Charlie Cook (*)
Los miembros del Congreso no lo saben, pero se han convertido en el hazmerreír de la nación. Deberían temer por la pérdida de sus escaños.
Aquí está su tarea por el día de hoy:
Vaya al sitio del sitio web del Government Printing Office’s y pida una edición actualizada del directorio ilustrado del Congreso, que contiene las fotografías a color del Congreso número 112 de los Estados Unidos. Guárdelo y después de las elecciones del 2016, revísela y verá cuántos legisladores todavía están en la Cámara de Representantes y en el Senado.
Pienso que la cifra será espantosamente baja. Muchos legisladores perderán en las elecciones primeras o generales del 2012, 2014 y 2016. Algunos se jubilarán y otros irán a lanzarse para otro escaño, pero el desgaste será altísimo.
Durante el curso de la Historia tanto el Congreso como la Casa Blanca han vivido altas y bajas, momentos que podemos recordar con orgullo, y otros en que los políticos no han dado la talla a las expectativas del pueblo norteamericano.
Ahora estamos en un punto muy muy bajo, el peor que he visto desde que llegué a Washington en septiembre de 1972. Nunca que yo recuerde se han visto la Casa Blanca y el Congreso tan disfuncionales como se aprecian hoy en día. Lo que está en juego es muy alto, pero la salida es completamente decepcionante.
Las metas de casi todos los proyectos de ley sobre el techo de la deuda que se debaten son tan modestas que cualquier victoria sería verdaderamente una derrota en términos de lo que se necesita hacer.
Uno de mis cuñados me mandó un correo electrónico hace poco con un chiste sobre un hombre que nació con un tornillo de plata en el estómago en vez de un ombligo. Durante toda su vida buscó siempre la manera de que le quitaran el tornillo. Encontró a un monje en Nepal que podía realizarle el sueño. Con un destornillador gigante, en medio de una neblina púrpura, le quitó el tornillo. Al saltar de felicidad, el hombre perdió el trasero. La moraleja es: no te pongas a fastidiar destornillando cosas que no entiendes, porque puedes perder algo verdaderamente útil.
Al final del chiste, mi cuñado me escribió una nota diciendo que el Congreso estaba jugando a destornillar cosas que no entiende, como la Economía, y por eso estamos perdiendo nuestro trasero nacional.
Los legisladores quizás no se dan cuenta de que se han convertido en el blanco de los chistes nacionales, pero así es.
Si este debate sobre el techo de la deuda está produciendo algún ganador político, será alguien que no tiene ninguna conexión con el Congreso ni con la Casa Blanca. El índice de aprobación para ambos partidos está decayendo y el del Presidente Obama ha caído a un 43% en una sola semana, empatado con el más bajo de su presidencia. La debacle del techo de la deuda es como una bomba que explota continuamente en Washington, lesionando a ambos lados de Pennsylvania Avenue (calle que delimita las sedes de la Casa Blanca y el Congreso).
Tristemente pienso que para enfocar las mentes de los políticos en Washington hace falta una caída significante de la Bolsa de 500 a 1000 puntos de los índices del Dow Jones, precipitada quizás por una reducción del índice los bonos. Los mercados accionarios y de bonos, neuróticos y nerviosos en la mejores circunstancias se han mantenido increíblemente pacientes, asumiendo que todo se arreglará. Pero en cualquier momento se agota la paciencia. Aún con un acuerdo modesto de la reducción de la deuda más un aumento a corto plazo del techo de la deuda, no serán suficientes para darle confianza a los mercados.
Una caída significativa de la Bolsa causaría gran daño a los ahorros para el retiro de la población, y a la economía en general. El efecto negativo sobre el dinero que tiene de la gente en los bancos sería grande. Sin embargo, hay otra pérdida peor, aunque no tan obvia: Washington está enlodando la reputación de EUU como líder mundial. Nos estamos convirtiendo en un hazmerreír.
El famoso periodista ya fallecido A.J. Liebling, quien durante muchos años escribió para The New Yorker, dijo que Louisiana era la más norteña de las repúblicas bananeras. Si Liebling estuviera vivo ampliaría el concepto de “república bananera más norteña”. Diría que todo Estados Unidos es ya una República Bananera, con Washington como su triste capital.
Pienso que la mayoría de los miembros del Congreso y sus asistentes están demasiado metidos en el problema como para entender el daño que se están haciendo a sí mismos, a la institución que representan y al proceso político de la nación. El examen del directorio ilustrado nos dirá si yo tengo o no la razón.
(*) El autor es analistas estadounidense, especializado en predicción de elecciones y rumbos políticos de Washington. Publica una columna en el diario National Journal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario