En Cienfuegos, la vista del hiyab se vuelve cotidiana. / Foto: Cedeño |
Pasean ellas -de a dos, en la mayoría de las ocasiones- por el Malecón de Cienfuegos y calles aledañas. Contrastan sus encubridores ropajes con la nimiedad de las prendas habituales para cuantos vivimos aquí desde siempre, determinados por agua salada y sol en temperamento y costumbres: pasión, frescura, cierta elasticidad en cuanto a la noción de los límites de la mente y el cuerpo…
“¿Tardará mucho el calor húmedo -asfixiante- del Trópico, en forzarlas a librarse de la generosa envoltura de tela?”, persiste la idea en la subjetividad conquistadora de un pueblo acostumbrado a la piel desnuda y la exhuberancia de los sentimientos.
Cerca de nueve meses después de la llegada sorprende la solidez de las raíces. Soportar altas temperaturas no perece inquietarlas. Pueblan los barrios citadinos, los invaden…se saben diferentes, mas suman esa divergencia a la cotidianidad cubana, cual otro ingrediente en el “gran ajiaco”.
Las madrugadas atestiguan sigilosos andares y, tal vez, Sherezade vuelve a las andanzas en el verbo de una joven paquistaní que usa el velo islámico por encima de su bata de estudiante de Medicina. Urge saber qué de mágico trae consigo. (Tomado de Isla Asombrosa)
muy lindo el escrito
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