Héctor R. Castillo Toledo
EMULANDO EN ÍNFULAS agresivas a su predecesor, George W. Bush, el mandatario de los Estados Unidos Unidos y flamante “Nobel” de la Paz (¿estarán repartiendo los premios por irse a la guerra como Mambrú?) autorizó este jueves usar en Libia aviones no tripulados del tipo Predator, una de las tácticas de guerra de cuarta generación empleadas hasta ahora en Irak y Afganistán con fatales resultados.
Y menos de 48 horas más tarde, por conducto del canal oficial del Pentágono, llegan las noticias del primer ataque con uno de estos macabros artilugios sobre territorio libio. Como para no dejar duda de la veracidad, rápida salió también la confirmación del Departamento de Defensa.
Escueta, como todas, la comunicación no incluye ningún detalle de la operación, salvo que tuvo lugar en las primeras horas de la tarde, según el huso horario local del territorio norafricano colocado en el colimador de la OTAN por obra y gracia de la ONU y bajo las banderas de una supuesta “operación humanitaria”.
En el colmo del cinismo, como argumento de sostén a la nueva y descabellada decisión, el secretario norteamericano de Defensa, Robert Gates, dijo la víspera del ataque que el visto bueno del presidente Barack Obama a la utilización de los Predator obedecía a su personal interés en emplear armas de mayor precisión durante los ataques contra las fuerzas leales al mandatario Muamar el Gadafi.
Apabullados por el constante bombardeo de críticas al incremento desmesurado de las llamadas “bajas colaterales”, léase población civil y objetivos sin interés militar alguno, el inquilino de la Casa Blanca ha decidido usar esta nueva carta, que dista de ser un As en manga por su dudosa eficacia, demostrada en los teatros de operaciones con decenas de ataques sobre blancos erróneamente identificados como potenciales enemigos y que al final resultaron ser campamentos de refugiados o caravanas de civiles huyendo de las zonas de guerra.
Por si fuera poco, la rúbrica encargada de dar luz verde al empleo sobre Libia de los drones sumó la decisión presidencial de entregar una suma de 25 millones de ayuda a los rebeldes, cifra cuya eufemística denominación mueve a risa: “excedentes militares no letales”.
El anuncio público desencadenó enseguida preguntas bien incómodas, como la de cuestionar si no era de carácter marcadamente más humanitario, que se aviene más con la condición del firmante de la orden, desviar esos fondos a la exigua cuota empleada y comprometida por los Estados Unidos para la reconstrucción del devastado Haití.
Curiosamente, ambos anuncios coinciden con la sorpresiva visita que realizó a Benghazi el ultraconservador y ex candidato presidencial republicano John McCain, quien con su habitual discurso guerrerista criticó a su gobierno de ir camino al estancamiento en Libia debido a la tibieza con que había asumido la aventura militar, palabras de seguro alusivas a la “resistencia” de Obama a la profundización de la participación militar estadounidense en el conflicto, como si la anuencia, el dinero y el respaldo moral lo eximieran de culpas. Pero bueno…
Haciendo galas de lo peor que pudieron haber sido las cosas con él de haber llegado a la poltrona, McCain pidió intensificar los ataques contra las fuerzas pro-Gadafi, utilizando aviones como el A-10 y aparatos artillados AC-130 que la Casa Blanca y el Pentágono han retirado de la lucha, citando la amenaza de los misiles portátiles en tierra. También criticó que la aviación de combate de los aliados no han actuado como es debido y los instó a tomar la iniciativa.
Al parecer olvidado de los desenlaces que depara el destino a quien se dedica al hobby de criar cuervos, McCain, firme defensor de la abierta intervención militar en Libia, pidió a los Estados Unidos reconocer al Consejo de los rebeldes como el gobierno legítimo del país, tal como ya hicieron Francia, Italia y Qatar. Según sus palabras, eso facilitaría entregar dinero y armas en una escala similar a la suministrada en apoyo de aquellos que lucharon la ocupación soviética de Afganistán en la década de 1980.
Y como para despejar cualquier sombra de dudas aseguró: "He conocido a estos valientes luchadores, y no son de Al Qaeda (…) son patriotas que quieren liberar a su nación".
Nada, que el Nobel de la Paz, asediado por las críticas internas del bando republicano ha dado un nuevo paso que lo pone casi a la misma altura de aquel que, a bordo de uno de los símbolos del poderío militar de Estados Unidos, el portaaviones Abraham Lincoln, se apresuró en proclamar seis semanas y un día después del inicio de la guerra que derrocó a Saddam Hussein: "La batalla de Irak es una victoria en la guerra contra el terrorismo”.
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