinete la difundiese entre naciones cercanas al cabo de varias semanas. La llegada del papel, y de la prensa periódica -vehículo rey en la propagación del sofisma-, contribuyó notablemente a aligerar la tarea, como cada paso tecnológico emprendido hasta esta actualidad de internet, las fake news, la posverdad y las redes sociales de la catarsis emotiva, donde la mentira se propala en segundos.
Estados Unidos empleó su más temible misil ideológico, Hollywood, para emprender fortísima labor de propaganda deshonesta durante la II Guerra Mundial, período en el cual la nación sentó las bases para su poderío económico, tras sacar auspiciosos beneficios, al evitar desangrarse en la conflagración y solo intervenir hacia las postrimerías, cuando la Unión Soviética casi tenía de rodillas a la Alemania nazi. Allí, Hitler, Goebbels u otros ideólogos hicieron de la repetición de la mentira reiterada arma de transmisión de su mensaje. En la actualidad el imperio norteamericano sigue al pie de la letra los instrumentos de persuasión del fascismo, al cual (prevalezca la justicia histórica) antecedieron en métodos que convirtieron el pretexto anclado en la mentira como pie para la intervención en diversas conflagraciones.
De la autoexplosión del acorazado Maine a marzo de 2003 en Irak y el reciente bombardeo a una base militar siria, so pretexto de darle una respuesta al gobierno de ese país por “gasear” a su propio pueblo (lo cual, todo indica -y su despeje total no demorará mucho en llegar, dado el interés de Rusia en sacar la verdad a la luz-, lo perpetraron los propios terroristas financiados por Washington), media abismal historia de excusas injerencistas de la nación del Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe y el Excepcionalismo.
Ahora la mentira adopta nombres más bonitos, menos directos, como parte de los grandes eufemismos de la historia asesina de ese imperio depredador (“daños colaterales”, “armas inteligentes”, “hechos alternativos”…).
Los presuntos significantes y la deconstrucción etimológica y semántica de su concepto son mucho más floridos, “académicos”, con cierto margen a la ambigüedad. Pero, a la larga solo devienen neologismos para calificar un proceder natural del poder imperial, que hoy día se vale de un desmedido aparato de propaganda mediático que permite repetir la misma irrealidad, sin frenos y cortapisas, desde The New York Times hasta la mayor parte de los periódicos de América Latina (dirigidos por la derecha más retrógrada del planeta); desde el Nuevo Herald de Miami hasta ABC/El País/El Mundo y todas las grandes cabeceras españolas y del resto de Europa.
La mentira abierta, con mayor o menor grado de elaboración pero invariablemente repetida una y otra vez, representa el recurso fundamental del terrorismo mediático, incluso en la era de la “posverdad”, cuando en la articulación del engaño cobran especial fuerza las apelaciones a las emociones. No por gusto, Noam Chomsky ya hablaba en sus 10 Estrategias de Manipulación, de la utilización del aspecto emocional, mucho más que la reflexión, como técnica clásica para causar un cortocircuito en el análisis racional y en el sentido crítico de los individuos.
La ausencia de base fáctica alguna (incluso de un cuerpo armado solo a partir de la mendacidad) en la construcción del sistema de argumentaciones falsas ha traído por resultado en la actualidad acciones tan semejantes como la invasión a Irak por “poseer armas de destrucción masiva” –inexistentes, cual se demostró con posterioridad-; y el bombardeo a la base de Ash Shairat.
Por eso, resulta de inigualable significación ideológica (razón vital, mejor dicho) para la mayor parte de los pueblos del mundo que son engañados, el desmontaje del sofisma en todos los soportes, de forma tan sistemática como seria en el suministro de elementos que contrarresten la mentira. Es labor de pensadores, politólogos, políticos, periodistas, intelectuales, personas serias de cualquier profesión a quienes les preocupe el destino compartido de la especie.
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