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jueves, 4 de agosto de 2011

Henry Reeve: "Soy de allí de donde se muere"

Impetuosidad y madurez, inusual conjunción en la juventud, reunió el Brigadier Henry Reeve, muerto en combate a los 26 años de edad cuando dejaba la estela de historia de arrojo y sentimientos internacionalistas en las filas del Ejército Libertador, artífice de las luchas anticolonialistas cubanas.
La campiña de la Isla acunó la leyenda del joven estadounidense, de quien el Mayor Ignacio Agramonte dijo en conversación con un soldado que le pidió colocarse en el lado más peligroso de su caballería: "Marche usted al lado de Reeve".
Enrique, el americano, le llamaron cariñosamente los camagüeyanos, según consta en documentos históricos, mientras otros preferían decirle El Inglesito, y así fue conocido en toda Cuba, el brigadier fallecido en plena lucha el 4 de agosto de 1876, tras siete años de permanencia en las tropas mambisas.
Henry Reeve nació en Brooklyn, New York, el 4 de abril de 1850; su padre era el clérigo protestante Alexander Reeve, y su madre, sencilla mujer de buenos modales nombrada Maddie Carrol; en el seno de la modesta y trabajadora familia adquirió buena educación y con apenas 19 años trabajó como tenedor de libros en un banco de la ciudad.
Enardecido por las ideas antiesclavistas, al estallar la Guerra de los Diez Años en Cuba, decidió ponerse al servicio de la causa libertaria cubana y el 11 de mayo de 1869 llegó por la bahía de Nipe a bordo del vapor Perrit, como ordenanza del mayor general, también norteamericano, Thomas Jordan.
A los cinco días del desembarco fue sorprendido por tropas hispanas, capturado herido, y colocado junto a otros para fusilarlos; allí lo dejaron por muerto entre varios cadáveres, pero recuperó el conocimiento, se alejó arrastrándose por el monte, vagó solo, sin saber el idioma, hasta que varios mambises lo hallaron y se encargaron de curarlo.
Así comenzó el vínculo indisoluble entre los patriotas cubanos y Reeve, quien según el cronista mambí Manuel de la Cruz: "era alto, delgado, musculoso, de cabello rubio y cutis salpicado de pecas"; mientras era calificado de "heroico en el combate, de fácil percepción, astuto, enérgico y de orden", lo cual hacía de él "un partidario excepcional".
Ya alistado en las filas insurrectas del Camagüey, al decir de los historiadores, prestó brillantes servicios -en 1870 ostentaba los grados de capitán-. Al año siguiente, bajo el mando de Ignacio Agramonte, protagonizó hazañas en Hato Potrero, La Entrada, El Mulato y La Redonda, y fue de los 35 jinetes escogidos por el Mayor para el histórico rescate del general Julio Sanguily.
Bajo las órdenes de Máximo Gómez, quien asumió el mando en el Camagüey tras la caída en combate de Agramonte, combatió en Santa Cruz del Sur al frente de la tropa de asalto.
Sobrio en elogios, el Generalísimo dijo de él: "Se debe hacer especial mención del coronel Reeve, que se  lanzó a caballo sobre la boca de un cañón".
Por su parte, el coronel mambí Ramón Roa testimonió: "Un artillero español le disparó a Reeve su carabina a quemarropa, hiriéndolo gravemente, lo cual no impidió que, herido y todo, dirigiera una carga sobre un grupo enemigo que se echaron mar adentro, en demanda de unos botes".
La herida le inutilizó la pierna derecha para siempre y lo envió al hospital por el resto de 1873 y parte de 1874. Convaleciente, recibió las estrellas de brigadier.
Asumió el mando de Camagüey una vez restablecido y acerca de él,  Máximo Gómez apuntaría: "Reeve es un carácter puramente militar, une a un valor probado, una rectitud y seriedad poco comunes en su modo de mando. De ahí que sus soldados a la vez de un respeto profundo le quieren como a un padre".
Cruzó a Las Villas a fines de 1875 y le nombraron jefe de la vanguardia mambisa. Antes había escrito a Gómez: "A mí no me importa la posición. Yo dejaría lo que tengo por cualquier fuerza que vaya a la vanguardia". A Vicente García, le acotó que estaba dispuesto "a donde quiera que me arroje la ola  revolucionaria".

Monumento a Henry Reeve en Yaguaramas.
A media legua de la demarcación de Yaguaramas -según consignó Gómez en su parte de guerra-, en el lugar conocido como Cayo Inglés, se hallaban acampados los mambises; el fuego de la avanzada anunció la presencia del enemigo: el Brigadier Henry Reeve salió a su encuentro y cargó al frente de su tropa con la impetuosidad que lo distinguía.
Las dos fuerzas se enfrascaron en combate cuerpo a cuerpo. Furioso y con el machete agitado, El Inglesito, sin detenerse por la gravedad de sus heridas, volvía de nuevo al ataque; ordenó la retirada, que cubrió temerariamente con solo 15 de los suyos. Su caballo cayó muerto. Cuando su ayudante le ofreció otra cabalgadura, le conminó: "Retírese, que lo van a matar".
Otro balazo le impactó en el hombro. Machete en la diestra, revólver en la zurda, seguía luchando; solía contar el coronel mambí Rosendo García, testigo de los hechos, quien al quedarle solo una bala "se aplicó el revólver en la sien derecha". Era el 4 de agosto de 1876.
Al servicio del Ejército Libertador, participó en más de 400 acciones aquel joven quien desde 1868, al conocer del alzamiento de La Demajagua, acudió a presentarse en la Junta Cubana de Nueva York.
Cuando le preguntaron el motivo de su interés por Cuba expresó: "Porque ustedes son patriotas". ¿Y usted, de dónde es?, alguien le inquirió. "De allí donde se muere", replicó El Inglesito, como si predijera su destino.
Este jueves, autoridades nacionales y dirigentes de las organizaciones políticas y sociales del territorio cienfueguero recordaron en los llanos de Yaguaramas, frente al mausoleo que perpetúa la memoria de Reeve, la aciaga fecha de su caída en combate.
Cuba inmortalizó también la figura del emblemático luchador internacionalista estadounidense al bautizar con su nombre una brigada médica internacional de médicos especializados, capaz de actuar con inmediatez en cualquier sitio del planeta ante situaciones de desastre y graves epidemias.

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