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domingo, 17 de junio de 2012

Cabezas empaladas y subconscientes revelados

Julio Martínez Molina

A despecho de la Primera Enmienda de la Constitución Estadounidense, el alto mando del Partido Republicano exigió explicaciones a la cadena de cable HBO por colocar la cabeza de George W. Bush en una de las empalizadas aparecidas en la serie más exitosa del emporio televisivo en estos momentos: Juego de tronos (Games of thrones), según la saga de novelas firmadas por George R. Martin.
Ninguno de los numerosos despachos al respecto se detiene en el detalle de que dicha inserción tuvo lugar año y tanto atrás, en la primera temporada (ya finalizó la segunda). Al parecer, colegimos, alguien advirtió de manera tardía en el visionado de los packs de DVD, los cuales ahora se venden como pan caliente en el planeta, el rostro del anterior presidente. Dio rewind, pausa, y allá fue eso…
En cuestión, la réplica de la testa del ex gobernante aparecía encajada a una estaca -a lo Najibullah-, durante capítulo perteneciente a citado segmento apertural de la obra.
Comoquiera que son legiones los cubanos quienes siguieron ambas temporadas gracias a las posibilidades de la tecnología digital, puede decirse aquí sin elitismo alguno que se trata del momento cuando el joven Joffrey (heredero del Trono de Hierro) obligaba alevosamente a su prometida Sansa (la hija mayor de los Stark, cuyo padre fue eliminado por mandato de Joffrey) a observar una serie de cabezas que había mandado cortar. Entre estas se encontraba la de quien entronizó la política de la “guerra preventiva” en West Point contra 60 o más rincones oscuros del planeta e instauró la sangría eterna planetaria post-11 de Septiembre, bajo la excusa de “luchar contra el terror”.
Luego de ofrecer las más diversas, raras excusas (¡escasez de dinero¡ para prótesis, “no es una declaración política, tuvimos que agarrar cualquier cabeza que tuviéramos a mano”) HBO debió pedir disculpas de forma oficial hace escasos días y prometer públicamente que en las nuevas ediciones de sus DVD eliminará dicha escena. Se habrá disculpado por el “descuido involuntario”, pero cuanto hizo en realidad la cadena no fue sino exteriorizar el subsconsciente o mejor el sentimiento de odio de gran parte de la intelectualidad y el pueblo norteamericano hacia este rocambolesco personaje y su combo pensante siniestro de asesores neocom (Rove, Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Gates), quienes sumieron al mundo en este cenagal sin asideros en el cual se encuentra hoy día.
En 2008, durante el año postrero del mandato del penúltimo emperador, Jesús Ruiz Mantilla, lúcido periodista español, realizó certero diagrama de cómo literatos y cineastas reflejaron la herencia del demente, alcohólico y semianalfabeto genocida. Lamentablemente siempre se enfoca a su figura en tanto representación de un orden de cosas, pero dentro del sistema imperial de la actualidad los número 1 son solo ejecutores de las políticas diseñadas por omnipotentes conglomerados de poder (políticos, corporativos, financieros). No obstante, en alguien precisa personalizarse el enunciado de las interpretaciones. Escribía a la sazón el mencionado redactor: “Antes del fin, el miedo se convierte en la efigie de todos los rostros. Es un gesto que comprobamos últimamente demasiado a menudo en las fotografías, en las imágenes en movimiento de las televisiones e Internet, pero también en el cine y en los libros que salen del imaginario de los creadores norteamericanos. Lo hemos visto en las caras aterradas de las criaturas que concibieron Stephen King y Frank Darabont para La niebla; paseando junto a un padre y su hijo por las ruinas de la civilización en un carrito sobre La carretera, de Cormac McCarthy; advertidos por los monstruos del espacio desconocido en La guerra de los mundos que resucitó Steven Spielberg… Son ejemplos del epitafio que los artistas estadounidenses en todos los frentes han elegido para retratar la era Bush: ni más ni menos que el Apocalipsis”.
Por el desintegrado tejido social de la nación “es el lugar por el que caminan los fantasmas que Philip Roth echa a andar por la ciudad en Sale el espectro, una novela de lo más hiriente sobre la era Bush. O la descorazonadora radiografía de la familia ofrecida por Sydney Lumet en Antes que el diablo sepa que has muerto. Por no hablar de la fábrica de bestias ausentes de sentimientos que Paul Haggis pinta dentro del laberinto mortífero que dibuja en En el valle de Elah. Máquinas de matar que han puesto los valores de todo un país boca abajo, como Tommy Lee Jones decide colocar la bandera de su pueblo. Todo un símbolo que pocos se han atrevido a plasmar en una pantalla”.
Eduardo Lago, escritor y director del Instituto Cervantes de Nueva York, consideraría que tras el 11 de septiembre de 2001, “se produjo el más abyecto oscurantismo conocido por este país en mucho tiempo. Recuerdo conversaciones con Norman Mailer, Joan Didion, Janet Malcolm o Paul Auster. El ambiente era de simple desesperación. Apocalipsis es la metáfora perfecta. Mailer hablaba de que EUA vivía un régimen prefascista y de que el mayor peligro era inventar excusas para socavar la democracia”, añade Ruiz.
No, no es de creer que haya sido un “descuido” la cabeza empalada de HBO. Fue un pase de cuentas al mefistofélico enviado, con sus tanques pensantes.

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