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Con disgusto, preocupación y desconcierto deben estudiar los analistas imperiales a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Esta colosal unión de 38 países americanos, que excluye a Estados Unidos y Canadá, comprende 550.018.000 habitantes distribuidos en 20.446.902 km2, y la mayoría de sus presidentes son izquierdistas o por lo menos progresistas: Cristina Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Dilma Roussef en Brasil, Raúl Castro en Cuba, Rafael Correa en Ecuador, Leonel Fernández en República Dominicana, Álvaro Colom en Guatemala, Daniel Ortega en Nicaragua, Fernando Lugo en Paraguay, Ollanta Humala en Perú, José Mujica en Uruguay, Hugo Chávez Frías en Venezuela, muchos de las Guayanas y los países antillanos. Administran la inmensa mayoría de la población, del territorio y del Producto Bruto de América Latina y el Caribe.
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Toda tesis genera una antítesis; toda acción una reacción. A Unasur, al Alba, a la Comunidad le opone Estados Unidos el escuálido Eje del Pacífico, la orientación de cuyos gobiernos no se debe a la voluntad de sus pueblos expresada democráticamente, sino a exterminios masivos apoyados por los marines. En 1973 Pinochet aniquiló a la Unidad Popular chilena en un golpe militar patrocinado por Kissinger. López Obrador sostiene que el actual gobierno mexicano surge de un fraude electoral. El presidente hondureño Lobo viene de un cuartelazo apoyado por la base de Palmasola. En la Hermana República pesa ominosamente la invasión de las bases yankis y del Plan Colombia, con cifras récord en violación de Derechos Humanos que sería largo detallar. Entre 1990 y 2000 el japonés-peruano o peruano-japonés Alberto Fujimori disolvió el Congreso y exterminó a la oposición socialista en un genocidio masivo sin parangón. El recuerdo de ese baño de sangre quizá determinó la derrota de su hija Keiko por los sobrevivientes. Muchos gobiernos caribeños o centroamericanos alineados con Estados Unidos proceden de golpes o genocidios de igual magnitud. El neoliberalismo con sangre entra.
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Quinientos cincuenta millones de latinoamericanos y caribeños abrigan matices y destilan relativismos. Por progresista que sea Fernando Lugo, poco puede contra las fuerzas conservadoras enquistadas en Paraguay. Muy relativo es el poder de Cristina Kirchner contra las oligarquías argentinas; débil el de Pepe Mujica ante las plutocracias uruguayas, muy tenue el de Dilma sobre las de ese continente llamado Brasil. Batalla todavía más difícil le toca a quien quiebra la columna del Eje del Pacífico con una ventaja electoral de tres puntos, Ollanta Humala. Hereda un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos similar al que arruinó a México. El Perú Neoliberal del japonés Fujimori y de Alan García dio grandes dividendos a las transnacionales a costa del pueblo. Para 2009 el 34,8% de su población es pobre; su índice de Gini de 49,6 refleja gran desigualdad; el 10% menos favorecido de la población sólo accede al 1,5% del ingreso nacional mientras que el 10% más favorecido acapara el 37.9%, su gasto educativo es apenas de 2.7% del PIB y su deuda externa de US$ 33.390 millones. Es el segundo exportador de cocaína del mundo; su gobierno neoliberal reconoció que el 17% de su PIB venía de esa fuente. Oscar Ugarteche señala que los peruanos tienen una participación salarial de 22% del PIB versus 45% en Chile y 40% en Brasil, y que el único otro país con una participación salarial tan baja es México donde cayó de alrededor de 40% a 29% del PIB (El triunfo de Humala y el nuevo horizonte. Rebelión, 6-6-2011).
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Repasemos los pros y los contras que pesan sobre Ollanta Humala: son los que gravitan sobre América Latina. Su ventaja electoral no es contundente, pero tampoco lo es el precario frente fraguado por Keiko Fujimori bajo los auspicios de la embajada estadounidense. Humala tiene en contra el empresariado, los medios de comunicación, parte de la jerarquía eclesiástica y el Departamento de Estado: también los ha tenido Venezuela durante once años y aquí estamos. Puede que parte del ejército lo adverse, pero otra parte mayor apoyó la nacionalización de la industria petrolera que realizó el general Velasco. No cuenta con tantas reservas como Venezuela, pero sí con importantes exportaciones de oro, cobre, molibdeno, hierro, hidrocarburos, productos vegetales y pescados por un total de 35.560 millones de dólares para 2010: pero de este producto poco ha llegado al pueblo. Sobre la redistribución de este ingreso entre las masas se puede cimentar un imbatible consenso. Humala no tiene todas las cartas, pero tiene más que la oligarquía en el Perú, e infinitas más que el Imperio en América Latina.
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Pues mientras el Eje del Pacífico se fragmenta, el Imperio se hunde bajo una deuda externa equivalente a su PIB, recibió hace poco un destemplado regaño de China por proponer una “moratoria técnica” de ese pasivo, y colapsa bajo el peso de cuatro desastrosas guerras de saqueo petrolero y el rechazo de su pueblo, pues “56% de los votantes cree que Estados Unidos se encuentra en un rumbo equivocado y sólo el 35% cree que el país va por el camino correcto…” (http://mexico.cnn.com/mundo/2010/07/19/encuesta-la-aprobacion-de-la-gestion-de-barack-obama-va-en-descenso).
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No es momento para flaquear, ni para disociarse de la abrumadora mayoría latinoamericana y caribeña enrumbada hacia el futuro socialista, para atarse al cuello la rueda de molino de la colaboración con el terrorismo de Estado neoliberal y golpista. Prohibido suicidarse en primavera.
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PD: El premio Aníbal Nazoa 2011 le fue conferido a Luis Britto García por su columna Pare de Sufrir en Últimas Noticias y su blog luisbrittogarcia “por contribuir al ejercicio del librepensamiento, por abrir efectivos espacios para pensarnos y repensarnos en estos tiempos de amorosa edificación colectiva”.
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