Julio Martínez Molina
Corría el año 399 antes de Cristo. Un solo hombre se enfrentaba, en juicio público, ante 500 jueces atenienses. Sócrates vale por el doble de ellos, aunque ni su clarividencia ni su autodefensa le servirán de mucho a la hora del el veredicto. Se le acusa, entre otras tonterías, de emplear el arte de la retórica para pervertir a los jóvenes con enseñanzas insanas.
Defiéndese así el pensador: “La mentira que más me ha sorprendido (por sus acusadores) es la que decía que debéis tener cuidado de que no os engañe, porque, según ellos, tengo facilidad de palabra. No les dio vergüenza que les dejara por embusteros en cuanto me pusiera a hablar con tan poca elocuencia”.
Con su respuesta, el sabio pone en solfa, hasta se mofa de cuanto espetan sus impugnadores, dejándoles en ridículo. Sin embargo, fallan sin vacilar en contra del filósofo que nunca escribió línea alguna, condenándolo a muerte.
La historia está superpoblada de procesos legales contra grandes figuras contra quienes fueron emitidas sentencias deshonestas e injustas, definido el carácter de las decisiones por circunstancias coyunturales o intereses perdurables de los poderes políticos, castrenses, religiosos… La cicuta, la hoguera, la horca, el pelotón de fusilamiento, la silla eléctrica, largos años en el corredor de la muerte o períodos cruentos de encierro castigaron osadías, “transgresiones”, actitudes valerosas para sus determinados períodos históricos; maldijeron con mentirosa maldad punitiva a la verdad. Porque esta duele, molesta, perturba los sueños de las clases dominantes.
La única verdad -la peor de todas para el Imperio- de los cinco patriotas antiterroristas cubanos en los Estados Unidos, y razón por la cual tres de ellos aun guardan prisión sin basamento judicial alguno tras proceso legal tan risible como el de Sócrates, es luchar por la preservación de la integridad soberana de su pueblo. Aunque los medios occidentales no lo difundan, pues su tinglado está dominado por actores contrarios a propalar el mínimo atisbo de claridad en relación con el caso, constituye -como es sabido por todos- uno de los ensañamientos más notorios de los que tenga dato la historia del Derecho y la Política a lo largo de la historia.
La prensa EUA, entre las cunas del Periodismo, deberá cargar en su agenda de descréditos la actitud sucia, taimada mediante la cual (in) observa el caso. No en balde, Leonard Weinglass suscribió en 2003 “El juicio fue mantenido en secreto por los medios de prensa norteamericanos. Es inconcebible que el juicio más largo en los Estados Unidos hasta el momento en que este tuvo lugar fuese cubierto solamente por la prensa local de Miami, particularmente cuando fueron llamados a testificar por la defensa generales y un almirante, así como un asesor de la Casa Blanca. ¿Dónde estaban los medios de prensa norteamericanos durante seis meses? No solo fue este el juicio más largo, sino también fue un caso que involucraba importantes asuntos de política exterior y terrorismo internacional (…)”
Pese al silencio, el crimen de lesa incivilidad resulta cada vez más conocido por miles de personas, quienes a través del planeta propalan los resultados del insustentable fallo, el amañado proceso miamero, las exorbitantes condenas, el castigo extra de René y la valentía, el decoro, la dignidad sin par de ellos, quienes ofrendaron su juventud y cambiaron sus sueños individuales a favor de uno más grande perteneciente a once millones de cubanos.
Los Cinco vieron escurrir la mayor parte de sus años mozos sin espacio para la expresión doméstica de sus deseos personales, el contacto físico con sus parejas, el crecer cotidiano de sus hijos, el beso diario, la brisa de los árboles, el alegrón de una lluvia pasajera, el trabajo diario de sus compatriotas en Cuba…
Solo estos hermanos pueden saber cuanto sufrimiento interior han debido acallar, moldear, transformar en fuerza para proseguir soportando el castigo sin causa en pos de la causa mayor.
No se dejaron amedrentar ni arredraron su fibra ni siquiera en los momentos más difíciles de estos ya demasiado extensos años en los que permanecen encarcelados, cuando las más duras campañas mediáticas programadas por la Casa Blanca y sus satélites de Miami, Barcelona, Madrid o Praga arreciaron sin freno contra nosotros, a la espera de sentar las bases psicológicas para acciones de mayor envergadura, típico en su modus operandi.
Lo que ocurre es que siguen sin calibrar la altura de Cuba ni la de las cinco figuras que son, al día de hoy, el ejemplo personificado del arrojo y la determinación histórica de una nación independiente, libre, rebelde. Hay que honrar, hay que querer y admirar a Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio Guerrero Rodríguez, René González Sehwerert y Fernando González Llort, Héroes de la República de Cuba, los tres primeros aún detenidos desde aquel triste sábado 12 de septiembre de 1998.
Debemos seguir promoviendo en nuestras escuelas su conocimiento integral como lo que son: buenos cubanos de siempre, de los inmancillables; resultados concretos de la incontestable fuerza moral de la alborada de Enero. Espejo y ejemplo. Gente noble y grande de un pueblo inmenso.
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