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miércoles, 4 de mayo de 2011

Al susurro del viento (+ Vídeos)

Raúl Capote Fernández (Daniel)
“He vivido: al deber juré mis armas /
y ni una vez el sol dobló las cuestas /
(…) De noche, cuando al sueño a sus soldados /
en el negro cuartel llama la vida, /
la espalda vuelvo a cuanto vive: al muro /
la frente doy…”

José Martí

Melissa Cordero Novo

Los rostros comunes desandan los laberintos donde Ariadna encontró a su amado. Se trastocan entre los mismos rayos de sol, y tienen la capacidad de imaginarse el viento y luego atraparlo en la pupila. Los rostros comunes no lo son tanto, no lo son nada, no lo son todo. Los rostros comunes aprenden a desafiar al Minotauro sin hilos mágicos; son la salvación, la redentora cruz que no dibuja el cielo, son la única luz en medio de la única oscuridad.
Como música desconocida aprendieron a tragar en seco. Tuvieron que apretar los dientes, y el puño, para no romperle la cara a los traidores. Y resistieron al pie del volcán la lava que jamás les quemó el pecho. A la Patria la llevaron por dentro, cual candil encendido: para las noches más frías, para las noticias más duras, para las mentiras más difíciles.

Hubo nombres que les cambiaron la vida, hubo contenciones, hidalguías, países, secretos, familias rotas, deberes sagrados, lágrimas que no salieron de los ojos, explicaciones ausentes, abrazos pendientes, deseos apretados entre la distancia y una palabra. Y hubo más: cielos nublados por el deseo, horizontes de blanco, de rojo, de azul; hubo tanto, que la vida entera es poca para reverenciar ante sus pies.
Entonces verlos caminar por esta ciudad, sentarse en sus espacios, respirar el mismo oxígeno, conversar con el pueblo, estrechar las manos; es una suerte tremendamente mágica. No son hombres, sino gigantes, y con botas de siete leguas. Moisés Rodríguez Quesada (Vladimir), Dalexis González Madruga (Raúl), Carlos Cerpa (Emilio), Raúl Capote Fernández (Daniel), José Manuel Collera Vento (Gerardo) y Frank Carlos Vázquez Díaz (Robin), le cambiaron los colores, y para siempre, a Cienfuegos.
Es la segunda ocasión para unos, y primera para el resto, que intercambian sus vivencias en la ciudad. Esta vez, llegaron sus almas plenas hasta la Universidad, el Hospital, la sede del Gobierno…, la Refinería de Petróleo. En cada uno de esos lugares dejaron un pedacito de sí mismos.
Y no por conocidas sus historias dejaron de asombrar, siempre uno quiere saber más. Y tampoco por repetirlas, ellos se cansaron, pues saben que a quienes se les defiende, agradecen con creces su presencia.
Los 25 años que Vladimir estuvo infiltrado en la contrarrevolución, le robaron muchos amaneceres de su Cuba. Fue difícil, confiesa, sobre todo con la familia. Porque no es sencillo mirar a los ojos de una madre, de una esposa, y mentir. No lo es. Tampoco perderse el instante de colocarle a un hijo la pañoleta, o los momentos de jugar a los piratas y a los peloteros.
Raúl es el más joven de todos, pero con una convicción que se le dibuja por todo el cuerpo y fascina. Hay confianza en sus ojos, una nobleza que enamora; y uno puede perderse a plenitud entre sus manos y palabras. Escucharlo hablar de las proezas, lo hace más grande, y uno también siente que le debe la vida, que le debe las esperanzas que no se acaban.
Daniel es cienfueguero, eso resulta orgullo enorme, y ya nadie puede impedir que lo repitamos. Aquí va: Daniel es cienfueguero. Es un hombre de los que sabe desnudar el alma. Te mira, te examina, luego, sentencia. Conversa contigo como si te conociera desde siempre, y te regala sonrisas envidiables. Es maestro ante todo. Es un titán de los que siempre van a preferir que el enemigo recoja el polvo de un suelo anegado en sangre.
Emilio te roba toda la armonía que tengas por dentro. Y cuanto le falta de estatura, lo lleva multiplicado en el pecho. Simpático, ocurrente, genial. Uno nunca quisiera que detuviera sus palabras, y el tiempo no existe si estás a su lado, y te sientes segura, tranquila, no hay temores. Saberlo ahí es tener paz, tener la seguridad que ninguna dama de blanco, o Radio Martí, podrán arrebatarnos.
Gerardo es un hombre servicial, y la sencillez se le desborda entre los poros. En la mirada lleva el reflejo de los héroes, y desde su trinchera, desde la medicina, supo combatir por el bien de todos.
Robin lleva, a toda proa, sobre los párpados, una inteligencia admirable. Lo escudriña todo, y de todo quiere saber el porqué. Tontos los que pensaron que una mente así podía corromperse, u olvidar la historia, y a los héroes. Tienen que ser muy tontos. No es que Robin haya estado a la altura, es que el cielo resulta demasiado pequeño para medirla.
No hay dimensiones que le alcancen al coraje de estos héroes.

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