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martes, 4 de abril de 2017

La OEA y su segundo acto de teatro bufo

Juana Carrasco Martín

Si Carlos Puebla no hubiera cantado en los años 60 “La OEA es cosa de risa”, ahora mismo estaría escribiendo “Caballero de la OEA/Qué pasó con la reunión...”.
En Washington se acaba de producir el segundo acto de un teatro bufo, donde el productor ha sido el magro de Luis Almagro y el director no tuvo que moverse de Washington, porque allí mismo tiene instalado lo que el canciller Raúl Roa calificó en su tiempo como el Ministerio de Colonias de Estados Unidos. Y que el presidente legítimo y constitucional de Venezuela, Nicolás Maduro, dijo este lunes que ha pasado a convertirse en un verdadero tribunal de inquisición antivenezolano y antibolivariano.
Si Cuba fue la pretendida víctima en 1962, ahora los cañones se enfilan contra Venezuela, a la que acusan de golpe de Estado contra una Asamblea Nacional en desacato, canija por la acción de una derecha intolerante que desvergonzadamente pide intervención en su país.

El golpe de Estado, el verdadero, acaba de producirse en Washington, primero con la convocatoria inconsulta del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, la que fue anulada por Bolivia como presidente pro-témpore de ese organismo, y luego con la ejecución de ese conciliábulo.
El Gobierno de La Paz, sin pelos en la lengua para definir la situación, fue tajante: “Bolivia rechaza cualquier intento de mellar la dignidad de nuestro país y nuestros representantes, jamás aceptaremos imposiciones ni presiones en contra de nuestra soberanía como país”.
Sencillamente, un pequeño grupo de países, donde sobresalen por supuesto los muy norteños y algún muy sureño, usurpó flagrantemente las funciones de la Presidencia Pro-Témpore del Consejo Permanente en una obsesión por borrar del mapa a esta Venezuela y han agredido a la propia institucionalidad de una organización que se dice defensora de la “democracia representativa”.
Alevosa es la violación cometida sobre la añeja señora, que tiene más de una cirugía plástica para maquillarse las arrugas de la inoperancia. Ni la respetan.
Las agencias noticiosas dijeron que “por mayoría” el mecanismo regional aprobó una declaración en la que afirma que en Venezuela hay “una grave alteración inconstitucional del orden democrático”, y desfasadamente le exige al Gobierno de Maduro que restaure “la plena autoridad” de la Asamblea Nacional, lo que ya el Tribunal Supremo de Justicia había revalorado.
En los requerimientos de la OEA hay 35 votos en total, pero a esta reunión-farsa-falsa que presidió Honduras por arte de birlibirloque en la que no solo Bolivia, sino también el vicepresidente de Haití fueron despojados de sus fueros, no acudió un buen número de los países miembros.
Claramente, la obra no podía presentarse en el proscenio, como hubiera sido lo correcto, sino tras bambalinas, y en su clímax, luego de la retirada digna de Venezuela, Bolivia y Nicaragua, solo quedaban 21 presentes a la hora de votar. De ellos, 17 lo hicieron por el libelo —de qué otra manera nombrarlo—. Cuatro países de la región, que siguieron dando la batalla por la verdad, dejaron clara su posición de rechazo a la resolución que pretende doblegar a Venezuela y, a la corta, sacarla de la OEA y propiciar una intervención. Esos cuatro países deben ser mencionados, porque lo justo se reconoce: República Dominicana, Barbados, Belice y El Salvador.
Pero llegar a esta situación tomó horas, porque fue una obra laaaarga y de pataleo, donde quizás el apuntador del guion fue el asesor jurídico de la OEA, Jean Michel Arrighi, quien aseguró que había quórum y que, al no estar ni Bolivia, ni Haití, presidiría el embajador titular con más antigüedad en la organización, el hondureño Leonidas Rosa Bautista.
Una mentirilla, porque resulta que el Embajador decano es también el representante de Bolivia, así que la usurpación fue doble en este caso. Con razón, el representante nicaragüense se refirió a Honduras como “presidente sin funciones”. Y Honduras dijo: “tomo nota”.
La sorna irrespetuosa se hizo evidente en algunas intervenciones, como la de una Canciller que felicitó a Bolivia por haber asumido la presidencia del CP y seguidamente lamentó que no estuviera presente… Clara demostración de que tal reunión era de una ilegitimidad grosera y de un intervencionismo manifiesto que, a la postre, constituye una incitación a la violencia interna en la nación acosada que se intenta llevar a una trampa.
Un receso de cinco minutos fue suficiente para que se tomara el acuerdo que anuncia acciones de mayor envergadura, y evidente fue el agradecimiento de la representación de Estados Unidos a algunos de los actores y, sobre todo, se le salió su condición de primer protagonista cuando dijo que podía hablar por todos las delegaciones que proponían la resolución. Por supuesto, lo acompañó con la verborrea habitual: su preocupación por los derechos humanos en la región…, y dictó sentencia, es decir, órdenes: necesidad de un referendo y realización de elecciones.
Las felicitaciones se sucedieron y el Almagro hizo las conclusiones casi seis horas después de que el teatrillo abriera la función, sentenciando lo que se propone desde un inicio, pues dijo que Venezuela ha tenido más oportunidades que ningún otro país, antes que se le aplicara la Carta Democrática.
Una vez más, como diría Carlos Puebla, la OEA fue “una cosa tan fea/tan fea que causa risa”.

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