En los propios Estados Unidos algunas corrientes se han pronunciado por detener el sagging, como llaman a esta "moda" de calzoncillos al aire. |
Cada época fue presa de un rompecabezas, escribiría con la razón del Aconcagua nuestro Silvio Rodríguez. Y de modas y modismos, aunque el amor a la larga siempre sea lo mismo, tararearía Roberto Carlos, ese cantante brasilero quien, pese a ser un mito viviente dentro de los confines de la séptima economía mundial y repletar estadios desde Argentina a Estados Unidos, casi ningún adolescente cubano conoce. A no ser que de forma eventual vea De la gran escena, acto el cual dudo sobremanera, salvo excepciones habientes.
La moda se parece a la política. Depende mucho de caprichos, pretextos y coyunturas. E indisolublemente, cual la gestada entre salas ovales y frías oficinas, se vertebra y solidifica a la médula ósea de la economía. Por regla (la moda, digo; aunque la otra, lo mismo) nos parecerá tonta al paso de los años. Si bien la primera casi nunca dentro de los márgenes de su reinado temporal.
Nos reímos ahora de aquellas fotos ochenteras, cuando nos peinábamos como Lionel Ritchie o Cindy Lauper. Y de tantas combinaciones incombinables colgadas a nuestra anatomía, según la corriente, el sueldo y los ecos lejanos desembarcados en la isla por conducto del becario en Europa del Este o la revistita permitida en Aduana para el barbero/peluquero que la ponía a la entretención del cliente. No obstante, no resulta muy común que una moda constituya objeto de burla cuando esté transitando su momento epifánico.
Yo, quien tuve pelo largo, me lo dejé como Fantomas e hice las mil tonterías que todo joven, por prudente fuere, cometerá sin remisión (“No puedes cerrarle la puerta a todo, porque correrás el riesgo de dejar afuera la verdad”, reza el proverbio) creo que jamás, ni a los 15 ni a los 20, me hubiera dejado el pantalón en la línea de los testículos y el tacasillo aun por debajo de la demarcación precisa para dicha pieza. A visión popular, acoto.
A tal decisión de armario, tan popular dentro de parte de la muchachada cubana hoy día, el punto cenital del trasero permanece a ojos de la multitud. El hábito resulta visualmente ofensivo, sobre todo al sus ejecutantes acudir así a sitios públicos, a la vista de niños, ancianos o gente sin ningún interés en fijar en la retina imágenes del contorno anal masculino.
Años atrás, bastantes ya, los raperos del Bronx se identificaron con dicha pose de vestuario la cual, según el discurso preconizado, ayudaba a coronar desde la prenda el hálito contestatario de su poética. Textos algunos aquellos que, de la mano de magníficos exponentes del hip hop, hablaban ricamente sobre la marginalidad social a la cual es sometida la población afroamericana.
Luego, muchos fueron asumidos/abducidos por el mercado (le sugiero a pura alma al lector revise el ensayo El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad, de ese lúcido intelectual venezolano llamado Luis Britto García), para convertirse todo en pura fanfarria mercantil.
Más tarde, los reguetoneros latinoamericanos tomaron la onda del trasero al aire con la gorrita virada ¿recuerdan a ese gran farsante nombrado Daddy Yankee? Con la mayoría de estos “cantantes” no cabe hablar de poética ni de nada. Esto es mercado salvaje y punto, a partir de domeñar en lo volitivo al receptor mediante la promoción arrasadora de las disqueras. Quien quiera ver definido con suma claridad el asunto, repase por favor el magnífico texto Calma, pueblo, de Calle 13. Por cierto, y lo repito con René hasta la saciedad, Calle 13 no hace reguetón, sino música urbana. Ellos detestan el reguetón.
Al caminar vemos a esos muchachitos, imberbes o no tan lampiños ya, calzoncillos al aire. Entonces uno no sabe casi ni qué decir. Para juzgar está Dios y para prohibir los edictos. Que cada quien se vista y haga con su cuerpo lo que le dicte su cultura, sistema nervioso, padres; las TRD, “camellos” e influencias. ¡Oh, las influencias!
Lo que sí estoy 200 por ciento de acuerdo es con los directores escolares de nuestro Ministerio de Educación, quienes no les están permitiendo entrar así a las secundarias, tecnológicos y preuniversitarios. Tienen el apoyo de sus superiores y de la prensa, la cual también posee entre sus múltiples y no siempre utilizadas funciones la de hablar en torno a la relación ética/estética.
Elemento curioso de todo esto es que los jóvenes de marras son copiadores tardíos. Quien tenga la posibilidad de ver las teleseries juveniles al aire en Estados Unidos y España, apreciará que ya ningún adolescente viste así. Ni anglosajones, ni negros, ni madrileños o lorquianos blancos del terremoto.
Sí está todavía en el candelero el peladito del mohicano (reparen en el personaje de Puck, de la serie Glee, transmitida por nuestra televisión). Jaume Collet-Serra, un joven y exitoso director español radicado en Hollywood (La huérfana, Desconocido), posó con tal corte este mismo mes.
Pero da igual la cuestión del atraso. Cuanto cuenta es el hecho. En lo personal me parece horroroso el look de la era Pocahontas. Pero, ¿acaso no continúan usándose las romanas, tantos siglos después que el de la Península europea adelantase en su expansión y final al destino del imperio yanki?
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