Siempre rodeada del cariño de los niños. |
Desapareció físicamente una mujer que vibró como el alma misma de la Patria. En sus vivencias, la satisfacción de estar junto a Haydeé Santamaría en el asalto a la alborada, allí donde la muerte de los allegados recababa apoyo.
Entre ráfagas de ametralladoras y los últimos quejidos de los baleados, se convirtieron en heroínas las dos muchachas de la legión de valientes que irrumpieron en el Moncada. Melba no fue madre, tal vez todo ese instinto tierno lo volcó en Yeyé, cuando le tocó conocer de las torturas y la muerte de su hermano Abel, así como de su novio Boris Luis Santa Coloma.
Fueron las dos únicas mujeres del grupo de jóvenes que el 26 de julio de 1953 concurrió a la convocatoria de su generación para no dejar pasar por alto tanta afrenta de la tiranía en el año del Centenario del Apóstol. Y se lanzaron contra los muros de la segunda fortaleza militar del país, les tocó guardar prisión y contra el dolor de sus almas dejar sus muertos entre la sangre y la amada tierra santiaguera, saber que no los volverían a ver jamás...
Melba Hernández Integró la dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio desde sus inicios y como tal realizó diferentes actividades; desde despedir a los expedicionarios en Tuxpan hasta que el yate se perdió en las brumas de la madrugada tespestuosa, hasta su incorporación más tarde al Ejército Rebelde ya consolidado, a cuyo Tercer Frente Oriental Mario Muñoz fue asignada.
La vida de aquella niña crucense, nacida del humilde hogar de Manuel Hernández y Elena Rodríguez del Rey, pasará a la historia como una gloria de Cuba. Patriota desde la cuna y la escuelita donde Corina Rodríguez, la anciana maestra de recia estirpe mambisa, regó la semilla que germinaba en aquella muchacha; no perdía oportunidad Melba para recordar sus enseñanzas.
Estudió la abogacía y la ejerció en el juicio donde Fidel proclamara su alegato La historia me absolverá. Por eso le tocó al pueblo de Cruces el mérito del primer parto impreso de la histórica declaración, y allí, desde su pueblito natal, la combatiente clandestina realizó la gigante labor de difundir el programa de Fidel, aquel que escuchó en pleno juicio y cuyas esencias defendió con su brillantez de jurista, con el mismo verbo que luego del triunfo la llevó a representar como embajadora a la islita rebelde en el Viet Nam agredido por los yanquis.
Los más jóvenes no conocieron sus dotes de oradora, pero hasta el último momento, entre silencios e insinuaciones le escucharon sus alegatos de fidelidad y cubanía, patentizadas en amor a la patria y a Fidel.
Trabajo relacionado:
- Los vientos que enviaron a Melba
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