José Jasán Nieves Cárdenas
Las Universidades Médicas de Cuba son verdaderas torres de Babel donde conviven estudiantes de casi todos los continentes. Pero existe un grupo numeroso de alumnos que tras seis años en la Isla, todavía resultan un enigma para la mayoría de la población.
Son casi un millar de jóvenes de Pakistán, que accedieron a becas otorgadas por el gobierno cubano tras el devastador terremoto de 2005 en Cachemira, y que han vivido alegrías y tensiones al contactar con un país muy diferente al suyo.
La aventura de conocer al otro
“Cuando uno no sabe cómo es la otra persona, piensa lo que quiere pensar. Con el tiempo se ha visto que somos estudiosos y respetamos mucho, por eso se han eliminado las resistencias”, comenta Shaista Naz, una joven de 25 años, natural de la provincia de Punjab.
“La comida fue la primera dificultad que encontramos en Cuba”, dice Shaista, evocando el choque con un medio culinario basado esencialmente (no solo por preferencia, sino por falta de otras opciones) en el cerdo, la carne prohibida para los musulmanes.
Es por eso que uno de los retos mayores ha sido garantizarse la comida “Jalal”: cordero, chivo, res, carnero y pollo, sacrificados por musulmanes de la misma religión, quienes leen una oración específica durante la matanza. “La dirección de la Universidad nos garantiza ese aseguramiento, y nos diseñó un comedor separado”, explica Mohammad Essa Khan, alumno del sexto año y nacido en Baluchistán.
Otra de las barreras que han aparecido es la expresión de los afectos con la cercanía física. La cultura latina y caribeña es de mucho roce, besos constantes, manos tomadas entre hombres y mujeres; a diferencia de los indoasiáticos.
“Al inicio era muy desagradable que se te acercaran a saludarte y tener que negar el contacto, pero una vez que supimos hablar español, pudimos explicarnos y se fue resolviendo el problema… aunque aquí en Cienfuegos la gente todavía no sabe qué hacer con nosotros”, explica entre risas la joven.
“Lo otro es la ropa. Cada vez que nos pasan por el lado y nos ven tan vestidas nos dicen que por qué estamos así si hay tanto calor, y les tenemos que decir que estamos acostumbrados”, continúa Naz. “Esa ropa que usamos es muy fina, sobre todo si se compara con la mezclilla que tanto le gusta a los cubanos”, aclara por su parte Mohammad.
Según estos futuros médicos, la vestimenta musulmana tiene también un fin “profiláctico”.
“En Cuba si un hombre ve a una muchacha bonita enseguida le chifla detrás y le quiere hablar o decir cosas. En mi cultura eso es un falta de respeto muy grande, y para evitar la tentación se usan esas ropas que no marcan el cuerpo”, sostiene Essa.
Los prejuicios y el conflicto
Quizás permeada por los estereotipos de gente violenta y conflictiva que se endilga a los musulmanes; la política hacia los becarios paquistaníes concibió inicialmente su educación en escuelas ubicadas en parajes apartados, lejos de las ciudades.
Luego del segundo año en Cuba y ante la tardanza de las autoridades en permitir la interacción de los extranjeros con los pacientes (un rasgo esencial de la enseñanza de la medicina) el malestar entre los jóvenes asiáticos condujo a la decisión masiva de dejar de asistir a clases.
Compulsado por una presión que no suele conocer ni tolerar, el gobierno cubano aceptó distribuirlos en las Universidades médicas de las tres provincias centrales (Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus), pero la rebeldía tuvo su precio, pues las autoridades del archipiélago dispusieron la expulsión de los 15 líderes de la protesta.
Fue entonces cuando ocurrió el capítulo más dramático del conflicto, porque para sacar de los planteles a los cabecillas, fueron empleadas las fuerzas especiales de la Policía, en un enfrentamiento violento que fue filmado en video y que circuló por todo el país.
Cuatro años después la convivencia ha limado las asperezas que surgieron en la interacción de culturas tan diferentes.
No obstante, para la mayoría del pueblo cubano los paquistaníes o no existen o son “árabes”, como cualquier otro musulmán, en gran medida porque la prensa del archipiélago los ha ignorado, excepto cuando mencionó la cifra de los primeros graduados de esta nacionalidad.
De hecho, para poder conversar con ellos ha de solicitarse permiso a las autoridades universitarias; en un rasgo más del semi aislamiento y la extrema cautela con que desde el inicio se maneja la presencia de estos alumnos en el sistema de enseñanza.
Se termina extrañando
“Yo estoy seguro que vamos a extrañar muchísimo Cuba cuando regresemos a nuestro país”, sigue diciendo Mohammad, quien dice haber disfrutado mucho aprender español y convivir con los cubanos…y sus playas. “Ya si no voy en el verano a la playa pienso que no he tenido vacaciones”, dice risueño.
“Además, diré orgulloso que soy médico cubano, porque aunque soy paquistaní, me formaron muy bien aquí”, concluye enfatizando, con un claro acento de esta isla en el Caribe.
El beneficio es mutuo, porque silenciosa, o silenciada, la interacción con estos jóvenes también ha influido un poco en el país, no solo por los cada vez más frecuentes conversos al Islam que comienzan a verse, sino porque el conocimiento del otro promueve una vocación de diálogo y entendimiento en el a veces egocéntrico carácter insular. (Tomado de El Toque)
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