Melissa CORDERO NOVO
Desde el 19 de mayo de 2002, una guardia de honor permanente ofrece homenaje, respeto y reverencias por los restos de quien viviera y muriera para Cuba. / Foto: Ismael Francisco |
¡Yo quiero romper las jaulas
de todas las aves; que la
naturaleza siga su curso
majestuoso (...) que el ave
vuele libre en su árbol;
y el ciervo salte libre en
su bosque; y el hombre ande
libre en la humanidad!
José Martí
José Martí
CIERRA EL VIENTO los ojos en el preciso instante del silencio, y se levantan luces con sabor a horizontes. Corre el agua pura, ondea la bandera que soportó los toques de a degüello, cristalizan los ojos en los minutos de siempre… Luego, se va deteniendo, insoslayable, la frente de aureolas, la frente de la Revolución, la que vio esclavos ahorcados y sufrió callada con la piel entre grilletes, la frente prodigiosa, la única, la eterna.
Entonces uno siente que no le cabe en el pecho tanto sol y tanta grandeza, uno siente ese despertar, esas reverencias; uno siente a la Patria corriéndole por las venas y desbordando, en torrente inclaudicable, sobre los espacios sagrados. Y uno siente un desplome que le impide caminar. Hay que detenerse en firme y apretar los puños, mirar al cielo, arrodillarse, hay que llorar; porque el Cementerio de Santa Ifigenia se te levanta en medio del tiempo, y te retumba toda la piel. Sí. Lo hace. Y bien fuerte.
Me sentí del tamaño del polvo. Hube de respirar junto a mis pocas valentías y caminé hacia delante, pisando su mismo sendero. Caminé mientras el cuerpo se me hacía denso, y una sensación de paz se me volcaba por el iris. Y los vi, en sus danzas bajo los mármoles. Y escuché sus voces de cristal, sus espíritus, mirándome. Y las palmas, y las banderas, y las coronas, y las efigies, y las inscripciones… todo, absolutamente todo se me coló entre la sien y el alma.
Sé que es difícil pensar en las ausencias, pero esta tierra no pudo tener mejores hijos, y esos hijos se levantan hoy en mausoleos dignos, resistiendo las bondades de la tierra, el momento del después, batiendo los mares que se levantan contra los recuerdos. Por eso, no pude tomar otro camino que el de su redención, e ir con la mano plena y la respiración apretada, a verle.
¡A él prometí tantas cosas! Bebí sus textos con la meta inalcanzable de acercarme un día a esa prosa; y sus poesías me salvaron del abismo. Montones de veces. Ya sembré un árbol, ya escribí algo parecido a un libro, solo me falta darle vida al vientre que hoy espera poder regalar palabras como estas: “Pudiera yo, hijo mío, / quebrando el arte / universal, muriendo / mis años dándote…”.
Y estuve de frente ante su tumba, cubierta por franjas de colores y una estrella; y sentí un dolor partiendo mis arterias, y el sol entrándome por los poros, y la brisa tupida, y los ojos quietos, y la voz muda, y los oídos sordos. Estar frente a los restos del más grande de todos los cubanos, te cambia, ya para siempre. No soy igual. No lo soy.
¡Quise decirle tantas cosas! Que vivo enamorada de él, por ejemplo; pero hay palabras (aunque sinceras) que no traspasan los umbrales de la tierra. Quise decirle que estaba celosa de aquella niña de tierras lejanas, y que yo también podía morir de amor. “Y es que mi alma (también) si me miras crece, / y no hay nada después que me has mirado”. No, no lo hay. Quise decirle que aprendí de memoria sus pasos de gigante libertario, su labor; que lo defendí, que lo defiendo, y que el dolor de su muerte no se quita, ni se afloja, ni se acaba.
Soporté frente a sus restos la desdicha de nacer un siglo después de su muerte, de no haber compartido la suerte en los exilios, ni la mañana oscura de mayo de 1895. Y sentí, a quemarropa, aquella bala cruel que profanó su cuerpo atrevido. La distancia entre la vida y la muerte se hizo demasiado pequeña para salvamentos.
Estuve junto a él, junto a Martí, porque solo así pude pretender que me escuchara, que supiera de dolores sin consuelos, y de lágrimas sin pozos donde descansar. Tiene el Maestro un mausoleo donde descansa en paz, y desde donde sigue emitiendo la misma luz que saliera, tímida, desde la calle Paula.
AL ALMA EL MONUMENTO
¡Bien hace la naturaleza en dar a los
hombres la seguridad de que serán trocados
en seres alados, porque es tan terrible el momento
de tránsito en que ya no se siente andar, ni se
sabe aún volar, que pudiera el alma abatida,
para no sentir este momento, desear volver a ser bruto!
José Martí
hombres la seguridad de que serán trocados
en seres alados, porque es tan terrible el momento
de tránsito en que ya no se siente andar, ni se
sabe aún volar, que pudiera el alma abatida,
para no sentir este momento, desear volver a ser bruto!
José Martí
A la entrada del cementerio de Santa Ifigenia, bien cerca de las palmas, y de las nubes, hay una llama eterna que te roba el aliento, y de repente. Está al inicio de un sendero difícil de atravesar para los hombres ingratos, un sendero pintado con el sabor de la Patria. La llama no se apaga. No puede hacerlo.
Al final, se levanta, preponderante, un conjunto arquitectónico de 26 metros de altura en forma hexagonal, que desde 1951 custodia los restos mortales de José Martí. Y sorprenden las cariátides (de seis metros de alto y en posición hierática), que parecen mirarte, fijamente, velando tus pasos, tus palabras, tus pensamientos…, se elevan cual guardianas, representando las seis antiguas provincias de Cuba. En el interior, y en la misma posición de las figuras excelsas de mujer, se encuentran los escudos de estos territorios.
Cada una de las cariátides posee características de las provincias representadas. La perteneciente a Pinar del Río porta en sus manos una rama de tabaco; la de La Habana lleva el libro de control de la economía. Matanzas exhibe una lira y un pergamino por su distinción cultural. Las Villas, porta a la caña de azúcar, cultivo principal del país, y una mocha. Camagüey se levanta con el ganando ante sus pies; y Oriente descubre un pico, café y el cuerno de la abundancia repleto de frutas.
Cuando uno va en busca del mausoleo, atraviesa una calle de mármol, tan recta como el carácter de Pepe. Está conformada por un conjunto de 28 monolitos, estos representan cada uno de los campamentos donde estuvo Martí durante su participación en la Guerra Necesaria. Contienen en su interior el nombre del campamento y un pensamiento del Apóstol.
En la entrada del mausoleo, el pecho soporta poco tantas palpitaciones. Y cuando descubre la cripta funeraria, no hay piernas que puedan quedar sin sucumbir. Dentro, descansa un cofre de bronce con las cenizas de Pepe. Soportando la caja: un puñado de tierra de todos los países de América. La forma pentagonal de la urna, permite que Martí repose justo debajo de la estrella solitaria de la bandera que los cubre. Frente, y con el brío eterno de sus propias palabras, tiene sobre su “losa un ramo de flores”. En los días de lluvia, el agua penetra por la escalinata del fondo y del frente, chocando en un punto intermedio que remite a Dos Ríos.
La escultura de Martí, ubicada en el deambulatorio, es impresionante. Entonces uno quiere que hable, que mueva los ojos, que te escuche, que te mire; mas no lo hace. Y uno vuelve a mirarla, a imaginar cómo hubiese sido tenerlo enfrente, y más hondo se hace el agujero en el corazón. Es totalmente blanca para simbolizar la pureza de los ideales del Maestro. Está de frente al este, así, cada mañana, observa el nacimiento del sol en el oriente cubano. Martí está sentado, escribiendo sobre su rodilla izquierda… no había mejor forma de representarlo.
En la paz interior del recinto se encuentran los escudos de América, dispuestos en orden alfabético. El Nacional se halla en el centro, y sobre la cara de un pedestal. Y en la cúspide, por encima de los rostros de las cariátides, aparece un lucernario, el cual permite la entrada de luz natural durante todo el día. A determinadas horas, los rayos del sol se reflejan directamente sobre la urna funeraria de Martí.
Desde el 19 de mayo de 2002, una guardia de honor permanente, ofrece homenaje, respeto y la mayor de las reverencias por los restos de quien viviera y muriera para Cuba.
DESPUÉS DEL DESPUÉS
Qué así como esas hojas en el techo /
refléjense al morir nuestras figuras /
agrandadas en el cielo.
José Martí
refléjense al morir nuestras figuras /
agrandadas en el cielo.
José Martí
Poco pudo hacer el polvo de alas de mariposa. Ínfimos esfuerzos que no detuvieron la pólvora, ni la trayectoria, ni el combate. Allí, en Dos Ríos, se detuvo la grandeza de quien aprendió a comer grilletes y llagas sin desprender una sola lágrima. Allí se detuvo.
Enrique Loynaz del Castillo le arrancó al suelo la sangre coagulada de Martí para echarla en un frasco; dicen que había un reguero grande sobre la tierra. Y Gómez, también de frente al sitio donde cayera el Apóstol, sentenció que Pepe fue a la muerte “con toda la energía y el valor de un hombre de voluntad y entereza indomables”.
Nunca más nadie volvió a montar sobre Baconao, que a pesar de ser herido, salió ileso del enfrentamiento donde murió su jinete. Máximo Gómez ordenó, tiempo después, soltarlo en la finca Sabanilla.
Dijo Martí: “en la cruz murió el hombre un día, hay que aprender a morir en la cruz todos los días”. Y se abrió el cielo, y descendió en tormenta aparatosa la muerte misma para desembocar sobre su rostro. El impacto, la sangre, la caída, no debió ser, no podía ser. Pero no hubo mayor grandeza que la suya, ni mejor destino que el de ese amor desenfrenado por Nubia.
“Morir no es acabar”. Por supuesto que no, mi Martí.
Un cofre de bronce cubierto por la Enseña Patria guarda las cenizas del Apóstol de la Independencia de Cuba. / Fotos: Ismael Francisco |
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