El cabildo más poderoso en Washington no es la NRA (Asociación Nacional del Rifle). Es la derecha que odia a Castro y que tiene a la burocracia de Obama aterrada e inerte
William M. Leogrande*
Jay-Z y Beyoncé están descubriendo que la fama no provee de inmunidad contra la animosidad del Cabildo de Cuba contra cualquiera que tenga la audacia de actuar como si Cuba fuera un país normal, en vez de ser el corazón de la oscuridad. Después de la reciente visita a la Isla de los iconos del pop para celebrar su aniversario de boda, el contingente congresional del Cabildo de Cuba –el senador Marco Rubio, la representante Ileana Ros-Lehtinen y el representante Mario Díaz-Balart– fustigó a la pareja y exigió que fuera investigada por violar el embargo de EE.UU. a Cuba que dura ya medio siglo. (Como resultó, el viaje había sido autorizado por el Departamento del Tesoro como intercambio cultural.) Aún así, los viajes de famosos a Cuba llegan a los titulares, y la condena por parte del Cabildo de Cuba pronto le sigue.
Pero lo que parece un espectáculo secundario de Hollywood es en realidad un síntoma de un problema mucho más profundo y mucho más peligroso –un problema muy parecido al que afectó la política norteamericana hacia China en las décadas de 1950 y 1960. Entonces, al igual que ahora, un agresivo cabildo de política exterior fue capaz de impedir un debate racional acerca de una política anacrónica al intimidar a cualquiera que se atreviera a retarla.
“Tierra baldía”. Así fue cómo W. Averell Harriman describió al Buró de Asuntos del Lejano Oriente del Departamento de Estado cuando se hizo cargo de él por orden del presidente John F. Kennedy en 1961. “Es un área de desastre llena de ruinas humanas… Algunos de ellos están tan vapuleados que no pueden ser salvados. Algunos de los que uno quisiera salvar están acabados. Ellos tratan y escriben un informe y no sale nada. Es algo terrible”.
Como recuerda David Halberstam en Los mejores y más brillantes, la destrucción de la experiencia del Departamento de Estado en asuntos asiáticos fue el resultado del asalto de décadas por parte del Cabildo de China a cualquiera, desde profesores hasta funcionarios del Servicio Exterior, que disputara la acusación de que los simpatizantes comunistas en Estados Unidos habían “perdido a China”. El Cabildo de China y sus aliados en el Congreso obligaron al presidente Harry Truman y al presidente Dwight Eisenhower a purgar el Departamento de Estado de sus más antiguos y conocedores “expertos en China”, mientras continuaban perpetuando la ficción de que el gobierno nacionalista en Taiwán era la “verdadera” China, en vez del gobierno comunista en el continente –una posición política que persistió después de que el resto del mundo había hecho las paces con la victoria de Mao Zedong. El resultado fue un departamento que tenía poco conocimiento de Asia y que estaba aterrado de desviarse de la ortodoxia de la extrema derecha. Este estado de cosas contribuyó directamente a la debacle de Vietnam
En la actualidad, las relaciones de EE.UU. con Latinoamérica sufren de una política igualmente irracional hacia Cuba –una política diseñada en la década de 1960 para derrocar al gobierno de Fidel Castro la cual, 50 años después, está igualmente lejos de tener éxito. Al igual que la política norteamericana hacia China en las décadas de 1950 y 1960, la política hacia Cuba está congelada por un cabildo de política interna, este con raíces en el electoralmente crucial estado de la Florida. El Cabildo de Cuba combina la zanahoria del dinero político con el garrote de la denuncia política para mantener a raya detrás de una política a vacilantes miembros del Congreso, burócratas gubernamentales e incluso presidentes que, como el propio presidente Barack Obama admite, ha fracasado durante medio siglo y no es apoyada prácticamente por ningún otro país. (La última vez que se sometió al voto de la Asamblea General de la ONU, tan solo Israel y la isla del Pacífico de Palau se alinearon con Estados Unidos.) Por supuesto, en este punto la noticia no es que existe un Cabildo de Cuba, sino que sorprendentemente aún está vivo –incluso durante la presidencia de Obama, quien públicamente aseguró a adoptaría un nuevo enfoque en cuanto a Cuba, pero cuya política hasta ahora ha sido obstaculizada.
Al igual que el Cabildo de China, el Cabildo de Cuba no es una organización, sino un conglomerado un tanto suelto de exiliados, miembros receptivos del Congreso y organizaciones gubernamentales, algunas de las cuales conforman una industria de interés personal alimentadas por el flujo de dinero de la “promoción de democracia” proveniente de la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU. (USAID). Y al igual que sus predecesores China-obsesos, el Cabildo de Cuba fue lanzado por instigación de republicanos conservadores en gobiernos que necesitaban patrocinadores externos para promover sus metas de política partidista. En la década de 1950, eran republicanos miembros del Congreso que batallaban acerca de la política hacia Asia con los del Nuevo Trato en la administración Truman. En la década de 1980, eran funcionarios en la administración de Ronald Reagan que batallaban contra los congresistas demócratas acerca de la política hacia Centroamérica.
A solicitud del Cabildo de Cuba, Reagan creó Radio Martí, siguiendo el modelo de Radio Europa Libre, para transmitir propaganda hacia Cuba. Él nombró a Jorge Mas Canosa, fundador de la Fundación Nacional Cubanoamericana (FNCA), para presidir la junta de supervisión de la radio. El presidente George H.W. Bush prosiguió con TV Martí. El senador Jesse Helms (republicano por Carolina del Norte) y el representante Dan Burton (republicano por Indiana), fueron los autores de la Ley de Libertad Cubana y Solidaridad Democrática, convirtiendo así el embargo económico en ley, de manera que ningún presidente pudiera cambiarla sin aprobación del Congreso.
Fundada a sugerencia de Richard V. Allen, primer asesor de seguridad nacional de Reagan, la FNCA se convirtió en una de las organizaciones étnicas de política exterior más poderosa en Estados Unidos y fue el eje del Cabildo de Cuba hasta la muerte de Mas Canosa en 1997. “Ningún individuo tuvo más influencia sobre las políticas de Estados Unidos hacia Cuba durante las últimas dos décadas que Jorge Mas Canosa”, dijo The New York Times en un editorial. En Washington, la FNCA fortaleció su reputación al repartir contribuciones de campaña para apuntalar a amigos y castigar a enemigos. En 1988, el dinero de la FNCA ayudó a Joe Lieberman a derrotar al entonces senador Lowel Weicker, a quien Lieberman acusó de ser tolerante con Castro porque visitó Cuba y había pedido mejores relaciones. La derrota de Weicker envió un escalofriante mensaje a otros miembros del Congreso: enfréntense a su propio riesgo al Cabildo de Cuba. Según un reportaje de Peter Stone en el National Journal, el senador demócrata por Nueva Jersey Robert Torricelli, seducido por el dinero político del Cabildo de Cuba, cambió su posición acerca de La Habana y redacto la Ley de Democracia Cubana que recrudecía el embargo. En la actualidad, el brazo de acción política del Cabildo de Cuba es el PAC (Comité de Acción Política) EE.UU.-Democracia de Cuba, que entrega más dólares para campañas que la rama de acción política de la FNCA incluso en su momento cumbre –más de $3 millones de dólares en las últimas cinco elecciones generales.
En Miami, los cubanoamericanos conservadores han presumido durante mucho tiempo ser la única voz auténtica de la comunidad, y han silenciado la disensión por medio de amenazas y, ocasionalmente, la violencia. En la década de 1970, grupos terroristas anti-Castro como Omega 7 y Alfa 66 hicieron estallar decenas de bombas en Miami y asesinaron a dos cubanoamericanos que defendían el diálogo con Castro. Un informe de Human Rights Watch en la década de 1990 demostraba el clima de temor en Miami y el papel que elementos del Cabildo de Cuba, incluyendo a la FNCA, desempeñaron en crearlo. Actualmente, cubanoamericanos moderados han logrado crearse un mayor espacio para el debate político acerca de las relaciones de EE.UU. con Cuba, a medida que van cambiado las actitudes en la comunidad –un resultado tanto de la desaparición de la vieja generación del exilio de la década de 1960 como de la llegada de nuevos inmigrantes que quieren mantener lazos con la familia que quedó en la Isla. Pero una red de estaciones derechistas de radio y blogueros de derecha aún vilipendia a los moderados con nombres y apellidos y acusa de ser espía de Castro a cualquiera que favorezca el diálogo. El modus operandi es el mismo del Cabildo de China en la década de 1950; un cruzado anticastrista hace dudosas acusaciones de espionaje, a menudo basándose en la culpabilidad por asociación, lo cual los otros repiten ad nauseam, citándose unos a otros como prueba.
Al igual que el Cabildo de China anterior a él, el Cabildo de Cuba también ha imbuido el temor en el corazón de la burocracia de la política exterior. La rama congresional del Cabildo de Cuba, de conjunto con sus amigos en la rama ejecutiva, castigan de manera rutinaria a los funcionarios públicos de carrera que no acatan la disciplina. Uno de los primeros objetivos del Cabildo de Cuba fue John J. “Jay” Taylor, jefe de la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana, a quien Elliot Abrams, el republicano inquebrantable que fue subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, hiciera una evaluación anual deficiente en 1988, debido a que Taylor reportó desde La Habana que los cubanos eran honestos cuando decían querer negociar la paz en África del Sur y Centroamérica. “La FNCA tenía vínculos estrechos con el buró de Cuba, el cual de pronto se volvió notablemente inamistoso acerca de mis informes y aparentemente hacia mí personalmente”, recordó Taylor en una entrevista de historia oral. “Mas y la fundación pronto supusieron que yo era demasiado indulgente con Castro”.
Los riesgos de disgustar al Cabildo de Cuba fueron comprendidos por otros profesionales de la política exterior. En 1990, Taylor estaba en Washington para consultas acerca de la recién lanzada TV Martí, la cual el gobierno cubano interfería de tal manera que los cubanos en la Isla la llamaban “la TV que no se ve”. Pero los patrocinadores de TV Martí en Washington insistían ciegamente que la gran mayoría de la población cubana veía las trasmisiones. Taylor invitó a funcionarios de la Agencia de Información de EE.UU., responsables de TV Martí, a que fueran a Cuba y vieran por ellos mismos. “Se hizo silencio en toda la mesa”, recordó él. “No creo que nadie presente allí creyera realmente que la señal de TV Martí se viera en Cuba. Fue un momento kafkiano, una experiencia verdaderamente orwelliana ver a una sala llena de hombres y mujeres adultos y educados tan temerosos por sus empleos o sus posiciones políticas que pudieran formar parte de tal farsa”.
En 1993, el Cabildo de Cuba se opuso al nombramiento por Bill Clinton de su primera opción para subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Mario Baeza, porque había visitado Cuba en una ocasión. Según Stone, Clinton, temeroso del poder político del Cabildo de Cuba, se deshizo de Baeza. Dos años más tarde Clinton cedió ante la exigencia del Cabildo de Cuba de que despidiera al funcionario de Seguridad Nacional Morton Halperin, quien fue el arquitecto del exitoso acuerdo migratorio de 1995 con Cuba, el cual creó una ruta segura y legal para que los cubanos emigraran a Estados Unidos. Un jefe de la misión diplomática de EE.UU. en Cuba me dijo que había dejado de enviar cables sensibles al Departamento de Estado porque muy a menudo eran filtrados a seguidores del Cabildo de Cuba en el Congreso. En su lugar, el diplomático volaba a Miami para poder reportar por teléfono al Departamento.
Durante la administración de George W. Bush, el Cabildo de Cuba capturó completamente el buró latinoamericano del Departamento de Estado (rebautizado como Buró de Asuntos del Hemisferio Occidental). El primer subsecretario de Bush fue Otto Reich, un cubanoamericano veterano de la administración Reagan y favorito de los extremistas de Miami. Reich había dirigido la operación de “diplomacia pública” de Reagan para demonizar como simpatizantes de los comunistas a los oponentes de la política del presidente hacia Centroamérica. Como segundo, Reich contrató a Dan Fisk, exayudante del senador Jesse Helms y autor de la Ley de Libertad Cubana y Solidaridad Democrática. A Reich lo sustituyó Roger Noriega, otro antiguo ayudante de Helms, quien explicó que la política de Bush estaba dirigida a desestabilizar al régimen cubano: “Optamos por el cambio aunque significara el caos. Los cubanos habían tenido demasiada estabilidad durante décadas… El caos era necesarios a fin de cambiar la realidad”.
En 2002, el subsecretario de Bush para el Control de Armamentos y Seguridad Internacional, John Bolton, hizo la dudosa acusación de que Cuba estaba desarrollando armas biológicas. Cuando el funcionario de inteligencia nacional para Latinoamérica, Fulton Armstrong (conjuntamente con otros analistas de la comunidad de inteligencia), objetaron esa errónea caracterización, Bolton y Reich trataron repetidamente de que lo despidieran, el Cabildo de Cuba comenzó a realizar constantes acusaciones de que Armstrong era un agente cubano porque su análisis y el de la comunidad negaban la insistencia del equipo de Bush de que el régimen de Castro era frágil y no sobreviviría al fallecimiento de su fundador. El arresto en 2001 por espionaje de la principal analista de Cuba del Departamento de Defensa, Ana Montes, incrementó la histeria del Cabildo de Cuba acerca de los traidores en el gobierno, de la misma manera que los casos de espías de la década de 1950 –Alger Hiss y el caso de la revista Amerasia– dio municiones al Cabildo de China. Armstrong se vio sujeto a repetidas e intrusivas investigaciones de seguridad, todas de las cuales lo declararon inocente de cualquier fechoría. (Terminó un período de cuatro años como funcionario de inteligencia nacional y cuando abandonó la agencia en 2008, recibió una prestigiosa medalla de la CIA que reconocía su servicio).
Cuando Obama fue electo presidente y prometió un “nuevo comienzo” en las relaciones con La Habana, el Cabildo de Cuba dependió de su rama congresional para impedírselo. El senador Robert Menéndez (demócrata por Nueva Jersey), el principal cubanoamericano en el Congreso y ahora presidente del Comité Senatorial de Relaciones Exteriores, se opone con vehemencia a cualquier apertura hacia Cuba. En marzo de 2009 dio señales de su disposición a desafiar tanto a su presidente como a su partido para salirse con la suya. Menéndez votó con los republicanos para bloquear la aprobación de un proyecto de ley de asignaciones de $410 mil millones (necesario para mantener funcionando el gobierno), porque relajaba el requerimiento de que Cuba pague por adelantado las compras de alimentos a proveedores norteamericanos y suavizaba las restricciones de viajes a la isla. Para hacer que Menéndez cambiara, el secretario del Tesoro Timothy Geithner tuvo que prometer por escrito que la administración consultaría con Menéndez cualquier cambio a la política de EE.UU. hacia Cuba.
Los republicanos del Senado también bloquearon hasta noviembre de 2009 la confirmación de Arturo Valenzuela como subsecretario para Asuntos del Hemisferio Occidental. Como mientras tanto el buró estaba manejado por funcionarios nombrados por Bush, nadie estaba presionando desde abajo para realizar la nueva política de Obama hacia Cuba. Después de que Valenzuela abandonara el cargo de 2012, el senador Rubio (republicano por la Florida), cuyo padre había salido de Cuba en la década de 1950, retrasó la confirmación de la sustituta de Valenzuela, Roberta Jacobson, hasta que la administración aceptara recrudecer las restricciones a los viajes educacionales a Cuba, con lo que debilitaba la política declarada de Obama de incrementar las relaciones pueblo a pueblo.
Cuando Obama nominó a Jonathan Farrar, funcionario de carrera del Servicio Exterior como embajador en Nicaragua, el Cabildo de Cuba lo acusó de ser blando con los comunistas. Durante su anterior misión como jefe de la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana, Farrar había reportado a Washington que el tradicional movimiento disidente de Cuba tenía muy poco atractivo para los cubanos comunes y corrientes. Menéndez y Rubio se unieron para dar a Farrar una paliza verbal durante su audiencia de confirmación debido a que llevó a cabo la política de Obama de diálogo con el gobierno cubano en vez de simplemente antagonizarlo. Cuando bloquearon la confirmación de Farrar, Obama retiró la nominación y envió en su lugar a Farrar como embajador en Panamá. Habiendo dejado en claro su posición, Menéndez y Rubio no se opusieron.
El poder del Cabildo de Cuba para destruir carreras diplomáticas es de común conocimiento entre los profesionales de la política exterior. Durante todo el primer período de Obama, funcionarios de nivel medio del Departamento de Estado cooperaron más estrechamente y cedieron más servilmente ante los oponentes congresionales de la política de Obama hacia Cuba que ante partidarios como John Kerry, el nuevo secretario de Estado, que servía por entonces como presidente del Comité Senatorial de Relaciones Exteriores. Cuando el senador Kerry trató de que el Departamento de Estado y USAID reformaran los programas de promoción de la democracia de la administración Bush en 2010, encontró mayor oposición de la burocracia que de los republicanos. Si Obama tiene la intención de cumplir al fin la promesa de campaña de 2008 de adoptar una nueva dirección en relación con Cuba, la tarea no podrá ser dejada en manos de los burócratas de la política exterior, que están tan aterrados del Cabildo de Cuba que continúan creyendo o pretender crear cosas absurdas –que los cubanos ven TV Martí, por ejemplo, o que Cuba es un estado patrocinador del terrorismo. Solo un presidente decidido y un firme secretario de Estado pueden dirigir una nueva política a través de una burocrática tierra baldía tan paralizada por el temor y la inercia.
La irracionalidad de la política norteamericana no proviene solo de las preocupaciones acerca de la política electoral de la Florida. La comunidad cubanoamericana ha evolucionado hasta el punto de que una mayoría favorece ahora relaciones con Cuba, como demuestran encuestas de opinión y el éxito electoral de Obama en 2008 y 2012. Actualmente, el mayor problema es el clima de temor en la burocracia gubernamental, donde incluso reportar honestamente acerca de Cuba – mucho menos defender una política más sensata– puede poner en peligro la carrera de uno. Los presidentes demócratas, que debieran saberlo bien, han tolerado esta distorsión del proceso de política y por momentos han reforzado al permitir al Cabildo de Cuba que extorsionen concesiones de ellos. Peo el precio es alto –la gradual e insidiosa erosión de la capacidad gubernamental de hacer una política sana basada en los hechos, en vez de en la fantasía.
Por medio del abuso y la difamación, el Cabildo de China bloqueó durante un cuarto de siglo una política sensata de EE.UU. hacia Beijing, con resultados trágicos. Cuando Richard Nixon al fin desafió al Cabildo de China al viajar a Beijing en 1972, la tierra no tembló, la civilización no colapsó y la seguridad de EE.UU. no sufrió. Cuando menos, los aliados de EE.UU. en todo el mundo aplaudieron la adopción –finalmente– de una política racional. En el país, la expertocracia se sorprendió al descubrir que el atrevido paso de Nixon fue políticamente popular. El Cabildo del China demostró ser un tigre de papel; la fiebre del Temor Rojo de la década de 1950 había decaído y le robó al movimiento su base política.
De la misma manera, durante medio siglo el Cabildo de Cuba ha bloqueado una política sensata hacia Cuba, con un creciente daño a las relaciones norteamericanas con Latinoamérica. Cuando un presidente norteamericano se decida valientemente a desafiar al Cabildo de Cuba con un paso tan atrevido como el viaje de Nixon a China, él o ella descubrirán que el Cabildo de Cuba ya no tiene el poder político que una vez tuvo. La importancia estratégica de reparar las dañadas relaciones de Estados Unidos con Latinoamérica ha venido a pesar más que el riesgo político de la reconciliación con La Habana. Nixon fue a China y la historia lo registra como el punto más alto de su accidentado legado. ¿Tendrá Barack Obama la valentía de viajar a La Habana? (Tomado de Foreign Policy)
(*) Profesor en el Departamento de Gobierno de la Escuela de Asuntos Públicos de la American University en Washington, DC
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