Julio Martínez Molina
En el libro cuarto de Moisés, Números, existe un hermoso pasaje, conocido popularmente como La nube sobre el tabernáculo, que sintetiza el respeto, la fidelidad, la unidad y el seguimiento.
Cuando esta se alzaba, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde paraba, allí acampaban. “Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados. Cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel aguardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían”.
Y así, la marcha de ese pueblo iba en relación directa con el desplazamiento de la nube divina, suerte de disparo de salida, brújula, itinerario, bitácora.
No he de incurrir aquí en la simplificadora mitificación sacrílega de comparar a Fidel con un Dios, porque era solo un ser humano, presa de los términos de la biología e inexorablemente presto a la muerte física, como el resto de las personas. Tan, tan humano era, que su modestia impar ha querido que ni se le ponga su nombre a una escuela, quizá en lo único con lo cual haya estado en desacuerdo con él a lo largo de mi vida. Pero, cubanos, a lo que voy: se nos fue la nube. Perdimos a la mayor de todas y ahora esta deberá hallarse a través del concurso de todas las formaciones nubosas de nuestro celaje patrio; otra grande como la de Raúl y la inmensa estructurada mediante el fervor y el deseo de continuar la obra de todos los cubanos dignos.
Seguir es la palabra de orden. Si en un momento —caro Roa—, tuvo la palabra el camarada máuser; ahora la tiene la camarada Unidad.
Cohesionados en torno a la primerísima e irrenunciable idea del mantenimiento de la independencia nacional, los hijos de esta Isla deberemos ser fieles con nuestra tradición emancipadora iniciada el 10 de octubre de 1868 y cristalizada el 1 de Enero de 1959 gracias a Fidel, la generación histórica, sí; pero gracias sobre todo al deseo expreso de un pueblo aborrecido de yugos y desprecios ordenados desde Madrid o Washington.
Sumar, aunar voluntades en la causa mayor de defender lo conquistado luego de siglos de lucha constituye el deber fundamental de los nacidos en este país e identificados con la causa noble de la dignidad y el respeto a nuestra historia.
Cuba Libre costó muy cara para venderla barata. Debemos comenzar a llamar las cosas por su nombres, olvidarnos de eufemismos y de eso tan dañino llamado lo “políticamente correcto”, tendencia (puro sofisma de la doble moral humana, en verdad) gracias en buena medida a lo cual ganó las elecciones en los Estados Unidos el cerdo Donald Trump. Combatir entre todos lo mal hecho, impugnar y no adular a quien medra a cuenta de robar o engañar al Estado, que a la larga es robar y engañarnos a nosotros mismos; atacar la corrupción, el soborno y el maltrato en las instituciones estatales; perfeccionar los mecanismos de control; incidir con mucha mayor fuerza desde la base y los núcleos del Partido en la toma de decisiones administrativas y observación del cauce de los recursos.
Para continuar, tampoco podemos ponernos orejeras ni taparnos los ojos, es apremiante fortalecer el cuerpo económico de una nación sometida al más cruel bloqueo de la historia de la humanidad y que precisa proseguir su camino de búsqueda de nuevos mercados, impulsar su productividad, fomentar los fondos exportables, destrabar los lastres y amarres que aún entorpecen el desarrollo de las fuerzas productivas, privilegiar al trabajador salarialmente en la medida de su esfuerzo, rescatar la jerarquización moral de actores esenciales de nuestro proceso como educadores/médicos/científicos/intelectuales. Dignificar a Cuba en cada momento, en cada instante de interacción verbal o digital con extranjeros, en esas redes sociales donde el enemigo expresa el odio más cerval a la Revolución. No convertirnos en peones de nadie, por ganar su sonrisa.
Los nueve días de duelo confirmaron una cosa sabida: el amor infinito y la lealtad sin límites de nuestro pueblo a Fidel y la Revolución. También refrendó algo no menos ignorado: Estados Unidos continuará haciendo todo cuanto esté a su alcance por neutralizar nuestro proyecto de nación, con el contubernio y la cizaña fratricida del Miami carroñero, cuyos medios, políticos y una (pequeña) parte de los cubanoamericanos tuvo su momento de gloria el 25 de noviembre.
Seguir, y seguir de una forma mejor, es el único camino. Nos toca, por él; por nosotros; por nuestros hijos.
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