Ángel Guerra Cabrera
Estados Unidos siempre ha necesitado un enemigo externo para atemorizar y disciplinar a su población y justificar sus aventuras bélicas, cada vez más frecuentes por cierto. Asesinado Bin Laden y duramente golpeadas las estructuras de Al Queda según la versión obamiana, hacía falta un plato más fuerte.
Éste llegó con la súbita y desmedida exposición mediática del Estado Islámico (EI), surgido en fin de cuentas a consecuencia de las políticas belicosas y antislámicas de Washington y sus amanuenses europeos, y saltó a los espacios estelares con el grotesco montaje sobre la urgencia de socorrer a los yazidíes –un pequeño pueblo milenario de cuya existencia probablemente ni Obama conociera hasta ese momento–, así como las teatrales escenas de video sobre las decapitaciones de dos estadunidenses.
Ambos espectáculos reiterados en la pequeña pantalla sirvieron para que unos estadunidenses cada vez más renuentes a las aventuras bélicas, aceptaran la guerra aérea, "sin botas sobre el terreno", otra promesa del ocupante de la Casa Blanca. La llamada guerra contra el EI no es más que la continuación del mismo conflicto bélico contra Irak iniciado hace un cuarto de siglo por George W. H. Bush, mantenido por William Clinton con la denominada zona de exclusión aérea y las crueles sanciones, reanudada por el menor de los Bush a un costo de cientos de miles de vidas iraquíes y ahora relanzada por el presidente que prometió solemnemente retirarse del país árabe.
Esta guerra es una nueva fase de la estrategia estadunidense-israelí de lograr un profundo rediseño, desmembramiento y balcanización de los estados soberanos de Medio Oriente en micro estados ordenados según líneas confesionales y étnicas, después de haber sometido deliberadamente a sus pueblos a una exacerbación de sus seculares rencillas, religiosas o de otro tipo. Con ello, asegurar su división, debilitamiento y subordinación a los planes de control de los hidrocarburos, el agua y otros recursos naturales y a la vez liquidar todo foco de resistencia a su hegemonía en la región. No han podido lograrlo con Irán, la resistencia patriótica libanesa de Hezbolá ni con Siria y Palestina.
Al bombardear Siria, Obama viola descaradamente el compromiso contraído hace un año con Vladimir Putin cuando el líder ruso persuadió a su aliado Assad de destruir todas sus armas químicas a cambio de que Estados Unidos y sus aliados suspendieran definitivamente el ataque aéreo contra Damasco. Cabe recordar que Siria es un Estado de extrema sensibilidad estratégica para Moscú, cuyas relaciones actuales con Washington son todo menos amistosas, ya que este las ha colocado en un rumbo de creciente y franca confrontación debido a su constante hostigamiento a la otra gran potencia nuclear.
A la vez Obama pisotea la ley internacional, la Carta de la ONU y la propia Constitución de Estados Unidos, pues ninguna de ellas lo autoriza a atacar a otro Estado soberano que ni siquiera ha agredido al suyo. Ya recibió una advertencia de Putin, que no acostumbra realizarlas en vano, pues suelen ser acompañadas o sucedidas por contragolpes. También Irán y Hezbolá han condenado el bombardeo yanqui.
La ridícula participación –al parecer eminentemente nominal– de las petromonarquías árabes ultrarreaccionarias en la fuerza aérea de la coalición que ataca a Siria agrava aún más la vulneración por Obama del derecho internacional y puede complicar mucho a futuro el desarrollo de este conflicto.
No conforme con montar una peligrosísima provocación a Rusia en Ucrania, a cuyas llamas continúa vertiendo gasolina, Washington recurre nada menos que a la reanudación de la guerra en Irak y su extensión por ahora a Siria, aunque ya el secretario de Estado Kerry dijo que los límites geográficos no les impedirán perseguir a los terroristas, por lo que puede esperarse el desbordamiento territorial de las operaciones.
Escenarios bélicos intercambiables mediáticamente, ayer Tel Aviv y Washington estaban arrasando con Gaza como parte de su objetivo de dividir y destruir a la resistencia palestina. Si tomamos en serio la declaración de Kerry, quién sabe a dónde se propongan atacar mañana.
Aunque Estados Unidos cambia de una semana a otra los objetivos y límites de sus guerras, según Obama esta persigue degradar y destruir al EI y llevará tiempo, o sea rebasará su mandato. La doctrina bushista de la guerra permanente se ha impuesto y por lo visto las promesas del premio Nobel de la paz son agua y cenizas.
Cuenta del autor en Twitter: @aguerraguerra
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