Julio Martínez Molina
Intermitentes, cíclicos, campañistas, asistemáticos cual solemos ser, ya no se habla tanto cuanto sería necesario en los medios sobre los “valores”; o, mejor dicho, las virtudes. Justo cuando más precisa de ellos la nación cubana para proseguir su proyecto de futuro y no dejar, nunca, preterido el fortísimo componente de moral, ética, civismo, dignidad, sencillez e hidalguía acompañante de todo el arco histórico de nuestro proceso de liberación nacional, cuyo corolario identificaríamos en la summa del pensamiento martiano-fidelista. Supone oxígeno e inyección fortificante a la conciencia que nuestra Educación continúe preocupándose -como lo hace-, por mantener enhiesta la enseñanza u observación de tales méritos humanos a través de diferentes asignaturas.
Y que, en la indispensable clase de Historia de Cuba, prosigan focalizando en las coordenadas de la actitud de los patriotas el meridiano exacto donde toman encuentro no solo ya gallardía o valor; sino además justeza, sentido del deber, responsabilidad para con su generación. Graficarlo mediante el ejemplo vívido de sus hojas de vida/espejos conductuales. Semejante proyección contribuirá, nadie lo dude, a bruñir, tal arma mambisa, el medidor capaz de pesar la tasa de lo que en la existencia devendrá perdurable, dada su cualidad. O prescindible, dada su futilidad.
Resulta sabido: luego del parteaguas histórico del período especial, con impacto visible en lo económico e inherente repercusión en lo moral, comenzaron a manifestarse conocidas fracturas de diverso grado en la estructura ósea del cuerpo social cubano. Modificaciones, reconcepciones a tenor con escenarios inéditos, eclosión de figuras antes solo acaso asomadas…; en fin, todos los fenómenos conocidos, tendentes a generarse, doquiera, aparejados al surgimiento de períodos de crisis económicas.
Distan mucho, en disímiles órdenes, los paisajes sociales de la Cuba de los años ochenta -acaso el paradigma del mejor momento vivido a escala global por los conacionales-, el de los posteriores años mencionados o el actual. Manéjanse ahora mismo variables indivisables, otrora, al instante de cualquier pronóstico en torno al futuro mediato. Tienden a esfumarse en determinadas personas, e incluso sectores, los referentes a los cuales nos asíamos, habida cuenta de la comunidad social menos homogénea, más atomizada que somos hoy día tras la convergencia de caprichosos combos circunstanciales.
Es así, pues, que algunos de los habitantes de la nación del siglo XXI, sea por hueros necesidad o pragmatismo, sea por irresponsable devaluación o proclividad a demeritar las claves de su autoctonía (en ciertos casos, vaya bien afirmarlo, olímpicamente ignorada) viven en burbujas virtuales donde la temperatura ambiente desdeña el aire circundante, para ser tomada gracias al barómetro de rachas exógenas. Lo curioso o gracioso, según se mire, es que ocurre, a veces, hasta sin conectarlos lazo de ningún tipo con aquellas realidades (quizá solo su solvente modo de vida, incluso superior aquí en casos puntuales pues la crisis del 2008 sumió a buena parte del planeta en esta suerte de Egipto bíblico con su era de vacas flacas). Ni siquiera poseyendo vínculos de cualquier signo allá, a diferencia de otros miles de cubanos quienes sí los tienen pero sin embargo no parecen caricaturas de la burguesía limeña retratada por Alfredo Bryce Echenique en Un mundo para Julius.
Aunque todavía constituyan bolsones dentro de nuestra sociedad, debemos rendirnos a la evidencia de que el modelo de pensamiento preconizado a la vera de dichos ambientes -como resultado de la factible reversibilidad del punto de vista tras la acumulación notable de riquezas: sobre todo cuando es fruto de la corrupción o los negocios ilegales- no tendría por qué andar en consonancia con los de un proyecto social de un país del Tercer Mundo, bloqueado sin conmiseración por la mayor potencia económica y militar de la historia, adscrito a la filosofía de las equiparaciones, el compartir, los preceptos socialistas...
Desde el mismo triunfo de la Revolución hasta hoy han existido personalidades de la izquierda quienes, desde el exterior, “se preocuparon” sin razón por Cuba en momentos, sin comprender contextos, circunstancias, coyunturas, situación interna, razones de determinadas decisiones. A otros, en cambio, debe escuchársele, aun cuando no pueda gustarle, o inquietarle, a alguien cuanto expresen. Sea un caso el de Francois Houtart, sacerdote católico y sociólogo marxista belga, fundador del Centro Tricontinental, tan conocedor como amigo de nuestro país, quien por cierto visitara esta ciudad. En recientes reflexiones para el medio alternativo La República, Houtart alerta sobre una posibilidad, a no descartar en escenario ulterior, relacionada con “la creación de una burguesía nacional, yo eso lo he visto en Vietnam y no es revolucionaria y pensar que esa clase nueva va a servir para dar un paso hacia el socialismo yo pienso que es una ilusión, porque realmente es un peligro”.
Lo dijo Houtart. Quien escribe solo advierte caldos-gérmenes de tal cultivo. Como sea, cuanto importa ahora es retomar, quizá con mayor fuerza que nunca, el cardinal sentido, vareliano, martiano, fidelista, raúlista de la utilidad de la virtud. Deslindar, jerarquizar, cualificar bien -a nivel educativo, familiar, social-, las verdaderas razones por las cuales brilla un ser humano. Por regla general, desde Cristo hasta la fecha, su bolsillo no primó en la evaluación.
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