Charly Morales Valido
Cuando conversé con el actor español Willy Toledo, agonizando ya la pasada Feria del Libro, no sospechaba que tenía en planes quedarse a vivir en Cuba. Quizás estaba comentándole la idea a Pascual Serrano, el cerebro de Rebelión, cuando lo interrumpí para hacerle algunas preguntas sobre sus gustos literarios, y sobre cómo era sobrevivir en una sociedad como la suya nadando contracorriente…
Protagonista de películas como Crimen ferpecto (2004) y Salir pitando (2007), Toledo era más conocido en Cuba por sus simpatías políticas que por sus papeles, los cuales fueron disminuyendo a medida que subía de tono su militancia. “Por suerte a Almodovar nadie puede decirle a quién contratar”, bromeó Toledo, aludiendo a su participación en la comedia Los amantes pasajeros, la más reciente producción del realizador manchego…
Poco después Toledo anunció que se venía a vivir a Cuba, y un reciente reporte del corresponsal de BBC Mundo lo muestra feliz con su decisión, viviendo como un cubano más, alegre por la posibilidad de saldar viejas deudas literarias, contentándose con bajar un “rifle” en el Malecón, extrañando algo a su gente y su “invivible” Madrid natal…
Ha descubierto también que para vivir en Cuba no basta con amarla o tener algo de dinero. Cuba tiene cosas que escapan a toda lógica que no sea la cubana, y esa no hay manual que la enseñe. Lo mejor es vivirla sin tratar de entenderla, y como buen cubano, aprender a capear el temporal y ponerle al mal tiempo buena cara.
Algunos lo logran, otros no, y se van sin comprender que a los cubanos no hay quien nos comprenda.
Es el caso de Robinson, un amigo estadounidense que vivió durante 7 años y medio en Cuba, y acabó yéndose a Nicaragua después de que le “rayaran la pintura” por haber cuestionado la ética de un jefe. Aún así, cada año regresa dos veces a reunirse con viejos amigos, pero ya no tiene el permiso de residencia. “De todos modos estoy todo el día en Cuba, a pesar de no estar físicamente”, me aseguró por chat.
Nuestra Isla es, sin dudas, subyugante. Orjan vino de Noruega con sus discos de Elvis Costello y ganas de contar como periodista de qué iba este país. Y encontró una mulata con nombre de república báltica, que le enseñó más de Cuba que 100 tomos de historia, y encima le parió dos niños que lo ataron definitivamente a este país. Cómo será la cosa, que terminó su período como corresponsal y se llevó la bahía habanera hasta su portada de Facebook. Y a su esposa y chamas también, faltara más.
Otros como Enrique, el argentino yerno de mi vecina, optó por radicarse aquí. Ya tiene dos hijos y sus negocios como representante de una empresa canadiense marchan viento en popa y creciendo. O sea, él posee los dos requisitos para conseguir el permiso de residencia en Cuba: está casado con una cubana y trabaja en una empresa que opera aquí.
Ríase de la diáspora judía: hay cubanos hasta en las yurtas de Mongolia. Ya nadie se extraña de que alguien “se vaya”, pues parece ser lo lógico. En esa cuerda, lo ilógico es que alguien quiera venir a vivir a Cuba. Evidentemente hay crisis peores que la nuestra, pero tampoco venir es un acto de desesperación, sino la exploración de un país que se abre paulatinamente y ofrece nuevas potencialidades.
Algunos vienen y consiguen la residencia permanente, otros deben conformarse con un permiso temporal, que debe ser renovado cada año. Para conseguirlo deben presentar desde certificación de nacimiento hasta pruebas de VIH/SIDA, tener no menos de cinco mil dólares depositados en un banco cubano, un registro criminal limpio y una razón convincente para solicitar la residencia en Cuba.
Pero antes, cuando miles de soviéticas –y de otros lugares al este del Muro- vinieron atrás de sus cubanitos, los jefes de núcleos tenían que firmar una suerte de documento de acogida, haciéndose responsable por las recién llegadas. Se acabaron los ochenta o se acabó el amor, y muchas volvieron a sus patrias, pero otras se “aplatanaron” y ya no se ponen bravas porque le digan “Rusa”, aunque haya nacido en Kiev o Belgrado.
Según el Capítulo III, Artículo 34 de la Constitución de la República de Cuba, los extranjeros con visa de Residente Permanente adquieren los mismos derechos y deberes de un nacional, y estarán sujetos a las leyes del Estado cubano. Y lo que para muchos podría no significar gran cosa, para otros es un estímulo para emigrar a Cuba.
Es el caso de Paula, una chilena que conocí hace unos meses. Formada en el sistema cubano de enseñanza, Paula quiere para su hija de 8 años la misma educación que ella recibió, y está decidida a venir con todos sus cheles y su niña a vivir como un cubano más. Me preguntó qué creía de su idea, y no se me ocurrió otra cosa que escribir esta nota chovinista… (Tomado del magazine OnCuba)
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