Manuel E. Yepe
A un mes de la proclamada culminación de la operación de captura y asesinato del líder de la organización terrorista Al Qaeda, Osama bin Laden, en Pakistán, nada ha aminorado la ofensa a la inteligencia humana que constituyó la versión oficial de los hechos que publicó el diario New York Times con la CIA como fuente.
Sólo el relato oficial de la acción terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono de Washington diez años antes puede compararse como burla a la opinión mundial.
Y como ambas forman parte de un mismo triste capítulo de la historia humana, quizás en calidad de comienzo y final, el nexo entre ambos embustes se hizo absoluto con la versión documental para la televisión que difundió el canal Discovery en días recientes.
La “Operación Gerónimo” (por el nombre en clave de la CIA para Osama bin Laden) ya había sido animada con dibujos para la televisión de manera muy parecida a los juegos de guerra con los que tanto niños como mayores interactúan cotidianamente con la violencia en sus ordenadores en las sociedades dominadas por una gran influencia hegemónica estadounidense. El guión básico dice: “Luego de diez años de tenaz e infructuosa búsqueda, en julio pasado, algunos paquistaníes al servicio de la CIA persiguieron a un Suzuki blanco entre las bulliciosas calles cercanas a la populosa Penshawar, y anotaron la matrícula. El hombre que viajaba en el vehículo era el mensajero de mayor confianza de Osama bin Laden, y durante los meses subsiguientes los agentes de la CIA no le perdieron ni pie ni pisada.
Finalmente, le siguieron hasta un complejo que se extendía al final de un largo camino de tierra, rodeado de altas vallas de seguridad en una aldea con pobladores ricos, a poco más de 50 kilómetros de Islamabad, la capital del país. Ocho meses después, en una noche sin luna, a
bordo de cuatro helicópteros, un comando estadounidense descendió hasta el complejo. Se oyeron disparos. Uno de los helicópteros se estrelló y no volvió a despegar. Entre las víctimas mortales, un hombre alto, barbudo, con el rostro ensangrentado y una bala atravesando su cabeza era Osama bin Laden. Un miembro de los Navy Seals tomó una foto con su cámara y la envió a los analistas expertos en reconocimiento facial. Y así fue cómo se puso fin a la caza humana más extensa, costosa y exasperante de la historia. El cuerpo inerte de Osama bin Laden, el enemigo público número uno de EEUU, fue lavado y vestido según marca la tradición islámica, llevado con urgencia a un helicóptero y lanzado al mar desde un buque de guerra estadounidense con muy pocos testigos, para evitar que la tumba del hombre más buscado de la tierra durante una década se convirtiera en lugar de peregrinación de sus seguidores. La nación estadounidense, atormentada por su incapacidad de capturar al responsable de los 3.000 muertes el 11 de septiembre de 2001, vengaba así la ofensa”.
Se necesitaría de un niño muy intoxicado con los jueguitos de guerra digitales o de personas mayores muy ingenuas viciadas por los manejos cotidianos de los medios de comunicación corporativos, para aceptar candorosamente un cuento tan burdo.
El descarte del cuerpo de Bin Laden por sus propios supuestos asesinos –los Navy Seals, selecto cuerpo encargado de atrocidades tan condenadas internacionalmente como los magnicidios cuyos integrantes nunca serán identificados- aviva múltiples versiones que difícilmente
podrán probarse o descartarse.
En recientes declaraciones a la prensa pakistaní, un vecino que fue testigo visual de los hechos aseguró que solamente uno de los helicópteros aterrizó para dejar al comando de 10 o 12 Navy Seals y regresó más tarde para recogerlos pero, luego de tenerlos a bordo, explotó y se incendió sin dejar sobrevivientes, apenas cadáveres y pedazos de cuerpos por todas partes.
La muerte de Bin Laden parece destinada a perdurar como un misterio más incógnito que su desaparición y persecución tras los actos terroristas de 2001. Washington responsabilizó entonces, con increíble presteza, a Bin Laden y Al Qaeda pero, en vez de destinar urgentemente
a su captura al enorme aparato militar y de espionaje con que cuenta, prefirió intervenir en Afganistán, invadió Irak, se preparó a desatar una guerra contra Irán y violó groseramente la soberanía de su aliado Paquistán, entre otros delitos.
Además, proclamó unas leyes patrióticas que acercaron a Estados Unidos a una situación de dictadura fascista que aún pende cual espada de Damocles sobre la ciudadanía de esa nación.
El 5 de septiembre de 2005 el periodista Juan Gelman, en el diario argentino Pagina 12, hizo notar que “especialistas turcos en materia de inteligencia sostienen que Al Qaeda no existe como organización, más bien es ese el nombre de una operación de los servicios secretos.
El concepto ‘lucha contra el terrorismo’ es el sustento de la ‘guerra de baja intensidad’ que tiene lugar en el orden mundial unipolar cuyo sujeto estratégico de tensión se denomina Al Qaeda”. Nada prueba lo contrario seis años más tarde.
Lo más triste es que el guión de la historieta increíble que nos cuenta Washington ha costado a la Humanidad (la población estadounidense incluida) varios millones de vidas humanas, cuantiosas
e irreparables perdidas materiales y daños irreversibles al medio ambiente y a la cultura universal.
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