El rabino Hazzan Jeffrey Myers, de la sinagoga Árbol de la Vida, en una vigilia para recordar a las víctimas del tiroteo del sábado en Pittsburgh, Pensylvania. /Foto AFP |
A lo largo de más de 25 años reportando sobre Estados Unidos para La Jornada nunca imaginé que algún día tendríamos que usar dos palabras para informar sobre la realidad nacional de este país: fascismo y socialismo.
Pero desde las campañas electorales de 2016 y su culminación en el triunfo de un bufón peligroso, esas dos palabras se han vuelto necesarias. Primero, las malas noticias:
La violencia ultraderechista vinculada con los neonazis y otras agrupaciones supremacistas blancas, nutrida por la retórica explícitamente racista, xenófoba, antimigrante y nacionalista proveniente de la Casa Blanca tuvo su expresión más reciente en lo que la Liga de Anti-Difamación (principal organización judía de defensa de derechos civiles) califica como el peor ataque mortal antisemita en la historia del país: 11 muertos y seis heridos en una sinagoga en Pittsburgh. El responsable acusó a los judíos de apoyar a refugiados morenos y musulmanes que están invadiendo al país para destruir a mi gente. Esto, en una semana en la que otro ultraderechista envió 14 bombas a prominentes críticos de Trump –casi todos calificados como enemigos por el mandatario– y el asesinato al azar de dos personas afroestadounidenses en un supermercado por un hombre que antes buscaba ingresar para matar a afroestadounidenses en una iglesia.
Vale subrayar que todos estos atentados de terror y odio violento de los días recientes –como gran mayoría de los incidentes de tiroteos masivos en los últimos años– han sido realizados no por mexicanos o centroamericanos, ni por otros inmigrantes criminales, ni por musulmanes, sino por hombres estadounidenses blancos.
La ultraderecha y sus seguidores aquí tienen una larga historia de violencia, pero nunca antes han contado con un presidente que habla su mismo idioma y que activamente alienta el racismo, la xenofobia, el sexismo y el antisemitismo que los caracteriza.
Hace unos días en un mitin electoral en apoyo de candidatos republicanos, Trump proclamó que es un nacionalista, y se opone a los globalistas. Los nacionalistas blancos entendieron perfecto y, como señala el profesor de historia en la Universidad de Michigan Juan Cole, Trump está imitando a Mussolini, quien se definió como un fascista nacionalista.
Aquí, según la narrativa ultraderechista, los nacionalistas combaten al complot internacional judío, o a veces comunista, contra este país. Por eso cuando Trump se declaró nacionalista, su público empezó a corear encarcelen a Soros, el prominente filántropo judío liberal que tanto es usado como ejemplo de ese complot (poco después recibió uno de los paquetes-bomba), y quien ha sido culpado por el presidente y/o sus aliados de promover la migración, incluso de financiar la caminata de centroamericanos. Trump sonrió y se sumó al coro.
El profesor Jason Stanley, de la Universidad de Yale, alerta que Trump está empleando las tradicionales políticas fascistas para promover su agenda.
El profesor Henry Giroux, de la Universidad McMaster, considera que esta agenda política está produciendo una formación económico-política que llamaría fascismo neoliberal. Señala que el “fascismo empieza con idioma y se vuelve una fuerza organizativa para formar una cultura y legitimar lo que se pensaba era inimaginable, como la violencia indiscriminada contra grupos enteros: negros, inmigrantes, judíos, musulmanes… Trump enmarca a sus críticos como enemigos del pueblo estadounidense. Esto es verdaderamente un resurgimiento de la ideología fascista actualizada para el siglo XXI”.
Respondiendo a la noticia del asalto contra la sinagoga, el cineasta Michael Moore expresó su solidaridad en un tuit, y preguntó si alguien en este país aún recuerda que había un acuerdo de que ante la primera señal de fascismo, lo frenaríamos antes de que creciera y se convirtiera en algo peor. Bueno, ese momento es ahora.
Ahora hay un masivo coro de repudio y resistencia por todo el país que grita no pasarán. Entre ellos (tema de la segunda parte de esta columna) los que afirman que en un futuro próximo, Estados Unidos será socialista. (Tomado de La Jornada)
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