Darwin y sus colegas evolucionistas erraron. La metamorfosis del mono en humano no concluye con el Homo Sapiens; termina, en cambio, con el nacimiento de un ser superior: el intelectual. Este hombre ―vestido, civilizado, pensante, y sin el mazo que lo define animal—, contrario al legitimado por las ciencias naturales, se cansa poco, y cuando lo hace, apenas toma un tiempo, y luego renace con fuerza. Entonces, vuelca todo el cuerpo y hasta su sombra al divino acto de la creación.
De ese linaje proviene el periodista, una especie de bandolero que recorre las calles y corrompe a la sociedad con sus juicios. Habla sobre cualquier cosa, a veces especula; interpreta a su manera el presente, juega con el pasado, y se arriesga a predecir el futuro. Él vive una época, mas no se contenta con ella. Le place edificar realidades.
Tal parece un pintor. Dibuja con tonos claros los hechos de referencia, y le incorpora colores. Y allí, donde solo observó a una madre con el hijo sobre las piernas, dice que esta, sentada en un banco del viejo parque, protegía, entre el lógico espacio abierto por sus muslos, al primogénito de la frialdad de un amanecer sin sol.
Evade el vacío de las palabras, las cree huecas, y por eso les imprime música, hasta conseguir el ritmo deseado de la narración, y caer él mismo en la trampa acordada para la presa; al punto de sumar oraciones en demasía cuando así no debió suceder.
Y en ocasiones confunde la prosa con la poesía; se dice que el verso gusta más al lector. También alcanza fama: la gente lo saluda, le congratulan con aspavientos en el medio de la acera — ¡oye, tremendo artículo!―, aún sin conocerlo indagan por su familia, y le agobian el teléfono en horas insospechadas. Y después, lleno de regocijo, el reportero comenta a sus camaradas que tanto afecto le irrita, mientras perfila en el semblante atisbos de orgullo y sana autosuficiencia.
El periodista es un bicho, piensan algunos. Esos que lo aborrecen, y se esconden en las cuevas, o vienen luego, con hachas en las manos en busca de su cabeza. Decir cuesta mucho. Este intelectual lo sabe, y no teme hacerlo. Con la gallardía de un soldado enfrenta con parrafadas al adversario, destruye las malezas, y al final, declina la espada enemiga o la suma a la causa común.
Así de tensas y excitantes resultan siempre las jornadas. Nunca terminan. El periodista llega casa, toma el baño, alivia con besos y abrazos a la sangre que desatiende, mira al plato y come, aviva el paladar con un buche de café, y cuando asoma el descanso, se niega. Entonces, sacrifica al cuerpo soñoliento, lo arrastra adonde la mesa, acomoda sus nalgas sobre la silla, halla el bolígrafo, vuele a escribir… Ahora, él habla por sí mismo.
CUANDO LA PRENSA SEPA DE MICROBIOS
Solo así el periodismo podrá cumplir, cabalmente, el fin último: parecerse al pueblo. Y por ese camino, no sin algunos molinos de por medio, transitan los profesionales del sector que hoy, 14 de marzo, celebran su día.
De acuerdo con Jesús Rodríguez Díaz, presidente de la delegación provincial de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), resulta necesario abandonar la retórica y el triunfalismo, y ahondar en las complejidades de la sociedad, en virtud de las transformaciones ya acontecidas y por venir.
A propósito, sobresale la labor de varios reporteros, reconocidos con los lauros provinciales entregados anualmente. Por la obra de la vida, el jurado confirió el galardón Antonio Hurtado del Valle a Ismary Barcia Leyva, multipremiada en eventos nacionales por sus incisivos y contundentes trabajos de investigación.
En tanto, los premios Juan David por la obra del año agasajaron a los colegas Alexis Pire Rojas (Prensa escrita), Claudia Martínez Bueno (Radio), Yamilka Borges García (Televisión), Yariel Castillo Ortiz (Periodismo gráfico), y Julián Pérez Valdés (Periodismo digital); todos con una trayectoria excelente en el ejercicio reporteril.
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