Dalia González Delgado
La más prestigiosa de las revistas del establishment estadounidense, Foreign Affairs, destacaba una pregunta en la portada de su edición de diciembre del 2011: “¿Se acabó EE.UU.?”.
Ya son muchos los que creen que Estados Unidos, hasta hace apenas unos años visto como un coloso que dominaba el mundo, está en decadencia.
Para el historiador británico Paul Kennedy, especialista en relaciones internacionales, ese país está “volviendo a ocupar su lugar ‘natural’ en el planeta, después de casi 70 años de dominio extraordinario y artificial a partir de 1945. No hay vuelta posible, al menos no a la época de Truman y Eisenhower; el mundo ha cambiado”.
Quedaron atrás los tiempos en los que el 85 % o más de las reservas de divisas internacionales consistían en billetes verdes. Unido a esto, el proyecto de integración europeo se ha erosionado. “Asia se dispone a dar un paso al frente, mientras que Europa se convierte en un coro distante”, considera el autor de Auge y caída de las grandes potencias.
Por su parte, el reconocido intelectual norteamericano Noam Chomsky, sostiene que “la decadencia que ahora provoca preocupación no es un fenómeno reciente. Se remonta a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando EE.UU. tenía la mitad de las riquezas del mundo e incomparable seguridad y alcance global”.
“En 1970, la parte estadounidense de la riqueza ya había caído a un 25 %; todavía colosal, pero mucho menos que al término de la Guerra”.
Al interior del país, el “sueño americano” está pasando al olvido. A partir de los años setenta hubo un cambio significativo en la economía. Planificadores, privados y estatales, se volvieron hacia la subcontratación de producción en el extranjero, impulsada, en parte, por la disminución de los beneficios en la manufactura nacional.
Según Chomsky, esas decisiones iniciaron un ciclo maligno en el cual el capital se concentró dramáticamente en el 0,1 % de la población, lo que a su vez causó la concentración del poder político.
Mientras tanto, para la mayoría, los salarios reales se estancaron y la gente se las arregló mediante cargas laborales aumentadas, deudas insostenibles, y “burbujas” repetidas desde los años de Reagan, cuando se crearon fortunas de papel que inevitablemente desaparecían cuando reventaban, y los perpetradores eran rescatados por los contribuyentes.
“Todos los imperios tienen un final”, asegura el también historiador británico Eric Hobsbawm. “Si hay algo que he aprendido, es que los grandes imperios se desintegran a gran velocidad. Viví la caída de los grandes imperios coloniales. Viví el intento de los alemanes de establecer un imperio en Europa y, tal vez, en todo el mundo: el Tercer Reich, para el que preveían 1 000 años de vida, y que no perduró. Viví la gran revolución mundial, que debía durar para siempre, y no fue así”.
ASCENSO DE CHINA
Mientras Estados Unidos “cae”, del otro lado del mar “nace” una potencia. Y ese no es solo un criterio defendido entre los expertos. Un estudio sobre actitudes mundiales del Pew Research Center, realizado el año pasado, descubrió que la mayoría de los entrevistados en 15 de 22 naciones creía que China sustituirá o ya sustituyó a la nación norteña como primera superpotencia. Esa noción fue especialmente recurrente en Europa occidental; por ejemplo, sostenida por el 72 % de los franceses.
Entre los estadounidenses, el porcentaje de las personas con la idea de que China llegará a opacar o ya opacó a Estados Unidos aumentó de 33 % en el 2009 a 46 % en el 2011.
En 1991, cuando el filósofo y geopolítico Imad Fawzi Shueibi habló sobre esa posibilidad en su libro El Nuevo Orden Político Mundial, parecía un análisis imposible de creer.
Veintiún años después, tiene más argumentos para defender la idea de que “el hecho de que Rusia y China alcen su voz ha puesto a esos dos países a desempeñar el papel de motor en la actual dinámica del Mediterráneo oriental, lo cual significa indudablemente el fin de la historia estadounidense en la región”.
El también presidente del Centro de Estudios Estratégicos y Documentación de Damasco defiende la posibilidad de un “nuevo orden multipolar, basado en dos ejes alrededor de cada uno de los cuales se hallarían varios polos. Solo que el eje chino-ruso sería ascendente mientras que el otro sería descendente”.
En esto coincide con el politólogo estadounidense Zbigniew Brzezinski, a quien le parece poco probable que el mundo quede bajo el dominio de un único sucesor, ni siquiera de China. Brzezinski fue Consejero de Seguridad Nacional del expresidente James Carter, y es considerado uno de los más prestigiosos analistas en política exterior a nivel mundial.
Mientras, Narushige Michishita, profesor del Instituto Nacional de Estudios Políticos de Tokio y asesor del Gobierno japonés en temas de seguridad, opina que “en términos relativos, Estados Unidos está empezando a declinar en comparación con China”.
Es casi seguro que el PIB chino será superior, gracias al tamaño de su población y a su impresionante ritmo de crecimiento económico. Pero si nos atenemos al ingreso per cápita, pasarán décadas antes de que China alcance a EE.UU.
Tal vez por eso, Lee Kuan Yew, ex primer ministro de Singapur, opina que aunque China “hará sudar tinta a Estados Unidos”, no superará su poderío global, al menos durante la primera mitad de este siglo.
Ahora bien, ¿habrá un conflicto entre Estados Unidos y China que se convierta en un enfrentamiento militar? No lo sabemos, pero existe el riesgo.
Para el doctor Imad Shueibi, Beijing y Moscú están actuando con precaución en aras de prevenir una guerra mundial, aunque son posibles sangrientos conflictos regionales.
Asimismo, Imad Fawzi Shueibi destaca que “las Grandes Potencias no mueren en sus camas”. El mayor peligro reside en que estos países poseen armas nucleares.
“Algunas de las vulnerabilidades de Estados Unidos son bastante obvias”, comentó a AP Dimitri Trenin, experto ruso en políticas de seguridad y diplomacia. “El tema de la deuda, regulaciones financieras débiles, la desigualdad social que castiga a la clase media…”.
Trenin, quien es director del Centro Carnegie de Moscú, pronostica que, de todos modos, Estados Unidos seguirá ejerciendo enorme influencia por varias décadas, aunque cuestiona la capacidad de la elite política de ese país para responder acertadamente a los acontecimientos mundiales.
Chomsky considera que aunque el poder de Washington está disminuyendo, aún es abrumadoramente mayor que el de cualquier otro.
El renacimiento de Rusia y el despertar de China parecen conducir a un Nuevo Orden Internacional. Hablar de una era postestadounidense ya no es solo la proyección de un deseo o un simple punto de vista político.
Ahora bien, ¿cómo será ese proceso de “decadencia” y qué pasará después? Por el momento solo podemos especular. Lo importante es que está sobre la mesa de debates un tema impensable hasta hace pocos años. (Tomado de Contrainjerencia)
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