Julio Martínez Molina
Ernest Hemingway sufría, desconsolado, “ante la soledad de muerte provocada por cada día perdido”. Es una sensación compartida -no importan las eras ni las filosofías-, por todos cuanto justiprecian el valor del tiempo en tanto unidad suprema para crear, vivir, conocer, experimentar, saber, entretener el cuerpo e instaurar al espíritu en un peldaño superior al de los neardenthales practicando el coitus a tergus en la selva bavárica.
Cosas estamos viendo, querido Cervantes, con permiso de tu Sancho, y es el caso que, de un tiempo a esta parte, no solo proliferan como armas masivas de destrucción estética del público nacional las telenovelas mexicanas, colombianas venezolanas y algunas también de la corporación O´Globo (el manual perfecto para la estupidización inmediata); los filmes de la peor ralea fabricados en serie por Hollywood -como bien decía Alfredo Guevara días atrás, existen dos Mecas: la dedicada a producir estiércol y la de grandes obras, esas esporádicamente exhibidas en la televisión nacional); o los discos con conciertos de Ana Bárbara u otros tantísimos idolitos de barro de Televisa.
Ahora -bueno, en realidad, hace años, lo que en estos momentos mucho más dado el incremento en la bienvenidísima venta de DVD a la población- muchos cubanos ven los “recreativos”. Así les llaman nuestros alquiladores de discos, rentistas eventuales, público en general asiduo a divertirse con tales productos, émulos del tristemente célebre Show de Cristina y marranadas semejantes que cunden las televisiones del universo latino en EUA o Latinoamérica. Cadenas estas dirigidas por multinacionales de deleznables prontuarios ideológicos y conexiones directas con las agencias de inteligencia de los Estados Unidos. En otras palabras, le están vendiendo al público regional (el hispano que vive en la mencionada nación y al de todo el subcontinente) un patrón de vida, un modelo preconcebido de “entretenimiento” pletórico de mensajes subliminales (solo para referirnos al tema harían falta par de páginas), aunque lo más relevante de este nuevo “mundo feliz” catódico es que opera con arreglo al designio de los tanques pensantes del imperio de mantener al público embobecido en medio de la más absoluta vacuidad mientras su gobierno mueve los hilos del retablo mundial. Pan y circo, Roma sabía. Lo mismo los de la Sala Oval.
Juro por mi santa madre que intenté evitar tocar el tema, en razón de la extraordinaria cantidad de personas que en la culta Cuba están presenciando estas cosas. No pretendo agredir ni cuestionar las aficiones de nadie. Solo proponer, sugerir la renuncia paulatina a tal droga estética de daños peores que todas las vegetales o sintéticas para el cerebro humano. No digo “culta Cuba” en balde. Es una razón del tamaño del Turquino el alto grado de instrucción de los conacionales. Esta Revolución nos ha estado brindando acceso a la Educación y la Cultura, gratuitos, durante más de medio siglo.
Tales “recreativos” no están hechos para nuestra liga. Cuba compite en primera. Seguirle el juego a su visionaje sistemático significa ponernos al nivel de las carencias formativas de países como Guatemala, Perú u otros con índices de alfabetización o instrucción general deplorables. Nuestros niños (no lo dice nadie, sino la misma UNESCO mediante sus comprobaciones parciales) figuran entre los más educados del planeta. Ninguno tiene que reírle la gracia a los “geniecillos” inventados de ciertos espacios. La mujer cubana -quizá sea chovinista pero así lo creo- la más bella, sensual, sensible, lúcida de América Latina no precisa “admirar” shows mercantilistas que, bajo un falso mas harto evidente ropaje de pretender ensalzar al género cuanto hacen en la práctica es denigrarlo. Tales “concursantes” se convierten en objetos de feria quienes no solo deben tener una cintura a lo Sophia Loren, un trasero a lo Jennifer López o senos tipo Angelina Jolie en Tomb Raider (ya se quitó la silicona), sino aparentar “ser cultas”, “dominar” idiomas, desenvolverse sobre el escenario, “actuar”. Sobre todo eso, con mucho melodrama: “¡Ay, mamita, tú que estás allá en la chocita andina, te mando un gran beso porque se cumplió nuestro sueño. Clasifiqué”. Sí, TODO UN SUEÑO, con permiso de Gus Van Sant.
Por Dios, ¿cómo puede perderse miserablemente el tiempo visionando esto? El juicio estético del receptor retrocede décadas al empantanarse así. La TVC no es perfecta -quizá sea este periodista uno de los del gremio quien más la ha criticado en años-, pero dista seis galaxias de tal pozo. Tampoco debe culparse a la gente. Sino a los programadores, al mismo anti-sistema promocional del ente, a su kafkiano encadenamiento de horarios. A la dificultad económica para acrecentar la producción dramatizada criolla. E, igual, a la escasa dimensión física de la prensa escrita, en pos de alertar, encauzar.
¿Quién sabe que la televisión nacional -más allá de su horario pro Beckett- ha proyectado las mejores series de la historia del medio en el planeta? Hablo de productos norteamericanos e ingleses; no brasileros. Pocos lo conocen, porque ni el medio las promociona; ni tampoco la prensa. No existe un solo mes del año en que el ICAIC no estrene como mínimo dos o tres filmes de gran repercusión internacional. ¿Quién se entera, salvo los que seguimos el asunto por oficio? ¿Dónde está la crítica? Entonces, visto todo, no es muy extraño que el pueblo siga persiguiendo los “recreativos”. Persignémonos.
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