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jueves, 11 de agosto de 2011

La mentira maldita

Agencias y grandes medios se han puesto de acuerdo:
llaman a los manifestantes "revoltosos" apolíticos.
A propósito de los sucesos en Londres, Trípoli, Madrid, Tel Aviv...

Julio Martínez Molina

Así, como el título, se denomina una de las grandes películas de periodismo de todos los tiempos, dirigida por el británico Alexander Mackendrick en 1957. Eso, mentira maldita, es cuanto está vomitando la sentina planetaria mediática, desde altares controlados por poderosos conglomerados de poder o familias oligárquicas dueños del monopolio de la palabra, al servicio absoluto de las ideologías imperiales. Tremebundas distopías recreadas por excepcionales autores de ciencia-ficción se hacen realidad en la prensa occidental hoy. La dictadura del verbo beatifica las matanzas imperiales, obnubila los sentidos receptores del lector/espectador/oyente y sataniza las diferencias de ideología, credos, modelos de pensamiento. La “veracidad” de los hechos queda establecida a partir del goebbeliano sistema de la repetición; sin vía a la opinión alternativa ni al contraste de fuentes.
Los comités de prensa del Pentágono, los voceros de la Casa Blanca o los caudillos de la OTAN emiten sus briefings. Lo más fácil, redituable y político es clonar tales comunicados a través de infinidad de órganos, propiedad de unos pocos emporios. Así, prosiguen lo comenzado antes de las contiendas bélicas, cuando la industria de la mentira participa activamente en la articulación de las campañas de propaganda.
En la enajenación mental, adoctrinamiento, manipulación y engaño de la gente durante tales “cargas previas” a las intervenciones intervienen especialistas militares, psicólogos, psiquiatras, tanques pensantes, académicos contratados por sueldos fabulosos. El reportero se limita a consignar su firma.
Como aseverase públicamente William Colby, ex director de la Agencia, “La CIA controla a todos los que son importantes en los medios de comunicación”.
Los modos de penetración ideológica y cultural quedaron bien definidos desde el plan Santa Fe II, del gobierno de Ronald Reagan. La prensa a la vanguardia.
Cuando Bill Clinton ordenó la agresión a Yugoslavia escribí un artículo titulado Misiles desde el aire y misiles desde los medios. Es que así, de siempre, opera esto. Al modus operandi se refirió en fecha reciente el intelectual cubano Enrique Ubieta en su artículo Los buques, las noticias y los gobernantes: “Las corporaciones mediáticas bombardean a las naciones enemigas como los buques de guerra. Sitian una ciudad, un país, y lanzan sus misiles en ciclos de mayor o menor intensidad. Apoyan a los buques, los anteceden, porque los militares solo desembarcan si los lectores-espectadores han sido convencidos de lo malo que son los que deben morir. Las naciones enemigas son aquellas que no acatan las leyes que imponen los dueños de las trasnacionales que fabrican los buques de guerra y financian los medios de desinformación (…)”.
Descontextualización, tramoya, desinformación, difamación, sobredimensionamiento de hechos, silencio total sobre todo cuanto signifique punto a favor del enemigo, referencias sesgadas e intoxicación permanente representan solo algunos de los resortes manejados para elaborar leyendas negras y demonizar a naciones con posiciones ideológicas contrarias al discurso hegemónico: Cuba, Venezuela, Bolivia, Irán, China, Rusia…
Lo siniestro hoy resulta asumido en tanto espectáculo, de manera que los grandes medios occidentales más que proporcionar noticias legítimas solo tienden a ejecutar performances, representaciones ficticias. Cuando los reporteros quieren decir la verdad sin cortapisas le cierran el acceso, cual sucedió durante el desastre de British Petroleum en el Golfo de México.
Verdad, pluralidad, objetividad, neutralidad, responsabilidad, justicia -los grandes valores del oficio-, no pasan en tales escenarios de mera entelequia, comodín ajustado a la presunta autonomía del cuarto poder. No hay lugar para el disenso allí, en ningún sentido. Ejemplos sobran cada año. Uno reciente fue el de Octavia Nasr, editora en jefe de CNN para el Medio Oriente durante dos décadas exactas, despedida por la cadena a raíz de un mensaje en Twitter donde manifestó su respeto por el clérigo libanés, Gran Ayatolá Muhammad Hussein Fadlallah, fallecido en julio de 2010. Lo hizo a través de la red social, en su cuenta privada; ni siquiera por la voz del “líder mundial de noticias”.
“Libertad de prensa” sea quizá uno de los engaños más flagrantes de la sociedad occidental. Ya tan temprano como en1980 (el tinglado mediático mutó ostensiblemente durante tal lapso) el periodista de The New York Times, John Swinton, reflexionaba, citado en Labor’s Untold Store, de Richard O. Boyer y Herbert M. Morais: “En Estados Unidos, actualmente, no existe prensa libre e independiente. Ustedes lo saben tan bien como yo. Ni uno solo de entre ustedes se atreve a escribir sus opiniones honradas, y saben muy bien que si lo hicieran no se publicarían. Me pagan un sueldo para que no publique mis opiniones, y todos sabemos que si osáramos hacerlo nos encontraríamos en la calle de inmediato. La labor del periodista es la destrucción de la verdad, la mentira flagrante, la perversión de los hechos y la manipulación de la opinión al servicio de las potencias económicas. Somos herramientas obedientes de los ricos y poderosos que mueven los hilos entre bastidores. Nuestros talentos, nuestras capacidades y nuestras vidas pertenecen a esos hombres. Somos prostitutas del intelecto. Todo esto, ¡ustedes lo saben tan bien como yo!”.

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