Julio Martínez Molina
Existe franca ambivalencia entre cuanto defendemos en materia de valores dentro de los ámbitos escolares o del seno de muchas familias cubanas que lo continúan haciendo -a despecho de los pedestres tiempos corrientes en diversos órdenes; más dentro de parcelas santificadas como nuevos tótems de la cultura popular o la ética- y el imaginario de cierta parte del corpus de factura audiovisual criolla, en la propalación explícita de perjudiciales antivalores.
Si exceptuamos someras alusiones en escasos medios al enfoque cardinal del tema dentro de la Comisión de Atención a la Juventud, la Niñez y la Igualdad de Derechos de la Mujer de la última sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, casi nada detallado había escrito nuestra prensa sobre cómo allí fue debatida de forma exhaustiva la urgencia de utilizar la industria cultural y los medios de comunicación para socializar y jerarquizar los valores de la nación, hasta ver la luz un excelente artículo de Vladia Rubio en La Calle del Medio No. 39 (Audiencias críticas para el videoclip cubano, pp 2-3).
Tanto en la Comisión como en el material se habló de la coexistencia de discursos contradictorios. Este columnista ha comprobado, mediante textos y plan de estudio en la mano, cómo el modelo de enseñanza nacional fomenta el análisis/observación de la Educación Cívica, cuya metodología tiene en el estudio de los valores (dignidad, honestidad, honradez, justicia, patriotismo, humanismo, laboriosidad, responsabilidad, solidaridad) y en sus correspondientes modos de actuación baza mayor. Sin embargo, cual opinaban parlamentarios o invitados a la Comisión, la correspondencia entre lo educativamente reivindicado y la praxis audiovisual (se refirieron en esencia a video clips reguetoneros, aunque el asunto rebasa esa expresión) es caótica.
Sonia Maria Beretervide Dopico, del Secretariado Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, exhortó “a un accionar coherente, porque no es suficiente tener un plan director de valores al que dedicamos horas y horas, si todo eso se puede ir al piso en tres minutos. Y es verdad que algunos de esos materiales (hablaba de forma específica sobre clips de reguetón que promueven la prostitución, la promiscuidad, la violencia, la guapería, la ostentación y el lucro, los modos de vida deshonestos, la humillación de la mujer, el machismo a ultranza…) no se ponen en la televisión (aunque sí, digo yo, en millones de hogares delante de niños, a través de los discos comprados o mediante soportes digitales), pero otros sí. Estamos trabajando por un lado y destruyendo por otro. (…) ¿Qué ser humano estamos construyendo¿ ¿De qué paradigma hablamos? No puede haber un ser humano en la pantalla y otro en la sociedad”. De censurar, la incongruencia de enseñar los valores en Educación Cívica y luego difundir esos mismos temas musicales en las propias escuelas. Es como bruñir un sable para después enlodarlo.
Cual destaca Vladia, hubo magníficas intervenciones, entre ellas el juicio de valor emitido por Orlando Vistel, presidente del Instituto Cubano de la Música: “Todo el mundo dice: Yo no tengo nada en contra del reguetón. Yo sí tengo cosas en contra del reguetón: en primer lugar en contra del modo de vida del reguetonero, de sus modos de conducta, de vestir (…) soy músico además de presidente del Instituto de la Música, y puedo afirmar que no estamos hablando de un género, sino de un producto hecho en un laboratorio (…) elaborado gota a gota para buscar un esquema rítmico de fácil elaboración y reiteración que permita fijarlo. También con poca elaboración armónica. La armonía es un segundo nivel del pensamiento, lo primero es el ritmo, la armonía es el revestimiento. Una armonía complicada es más difícil de fijar, por tanto, esta es elemental; y la melodía, de muy fácil reiteración, ayudada por textos con temas que no llevan a pensar y tienen ganchos elementales, desprovistos de imágenes profundas y que tienden al populismo. Si a esto le ponemos un celofán con elementos tímbricos de contemporaneidad, lo convertimos en un producto de fácil y rápida comercialización. Y así desplazó de la salsa al mercado. Llega hoy con la tecnología del mp3, mp4 y se ha convertido en boom artístico en el mercado cultural, algo entre una intención de la industria del ocio y de las grandes transnacionales (…) no es un fenómeno ni tan sano ni tan rudimentario, sino políticamente guiado, dirigido a nuestras repúblicas centroamericanas. (…) está hecho para nuestro pobre tercer mundo, para convertirlo en cuarto mundo. Porque cuando se ve el modo de vida que propone, está más para abajo del tercer mundo (…)”, exponía Vistel.
Por fortuna, dentro del mismo género existen excepciones y pese a resultar la variante musical que más bolsillos llene al día de hoy (a sus cultores como a toda una red detrás suya) Cuba sigue siendo la Isla de la Música, la riqueza sonora del caimán es extraordinaria y miles de artistas continúan fieles a sus preceptos. Solo sucede que la sobrevaloración mediática de la vertiente de marras (dos semanas atrás un notable intelectual cubano decía que contaba con mayor promoción que cualquier gran escritor), la no jerarquización incluso dentro del propio reguetón y determinados patrones o preferencias de la era del chicle cultural -unido al negocio intra y supraartístico en el cual se ha constituido-, entorpecen la mayor visibilidad de quienes lo merecen más.
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