David Brooks
“Ya se nos fue este angelito / quizá cuantos más se irán…. A causa del maldito mal / De haber pobres y haber ricos… Ya se murió el angelito / Y no quisiera llorar / Quisiera poder matar / Al culpable del delito”, como lo canta Óscar Chávez.
Las estadísticas pintan de luto al país (Estados Unidos). De los 8.7 millones de empleos perdidos en la gran recesión de 2007 a 2009, sólo se han recuperado la mitad, y gran parte de ellos son con salarios y beneficios inferiores. Jóvenes con estudios universitarios regresan a la casa de sus padres no sólo por no encontrar empleo (la proporción de jóvenes de 20 a 24 años en la fuerza laboral está en su punto más bajo desde 1972), sino con deudas de decenas de miles de dólares por una educación que vale nada ante un futuro anulado. Uno de cada siete hogares padece hambre (el número más alto jamás registrado en décadas posguerra). El número de pobres marca nuevos récords mientras los programas de apoyo social se reducen.
Los gobiernos estatales y municipales están cerrando escuelas y hospitales (pero siguen abriendo cárceles) por falta de presupuesto. Por primera vez, la expectativa de vida promedio de los trabajadores blancos pobres se ha desplomado cuatro años.
Ante todo esto, varios economistas prominentes, como el premio Nobel Joseph Stiglitz, declaran muerto el sueño americano a causa del "maldito mal": la cada vez más extrema desigualdad en riqueza. La crisis mata angelitos por todas partes.
Del otro lado de este mar de miseria se reveló lo que todos sabían, pero no con nombre y apellido: los más ricos se hicieron aún más ricos.
La lista de los 400 estadunidenses más ricos elaborada anualmente por la revista Forbes detalló los que mejor lucran con la condición de las mayorías en el país. El valor neto combinado de los 400 estadunidenses más ricos se incrementó 13 por ciento en el último año para llegar a 1.7 billones de dólares, informó Forbes. Esta suma es equivalente a un octavo del valor de la economía de Estados Unidos (13.56 billones de dólares) y su tasa de incremento fue mucho más alta que la del crecimiento de la economía nacional con la cual se amplió la brecha entre ricos y pobres, reportó Reuters.
El valor promedio de estos 400 marcó un récord de 4 mil 200 millones de dólares, incremento de 10 por ciento respecto del año anterior. Una cuarta parte del club de 400 proviene del sector financiero e inversionista, justo el responsable de detonar la peor crisis desde la gran depresión; otra cuarta parte son de los sectores de tecnología, medios o energía.
El condado de Manhattan, en la ciudad de Nueva York, ahora tiene una brecha de disparidad en ingreso más marcada que casi cualquier otra parte del país, comparable a las disparidades en los países del África subsahariana, según cifras del censo analizadas por el New York Times. En la ciudad de Nueva York, donde se concentra el mayor número de multimillonarios de la lista de Forbes en el país (53), se registra una tasa de pobreza de 21 por ciento (o sea, más de uno de cada cinco residentes).
En este contexto, el candidato republicano Mitt Romney comentó, en una reunión privada de donantes millonarios grabada en secreto, que 47 por ciento de los estadunidenses no pagan impuestos federales y "mi tarea es no preocuparme por esa gente. Jamás los convenceré de que deberían asumir responsabilidad personal y cuidado por su vidas", o sea, que son parásitos. Resulta que una gran mayoría de ese 47 por ciento son familias trabajadoras, jubilados que trabajaron toda su vida; otros son miles de militares en zonas de combate (que por estar desplegados no se les cobra un impuesto federal por sus salarios), y estadunidenses con incapacidades físicas.
Pero a nadie le sorprendió el gran desprecio a los trabajadores del Partido Republicano, encabezado por Romney, tal vez el candidato más rico de uno de los principales partidos en décadas.
Para el economista Paul Krugman, todo esto proviene de una visión republicana según la cual los empresarios son los generadores de todo bien económico, mientras todos los demás dependen de ellos. "A los ojos de quienes comparten esta visión, los ricos merecen un trato especial, y no sólo en la forma de impuestos bajos. Tienen que recibir respeto, de hecho, deferencia, en todo momento", y si alguien se atreve a mencionar, aun ligeramente, que los ricos no merecen tal respeto, lo acusan de "socialista".
Lewis Lapham, director de Lapham’s Quarterly, recuerda que Mark Twain afirmó que una sociedad que consiste en la suma de su vanidad y avaricia no sólo no es una sociedad, sino es un estado de guerra. Lapham escribe en su revista que “la formación de la voluntad del Congreso y la selección del presidente estadunidense se ha vuelto un privilegio reservado para las clases ecuestres del país, también conocidos como el 20 por ciento de la población que controla 93 por ciento de la riqueza; los felices pocos que administran las empresas y los bancos, son dueños y operan los medios noticiosos y de entretenimiento, componen las leyes y gobiernan las universidades, controlan las fundaciones filantrópicas, los institutos de política, los casinos y las arenas deportivas. Su compañía ansiosa y despilfarradora tiene la marca de oligarquía…”
Agrega que “es la sabiduría de la época… que el dinero gobierna al mundo, trasciende las fronteras de estados soberanos, sirve como la luz para las naciones y es lo que riega el árbol de la libertad. ¿Qué necesidad hay para estadistas, y menos políticos, cuando en verdad no es necesario conocer sus nombres ni acordarse de lo que dicen? El futuro es un producto que se compra, no una fortuna que se descubre”.
Cada vez es más amplio el coro -expresado en las consignas del movimiento Ocupa Wall Street, en los análisis de algunos de los economistas y comentaristas más reconocidos (Stiglitz, Bill Moyers, Lapham, Noam Chomsky), en los millones de anónimos con hambre y sin futuro aquí- que empieza a cantar, sin saberlo, estrofas, en inglés, de El Angelito. (Tomado de La Jornada)
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