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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Los últimos días de la dictadura batistiana. Memoria de los vencidos (+ Fotos)

El dictador Fulgencio Batista frente a un mapa de la
antigua provincia de Oriente donde operaban con éxito
las fuerzas del Ejército Rebelde lideradas por Fidel.
Dr. Arnaldo Silva León*

Un grupo de importantes figuras de la vida política cubana, la mayor parte vinculadas a la dictadura de Fulgencio Batista, han escrito sobre los acontecimientos de los últimos momentos de esa dictadura, algunos años después del triunfo de la Revolución. Son juicios que entrañan nostalgia y frustración, pero ello no es óbice para que algunos sean objetivos y tengan un indiscutible interés para el estudio de aquellos últimos momentos. Son criterios, cuando ya no existían los compromisos que obligaban, como en ese entonces, a silenciar opiniones críticas o, en muchos casos, sumarse a las campañas de mentiras y calumnias que desde el Palacio Presidencial o Columbia se emitían en partes oficiales, discursos políticos o en declaraciones a la prensa.

La ofensiva contra el Ejército Rebelde. 

Principio del fin de la dictadura 


El fracaso de la huelga general revolucionaria del 9 de abril de 1958 hizo suponer a la dictadura que había llegado el momento propicio para lanzar una gran ofensiva contra el núcleo guerrillero comandado por Fidel Castro en la Sierra Maestra e infringirle una derrota que pondría fin a la lucha en las montañas orientales. El resto de las actividades subversivas caería por su propio peso.
En medio de esta euforia, el 24 de mayo de 1958, se pondría en marcha la gran ofensiva clasificada como Fase Final (FF)[1]. Alrededor de 10 mil efectivos militares fueron movilizados para enfrentar y derrotar a un ejército que, en ese momento, no sobrepasaba los 300 combatientes. Sin embargo, la derrota sufrida por el ejército significó el comienzo del fin de la dictadura. No pudo imaginar el Estado Mayor Conjunto un desastre semejante. ¿Cómo fue posible que aquel ejército equipado con un moderno armamento y planes estratégicos diseñados por especialistas militares cubanos con la asesoría de la Misión Militar Norteamericana en Cuba fuera derrotado por un pequeño ejército popular que  solo disponía de un escaso y pobre armamento?[2]
En los análisis que el dictador Fulgencio Batista -ya en el exilio- hiciera de aquellos sucesos, trató siempre de restar importancia al papel que tuvieron las fuerzas revolucionarias en particular el Ejército Rebelde en la victoria del 1ro de enero de 1959, y culpar de ella a traiciones, reales o supuestas, de altos oficiales del ejército, contradicciones, incompetencias y hasta la disminución de la ayuda militar del gobierno de los Estados Unidos al régimen.
Ese mismo día, a las pocas horas de su arribo a República Dominicana, el dictador hizo las siguientes declaraciones a la prensa: “La actitud de algunos de los más altos jefes militares que entraron en conciliábulos con los terroristas; de la complicidad de unos cuantos, de la deslealtad de otros, quizás de los más obligados por los beneficios que recibieron del gobierno, y de la traición de aquellos en que más yo confiaba en mis funciones de presidente de la república, fueron los factores principales que obligaron a tomar la perentoria e inaplazable decisión de entregar constitucionalmente el gobierno a un presidente provisional, apoyado por una junta militar”.
Más adelante afirmaba: “No puede negarse que la prohibición de vender armas por los Estados Unidos al gobierno de Cuba, operó a favor de los rebeldes”. Para colmo de la impudicia argumentaba: “Las clases económicas cooperaron con recursos abundantes, presionadas por el terror. Los obreros, no. En ningún momento respondieron... Ciertos poderosos industriales a quienes la acción destructora estaba haciendo daño en sus propiedades y negocios, desarrollaron determinadas actividades en los últimos tiempos que alentaron a los procomunistas. Tanto fue el miedo que infundieron los llamados rebeldes que hasta la Asociación de Hacendados, la más favorecida por el gobierno entre las clases industriales, se reunió acordando designar una comisión para que le pidiera la renuncia al Presidente de la República”.[3] Fulgencio Batista, llama “entrega constitucional del gobierno” a lo que en los hechos fue un golpe de Estado dado con su anuencia, para tratar infructuosamente de impedir el triunfo del Ejército Rebelde y con ello de la Revolución. Es por eso que Fidel Castro, en su mensaje al pueblo de Cuba el 1ro de enero de 1959, planteaba: “Al parecer se ha producido un golpe de Estado en la capital. Las condiciones en que ese golpe se produjo son ignoradas por el Ejército Rebelde. El pueblo debe estar muy atento y atender solo las instrucciones de la comandancia general. La dictadura se ha derrumbado como consecuencia de las derrotas sufridas en las últimas semanas; pero eso no quiere decir que sea ya el triunfo de la Revolución”.[4] Con respecto a las cínicas afirmaciones del dictador de que el pueblo no apoyó la insurrección, en este mismo mensaje el jefe rebelde señalaba: “Escamotearle al pueblo la victoria, no, porque solo serviría para prolongar la guerra hasta que el pueblo obtenga la victoria total. Después de siete años de lucha la victoria democrática del pueblo tiene que ser absoluta para que nunca más se vuelva a producir en nuestra patria un 10 de marzo”.[5]
Con respecto al embargo de armas decretado por Estados Unidos en marzo de 1958 y que Batista menciona varias veces en su libro Respuesta, como una de las causas de su derrota, es necesario esclarecer varias cuestiones. El ejército contaba con suficiente armamento para combatir. Dicho embargo se produjo, por un lado, como resultado de la presión de la opinión pública norteamericana, incluida la de varios representantes y senadores, tanto republicanos como demócratas, y, por el otro, de importantes figuras cubanas de la oposición burguesa a la dictadura radicadas en Estados Unidos como: José Miró Cardona, Manuel Antonio de Varona y Carlos Prío Socarrás.
El embargo no privó al régimen de armamento, pues por diferentes vías este logró adquirirlas, sin embargo no hay duda de que tuvo efectos políticos negativos para la dictadura, y su implantación contó con la oposición del Pentágono, dispuesto a brindar a Batista todo lo que fuese necesario con tal de impedir el triunfo de las armas rebeldes. Sin embargo, el Departamento de Estado tenía otra visión del problema y de la política que debía seguirse para alcanzar ese mismo objetivo. En el libro de Earl Smith —embajador de Estados Unidos en Cuba en ese momento y conocido simpatizante de Batista— El cuarto piso, editado en 1962, y en numerosos documentos desclasificados, se hace evidente que importantes funcionarios del Departamento de Estado favorecían la sustitución de Batista para llegar a arreglos políticos con la oposición no revolucionaria, que impidiese el ascenso al poder de Fidel Castro y el Ejército Rebelde. Pero en el seno de la administración norteamericana no había consenso en ese momento y algunos confiaban en que el régimen podría sofocar la rebelión y hacer regresar el país a la normalidad. El fracaso de la huelga del 9 de abril de 1958 estimuló esta corriente. Cuando se le exigió a Batista la renuncia, a mediados de diciembre de 1958, ya era demasiado tarde.

El verdadero papel de las contradicciones 

en el seno de la dictadura  


Las contradicciones y traiciones dentro de las fuerzas armadas, que alude Batista, eran ciertas; pero ellas eran el resultado de una conjunción de factores relacionados, de una manera u otra, con el estado agónico en que el régimen entró en los últimos meses de 1958 como consecuencia del auge del movimiento revolucionario, el avance impetuoso del Ejército Rebelde, el repudio del pueblo al dictador, de las políticas oficiales que afectaron, incluso, a sectores de las clases dominantes del país y muy especialmente a las derrotas sufridas a manos de los combatientes rebeldes.
No es despreciable consignar las rivalidades y pugnas entre los funcionarios civiles y militares y entre estos últimos por la desmedida corrupción existente. En los libros El gran culpable, de José Suárez Núñez, quien fuera secretario de prensa del Palacio Presidencial y amigo íntimo del dictador, e Historia del Partido Comunista de Cuba, de
Jorge García Montes, viejo amigo de Batista y que ocupara relevantes cargos en el gobierno, se da cuenta de varios incidentes y situaciones engorrosas que Batista tuvo que enfrentar por las pugnas entre lo que ellos llaman los grupos civilistas y los tanquistas. Algunas figuras políticas civiles de la dictadura, no obstante convivir con aquellapodredumbre y haberse enriquecido al amparo de aquel estado de cosas, no veían con simpatía a figuras militares, todos criminales, como Esteban Ventura, Pilar García, Fermín Cowley y otras. No se trataba, en la mayoría de los casos, de escrúpulos humanos o éticos, sino de la convicción de que el crimen político como forma de reprimir a la oposición, la fortalecía en vez de debilitarla y dañaba sensiblemente la imagen pública del gobierno, tanto interna como externamente. Pero Batista se veía en una muy difícil encrucijada, dependía de las fuerzas armadas y de esos jefes militares asesinos que manteniéndolo a él en el poder se mantenían ellos.
Las contradicciones entre viejos y nuevos batistianos también estuvieron presentes. Los viejos tildaban de oportunistas a los nuevos y estos últimos de practicar celos ridículos a los primeros. A estas contradicciones se sumaban aquellas provenientes de las ambiciones de poder, sobre todo cuando este se asociaba al enriquecimiento ilícito y a la impunidad para cometer cualquier tipo de delito.
Es importante resaltar que la dictadura se desplomó porque la Revolución la echó abajo, porque su ejército fue derrotado por el Ejército Rebelde y no por las razones que Batista ofrece en los diversos libros y escritos publicados después del 1ro de enero de 1959. De sus tesis se han hecho eco algunos estudiosos de la Revolución cubana, con el propósito de restar importancia al papel de Fidel Castro y los combatientes rebeldes. Ellos sostienen la pintoresca idea de que Fidel no ganó la guerra, sino que Batista la perdió.
Veamos como refleja Batista en su libro Respuesta las contradicciones que hemos señalado y el papel deformador que él le asigna en los acontecimientos militares y políticos que condujeron al fin de la dictadura. Comienza por las discrepancias entre el jefe de Estado Mayor Conjunto, general Francisco Tabernilla Dolz y el jefe de operaciones en la Sierra Maestra, general Eulogio Cantillo Porras: “Nuevos incidentes vendrían a recrudecer las discrepancias entre el jefe del Estado Mayor Conjunto y el jefe de Operaciones en la Sierra Maestra. El jefe del territorio militar en donde operaban las fuerzas tácticas, general Río Chaviano, cuñado del general Tabernilla DoIz y hombre de su confianza [...] interfería las órdenes del jefe de Operaciones, y pronto surgieron rivalidades y pugnas por los intereses creados”.[6]
 Más adelante dice: “El poco progreso logrado por el general Cantillo como jefe de Operaciones en la Sierra Maestra, los valles y las áreas correspondientes a su territorio, dio motivo a que en el ejército corriera el rumor de que el jefe de Estado Mayor Conjunto, por reivindicar a su pariente que no había obtenido éxito en el mando que ahora tenía el general Cantillo, no le prestaba la cooperación necesaria, demorando o saboteando las operaciones militares y las solicitudes que dicho general hacía al Estado Mayor Conjunto. Se atribuía también esta falta de cooperación a informaciones que se dice daba el general Río Chaviano al general Tabernilla Dolz, nada favorables al jefe de Operaciones de la Sierra Maestra”.[7]
Las pugnas por los intereses creados que Batista menciona se refieren a las gruesas sumas de dinero que el general Río Chaviano traspasaba a su cuenta y a la del general Tabernilla, de los fondos destinados a las raciones en la Sierra Maestra y que al ser designado Cantillo para esa función no se podía continuar haciendo. Pero las discrepancias entre Tabernilla y Cantillo eran de mayor relevancia. El segundo era  un militar de academia, mucho más preparado que el primero para las funciones que este desempeñaba. Gozaba de más prestigio y reconocimiento en el ejército y no era un corrompido, ni hombre asociado al crimen y la tortura. Cantillo no era un viejo batistiano. El 10 de marzo era coronel, jefe de la Fuerza Aérea y se sumó al golpe después de consumado el hecho, a solicitud de Batista, quien, de inmediato, lo ascendió a general. Durante algún tiempo estuvo preterido; pero cuando ya la guerra arreció sus servicios se hicieron imprescindibles, no obstante las aprehensiones y celos de Tabernilla.
El fracaso de la ofensiva de la tiranía cambió bruscamente el curso de la guerra. El Ejército Rebelde pasó a la ofensiva. La dictadura comenzó a batirse en retirada. La extensión de la guerra a casi todo el territorio nacional resultó una señal muy clara de  que el final estaba cerca. Las conspiraciones dentro de las fuerzas armadas se hicieron presentes. Hubo en ello una mezcla de cobardía y oportunismo, salvo excepciones, nada de simpatía por el Ejército Rebelde y su Comandante en Jefe; pero aun así, ello debilitó a un enemigo que se tornaba moribundo. En los últimos meses, sobre todo aquellos que van de octubre a diciembre de 1958, cuando las columnas invasoras de Camilo y el Che llegaron  a la provincia Las Villas y comenzaron a operar en ella y, en Oriente las fuerzas rebeldes iniciaron la ofensiva final, la dictadura dio inicio a un acelerado proceso de deterioro cuyas consecuencias, no solo militares, sino, además, políticas, la condujeron a su inevitable desaparición.[8]
La crisis dentro de los mandos militares llegó a situaciones insospechadas, apenas un año antes.
Los más íntimos del dictador empezaron a distanciarse y a reclamar, por diferentes vías y medios, su renuncia, lo que permitiría la huida hacia el extranjero y, de ese modo, evitar la justicia revolucionaria. El caso más notorio fue el de Francisco Tabernilla Doiz, un hombre clave del régimen. Tabernilla, era un viejo batistiano, un incondicional de absoluta confianza de Batista, una pieza fundamental del golpe de Estado del 10 de Marzo; pero ya en el final de la contienda, fue un hombre acobardado, desmoralizado, que trató por todos los medios de acelerar la retirada, cuando para él y sus hijos se hizo evidente que la guerra no se podía ganar.[9]
En su libro Respuesta, Batista ridiculiza a su viejo amigo con la siguiente narración:
En la noche del día siguiente me visitó en el Palacio Presidencial el jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), teniente coronel Irenaldo García Báez. Me informó que el jefe del Estado Mayor Conjunto había sostenido un cambio de impresiones en su despacho oficial con el general Alberto del Río Chaviano y el coronel Florentino Rosell, antes de salir a cumplir la misión ordenada. Que con motivo del cargo que desempeñaba como jefe del SIM se encontraba en el Estado Mayor y asistió incidentalmente a esa reunión.
Que en la misma participaron, además, entre otros, el general Eulogio Cantillo, el general Luis Robaina Piedra, el general Silito Tabernilla Palmero, jefe de la División de Infantería y encargado del despacho militar del presidente, que venía a darme cuenta, porque se asombró al oír las instrucciones que el jefe del Estado Mayor Conjunto daba a los jefes militares que tenían la misión de combatir a los rebeldes y reconstruir las comunicaciones terrestres. Que en conclusión, en la conversación, el general Tabernilla Doiz les dijo: “que consideraba perdida la causa nuestra”, desalentando a quienes tenían la misión de combatir para triunfar.[10]
Más adelante cuenta Batista en su libro:
En una visita a Palacio, sorpresivamente el general Tabernilla DoIz me ampliaba esos conceptos: “Debiendo hablarle con franqueza —agregó— muchos creen que usted se da cuenta, pero que interpretando como una cuestión de honor o de amor propio la cuestión, usted quiere seguir luchando por una causa que está perdida. Le juro —chief— que le hablo lealmente... a la verdad, todos creen que usted espera al último momento para pegarse un tiro... los oficiales con quienes yo he hablado lo creen a usted un suicida”.[11]
Veamos a continuación la conversación que cuenta Batista con Silito Tabernilla. Aunque no se precisa la fecha, debe haber ocurrido entre el 26 y el 31 de diciembre de 1958: “En la madrugada caminando por el polígono [...] Silito me informó que con lo que había quedado en el campamento no se podía contar y que de los pocos oficiales presentes para el servicio, la mayoría ofrecía resistencia pasiva o estaba conspirando. Que el soldado no quería pelear”.[12]  

La situación política de última hora 


El desastre en el terreno militar se hizo presente también en la escena política. Los sectores de las clases dominantes cubanas que habían apoyado la dictadura comenzaron a ver con preocupación el probable desenlace de los acontecimientos y cuanto podría ello afectar sus intereses. Otro tanto ocurrió por parte de los empresarios norteamericanos con negocios en Cuba. Para finales de 1958 era evidente que la situación política y su futura evolución escaparían a su control. Con un elevado sentido del oportunismo político, comenzaron a dar pasos para alejarse de la dictadura y acercar se a las fuerzas opositoras. La oposición a Batista no era homogénea, había en ella fuerzas genuinamente revolucionarias, simbolizadas en el Ejército Rebelde y su Comandante en Jefe Fidel Castro, y otras que representaban el conservadurismo o la moderación, a la cabeza de las cuales se encontraban viejas figuras de los partidos políticos burgueses, que con diferentes matices, solo aspiraban a un retorno a la situación prevaleciente antes del 10 de marzo de 1952.
Los sucesos se habían desarrollado de modo tal que estaba en peligro no solo la dictadura, sino el sistema político burgués en que se asentaba la dominación imperialista y la explotación capitalista del país. El 9 de diciembre de 1958 Batista recibió en el Palacio Presidencial a su viejo amigo William Pawley. Hombre de negocios, los había tenido en Cuba con Carlos Prío Socarrás y con el propio Batista en la Florida, había cumplido funciones diplomáticas como embajador en Brasil y en otras tareas del Departamento de Estado. Vino a Cuba enviado por dicho departamento y con la aprobación del presidente Eisenhower para recomendar al dictador que renunciara a favor de una junta cívico militar, cosa que Batista rechazó tajantemente, con el argumento de que entregaría el gobierno el día establecido, es decir, el 24 de febrero de 1959. La gestión de Pawley según su propia confesión, tuvo un inconveniente: que sus recomendaciones de bían hacerse a título personal y no como una sugerencia oficial.
En esa circunstancia, el 17 de diciembre de 1958, se produce la reunión entre Batista y Earl Smith, el embajador de Estados Unidos en Cuba, en la que este le informa en un lenguaje diplomático, que se le retiraba el apoyo y que lo más conveniente era su renuncia y salida del país inmediatamente. Tanto en el libro Respuesta de Fulgencio Batista, como en El cuarto piso de Earl Smith, se dan pormenores de la conversación. En aras de la brevedad de este artículo transcribimos un párrafo del libro de Batista: “Por las informaciones que el embajador Smith había recogido en fuentes militares y revolucionarias, de acuerdo con las interpretaciones que podía dárseles, suponía que los elementos básicos del ejército no resistirían hasta el próximo 24 de febrero en que debía tomar posesión el presidente electo”.[13]
Coincidentemente las clases dominantes cubanas asumían una posición similar para evitar males mayores. El desconcierto en ellas era general. El oportunismo y la cobardía alcanzaron límites insospechados.
Pocos días después de la entrevista Batista-Smith, el embajador norteamericano, sin recato alguno, emprendió un grupo de gestiones con importantes figuras del mundo de los negocios para que presionaran a Batista a renunciar. Estos trajines, francamente injerencistas, lo llevaron a conversar con uno de los hombres de mayor intimidad del dictador: Arturo Mañas. Este era el presidente de la poderosa Asociación Nacional  de Hacendados de Cuba y, del no menos influyente, Instituto Cubano de Estabilización del Azúcar. Gestiones similares se hicieron con la Asociación de Colonos de Cuba y la Asociación Nacional de Industriales de Cuba y otras importantes corporaciones económicas.
Mañas fue recibido por Batista alrededor del 25 de diciembre de 1958, en que, muy a pesar suyo, aquel cumplió la misión encargada por Smith.
Para que se tenga una idea de la crítica situación en que se encontraban las clases dominantes, vamos a reproducir algunos párrafos del libro Historia del Partido Comunista de Cuba de los autores Jorge García Montes y Antonio Alonso Ávila, editado en Miami en 1970:
El peligro de desplome era cada día más cercano. No por ello se interrumpió el proceso de corrupción. Todo lo contrario. Ganó empuje. Muchos altos funcionarios de las finanzas públicas, por ejemplo, solo atinaban a ponerse de acuerdo con los contribuyentes. ¿Para salvar al Estado? No. Para embolsarse parte de los impuestos, condonar otra y recaudar solo el mínimo indispensable que permitiera cubrir las formas. Y todos eran a sacar  dinero para el extranjero. La situación del tesoro empeoraba y al finalizar el año, como era de esperarse, no había fondos con que afrontar los gastos más esenciales.
Los sectores dirigentes de aquella sociedad, temblaban ante la incógnita de lo que podría venir. No era secreto que el gobierno se venía abajo y, sin pérdida de tiempo, maniobraron para definirse por quien suponían habría de asumir el poder político [...] En la Asociación de Hacendados, por ejemplo, se discutía [...] si debía o no exigírsele al presidente Batista, que renunciara. Describían la situación y planeaban la forma de ubicarse mejor junto a la Revolución, para defender sus intereses, con frases como estas: ‘Señores la Revolución es un hecho. No debemos permanecer alejados de quienes ya están llamados a escalar el poder [...].[14] El 4 de diciembre de 1958 The New York Times publicó un artículo muy revelador de la grave situación que atravesaba la burguesía azucarera. En dicho artículo se lee:
La zafra comienza en enero 15. Será imposible hacerla de no haber una solución. Hay 23 puertos azucareros de los cuales 12 están bajo control rebelde [...] por donde sale el 32 por 100 de todo el azúcar de exportación. Los guerrilleros también controlan las comunicaciones por tierra hacia otros 7 puertos [...] los que generalmente dan salida al 45 del azúcar de exportación [...] Se espera una tregua negociada previa a la zafra, porque a los hombres de negocios no les preocupa la fórmula de una solución política que lleve a Castro al poder, y sí que la lucha se extienda hasta el punto que se produzca el colapso económico del país. Si se pierde la ganancia del azúcar, la desintegración económica puede traer la insurgencia comunista [...].
En diciembre de 1958 el sistema político burgués en Cuba se hallaba sumamente deteriorado. No contaba con el ejército como instrumento esencial de dominación clasista, en la contienda había quedado hecho trizas, otro tanto había ocurrido con los partidos políticos de la burguesía, sus liderazgos y la institucionalidad burguesa. En cambio, la Revolución había creado su propio ejército: el Ejército Rebelde; contaba con sus propias organizaciones revolucionarias, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, el  Directorio Revolucionario 13 de marzo y el Partido Socialista Popular; había surgido un nuevo liderazgo, que bajo la dirección de Fidel, había demostrado su enorme capacidad aglutinadora, movilizativa y en el cual el pueblo tenía absoluta confianza; y una institucionalidad revolucionaria en los territorios liberados que era el preludio de los profundos cambios por venir. El significado más importante del 1ro de enero de 1959 no solo fue lo que se iba, sino lo que llegaba: Fidel Castro, el Ejército Rebelde, la Revolución. (Tomado del No. 33 del Boletín Revolución, editado por la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado)

(*) El autor es profesor de Historia de Cuba en la Universidad de La Habana.

Trabajos relacionados:

- 50 verdades sobre la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba
- La CIA y el FBI coordinaban cuerpos represivos en La Habana antes de 1959
- Juegos de la mentira (lo que dijeron sobre el desembarco del yate Granma, Fidel y los expedicionarios)

Notas:

[1] En el plan elaborado por el Estado Mayor Conjunto las siglas F.F. fueron llamadas burlonamente: Fin de Fidel; pero los combatientes del Ejército Rebelde tuvieron un acierto mayor al denominarla: Fin de Fulgencio.
[2] Una respuesta a esta pregunta el lector puede encontrarla en el libro del Dr. Roberto Pérez Rivero Desventura de un ejército, Ed. Oriente, 2003.
[3] Fulgencio Batista: Respuesta, editado por Manuel León Sánchez, pp. 165, 167-168, México, 1960.
[4] Academia de las FAR: La Revolución cubana 1953-1980, Selección de lecturas, segunda parte, p. 243.
[5] Ibídem, p. 244.
[6] Fulgencio Batista: Ob. cit., p. 85.
[7] Ibídem, p.86.
[8] Para una mayor ampliación de este tema el lector puede consultar los libros: Desventura de un ejército del Dr. Roberto Pérez Rivero y La guerra de liberación en Cuba 1956-1958 de un colectivo de autores.
[9] Los hijos del general Tabernilla DoIz: general Carlos Tabernilla Palmero, Winsy, jefe de la Fuerza Área, y Francisco Tabernilla Palmero, Silito, jefe del despacho militar de Batista e íntimo de este.
[10] Fulgencio Batista: Ob. cit., pp. 95-96.
[11] Ibídem, pp.107-108.
[12] Ibídem, p.137.
[13] Ibídem, p.101.
[14] Jorge García Montes y Antonio Alonso Ávila: Historia del Partido Comunista de Cuba, Editorial Universal, pp. 546-547, Miami, 1970.


La injerencia gringa en Cuba llegaba a extremos tales, que el 17 de diciembre de 1958
se produce una reunión entre Batista (der.) y Earl Smith, el embajador yanqui, en la que
este le informa en lenguaje diplomático, que Washington le retira el apoyo y lo conmina a
presentar su renuncia y salir inmediatamente del país.

Francisco Tabernilla Doiz, un incondicional de Batista en tanto pieza fundamental del golpe
de Estado del 10 de Marzo, fue al final de la contienda un hombre acobardado, desmoralizado, que trató de acelerar la retirada, cuando
se hizo evidente que la guerra no se podía ganar.

Batista hizo de la Guardia Rural otro de sus más temidos cuerpos represivos.

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