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jueves, 29 de diciembre de 2011

EEUU: El "carcinoma" de la guerra no se cura con reducción de generales y almirantes

Héctor R. Castillo Toledo

El Gobierno de Estados Unidos ha formulado este jueves el anuncio de una reducción del número de generales y almirantes en sus fuerzas armadas y apunta a dejarlo en los niveles en que estaba antes de los ataques terroristas de 2001. Así lo informa hoy la edición del diario The Washington Post.
Según el Post, desde marzo el Pentágono ha eliminado 27 cargos de generales y almirantes "en la primera reducción de esa magnitud en el cuerpo de oficiales desde las postrimerías de la Guerra Fría cuando el colapso de la Unión Soviética permitió un recorte de las Fuerzas Armadas".
La meta que se ha fijado el Pentágono -prosigue- es una disminución del 10 por ciento en las filas de la oficialidad de más alto rango en los próximos cinco años "restaurándolas al tamaño que tenían la última vez que el país estuvo en paz".
Pido volver al último renglón y releer: "la última vez que el país estuvo en paz". Importante este detalle, porque por mi cuenta a Estados Unidos nadie le ha declarado la guerra desde poco antes de la mitad del siglo pasado, cuando Japón arremetió con su fuerza aérea sobre la estación naval de Pearl Harbor.  Desde entonces, y hasta hoy, ha sido Estados Unidos quien ha llevado "la iniciativa" en eso de declarar acciones punitivas, para utilizar un eufemismo y no el vocablo que cabe con exactitud. República Dominicana, Guatemala, Puerto Rico, Panamá, Granada..., la lista es larga. Y lo sería más si sumamos las acciones encubiertas, aquellas en las que el Pentágono usó peones para sus despropósitos de quitar y poner gobiernos a su antojo o subvertir a aquellos que no resultan de su agrado.
Como quiera que se hace referencia al 11 de septiembre de 2001 como la última fecha de tranquilidad para los nacionales del vecino país, cabe recordar que a estas alturas, pasados diez años del ataque a las Torres Gemelas del Wold Trade Center, cobra fuerza la tesis de una autoagresión planificada por la entonces administración del guerrerista George W. Bush para pretextar su virulenta cruzada internacional contra el terrorismo, movida que a todas luces buscaba dar "visos de legalidad" al acto que no pocos calificaron como "golpe de Estado" a escala global, una asonada a la que asistimos con pasmosa tranquilidad desde las pantallas de la TV para el replanteo geoestratégico del imperio en el nuevo milenio.
Cumplido su propósito, que no el hallazgo de las famosas armas químicas de Saddam Hussein ni apaciguado el diablo talibán creado por sus propias fuerzas especiales para combatir a los soviéticos en la década de los 80 del pasado siglo, este mes Estados Unidos dice haber completado la retirada de sus fuerzas de combate de Irak (asunto discutible, pero no es tema ahora), una nación que había invadido en marzo de 2003, mientras la actual administración Obama anuncia un plan para la disminución gradual  del contingente en Afganistán, país ocupado pocas semanas después del 11S.
Como reconoce el propio The Washington Post en su nota de este jueves, "Los cambios proyectados ahorrarán muy poco dinero (...) pero los funcionarios del Pentágono dicen que tienen importancia simbólica cuando el Departamento de Defensa se ajusta a una era de austeridad".
Poco creíble el argumento. No es con símbolos, sino con hechos, que Estados Unidos podría contribuir, y mucho, al enfriamiento del caldeado panorama bélico que vive hoy el mundo, al borde de una conflagración de incalculable vaticinio y alcance según el parecer de prestigiosos analistas.
No es la exigua reducción de 952 a 850 de los cargos reservados para generales y almirantes, ni la de 23 cargos a los cuales se les disminuye el rango, paliativo para resolver el carcinoma de la guerra que corroe al mundo.
Cómo creer que pueda ser ésa la vara mágica cuando el presupuesto militar de Estados Unidos, pese a la crisis que agobia al 99 %, sigue siendo el más grande del mundo: 662 mil millones de dólares para el año fiscal 2012 y crece en flecha la producción de vehículos blindados, helicópteros y aviones piloteados a control remoto.
A quién pretenden engañar cuando por un lado alegan haber disminuido el desarrollo de programas de tecnología militar de última generación, como la del avión de combate F-35, mientras fuentes de la Lockheed Martin Corporation, la empresa encargada de fabricar este ingenio de 114 millones de dólares la unidad, informa haber recibido pedidos de Japón Corea del Sur, Italia, Holanda, Turquía, Noruega, Dinamarca y Canadá.
La propia Fuerza Aérea norteamericana planea comprar 2 mil 440 aeronaves de ese tipo, entretanto el comando militar conjunto, léase Reino Unido, Francia, la yunta durante la agresión aliada contra Libia, señala que el F-35 será el avión de combate que utilizarán en el futuro.
De veras, la nota del The Washington Post, titulada Pentagon trimming ranks of generals, admirals, además de poco creíble, es capaz de mover a risa al más impertérrito de sus lectores.

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