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domingo, 16 de noviembre de 2014

¿Y cómo van a conocer de música?

Buena parte de los estudiantes de las enseñanzas secundaria, preuniversitaria e incluso universitaria no tiene ni idea de quién es Pete Seeger, por sólo mencionar uno en larga lista de íconos de la música.
Julio Martínez Molina

No hablemos de música clásica o tradicional cubana. Hablemos tan solo de música contemporánea internacional de los siglos XX y XXI. En uno de los países de mejor educación del mundo, hecho reconocido por la UNESCO en sus informes puntuales, gran parte de los pupilos de las enseñanzas primaria, preuniversitaria e incluso universitaria no tiene ni idea de quiénes son Bob Dylan, Pete Seeger, Bruce Springteen, Chavela Vargas, Mercedes Sosa, Susana Baca, Caetano Veloso, Leonard Cohen, Gregory Porter, Mavis Staples e infinidad de artistas más. ¡Sí, que así de grandes son las oceánicas lagunas!

Está bien que, en el mejor de los casos, en una clase de Educación Artística el profesor le de a conocer al alumno qué es una semicorchea y le oriente luego determinado trabajo extraclase sobre dos glorias de la música cubana. Mas, si dicho docente no lleva al aula, grabada, para escucharla y desmenuzarla, la obra de los creadores a quienes (por razones jerárquicas, estéticas, históricas) le urge incorporar al acervo cultural del estudiante, todo quedará en la mera enunciación antivaleriana.
Van en contra varios elementos aquí, es cierto. Primero: la tecnología. Segundo: escasa disponibilidad de materiales de dichos autores o dificultad de los maestros para agenciárselos. Tercero: la no inclusión de nombres básicos de este arte en los planes de estudio de la materia que, al mismo modo de disímiles campos del saber en Cuba, quedó en franco desfase con el desarrollo experimentado por la rama gnoseológica o artística puntual en el planeta.
Por supuesto, el peso fundamental de la lesa incultura musical de considerable segmento de nuestros educandos no recae en la escuela. Perjudicado por el bloqueo estadounidense de acceder al mercado mundial del disco, el estudiante cubano (ni nadie; no sea viaje), no accede a fonogramas de figuras claves de la música. Algunas disqueras nacionales realizan eficiente labor de promoción de nombres esenciales de la isla, si bien el precio de los fonogramas anda en total desacople con el ingreso del ciudadano medio.
No obstante, aunque la placa física no toque puerto local, sí existen otras vías de localizar discografías completas (en formato digital) de esos indispensables desconocidos que llenan de espacios en blanco las incompletitudes formativas. 
Ahora, ni siquiera así, teniéndolos en su presencia, algún receptor nuestro (no necesariamente joven) sabrá identificarlos, decantarlos, “pescarlos”.
¿Por qué? Por lo anterior y porque la educación crítica musical constituye otra de las grandes asignaturas pendientes de los medios criollos. Salvo Los que soñamos por la oreja, sección de Joaquín Borges-Triana los jueves en Juventud Rebelde, no existe otro espacio interpretativo del tema en la prensa periódica nacional.
En cambio, ingente e histórico quehacer en tal campo sí distingue, en el terreno especializado, a El Caimán Barbudo. La columna sobre autores musicales del director de este último medio, Fidel Díaz Castro, en La Jiribilla, es igual de recomendable. A la aparición de Oni Acosta en la televisión nacional, cabría sumarle las reseñas valorativas de Amaury Pérez en Cubadebate y algunos espacios radiales u otros foros. Sin embargo, visto todo ello en conjunto, resulta mínimo, y en realidad se difumina dentro del contexto de proposiciones.
Si se compara la inserción mediática de la crítica musical con la de otras manifestaciones, suele perder. Aun cuando ninguna goza de buena salud, al menos un crítico de cine te desmonta y muestra una película en la tele. ¿Cuál es la razón de que no exista lo mismo para el arte sonoro y sean valorados los discos recientes, garantizando la imagen a partir de los videos clips de los números que ya cuenten con dicha expresión?
Por el contrario, en la parrilla televisiva, como en diversos programas de las emisoras radiales provinciales, prosigue imperando la política romana de pan y circo, abunda la inane alusión referativa y continúa el vasallaje de pueriles juicios de valor preñados de incontinencia y exageración, los cuales contribuyen negativamente a descolocar el criterio del receptor no avisado.
Sería formidable que en la televisión, lo mismo en los periódicos, revistas o portales digitales, se le diera la posibilidad de comentar a los propios músicos. Esa brecha abierta por Cubadebate con el autor de Hacerte venir debe ser replicada, estimulada. Si no están los críticos que al menos lo hagan los artistas. El objetivo final es cuanto cuenta, y este pasa por la esencial misión de “convertir” a la música al pagano malformado por medios, influencias, el perjuicio de la gente equivocada en el lugar correcto (leáse instituciones), gestores de venta por cuentapropia...
Cuba, paradoja navegante, es la Isla de la Música. Sin embargo, sus niños, jóvenes y muchas personas adultas están sumidos en el mismo (o peor) servilismo mercantil que cualquier república bananera de las transnacionales del pentagrama. Revertir tal alteración representa urgente imperativo.

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