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martes, 26 de julio de 2011

La victoria del revés

“Podrán vencer dentro de unas horas o
ser vencidos; pero de todas maneras (…),
el movimiento triunfará. Si vencemos
mañana, se hará más pronto lo que aspiró
Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto
servirá de ejemplo al pueblo de Cuba”.


Fidel Castro

La orden fue asesinar a diez revolucionarios por cada soldado batistiano muerto en combate. Así dijo Batista, así lo decretó el Fulgencio, el tirano de mano suelta, el dictador que pisoteó, impunemente, cada letra de la Constitución. Los persiguieron. Y los mataron. Debían aplacar la sed de lucha, y escarmentar, de una vez y para siempre, a los asaltantes de los cuarteles Moncada en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo.
La fecha se ha repetido 58 veces desde entonces, recordándole a todos, a los cobardes y a los impíos, que una verdadera Revolución no muere, ni se rompe, ni se aplaca. Esas, las verdaderas revoluciones, solo nacen para triunfar, más aún la cubana, por cuyas venas cabalgaban los espíritus redentores de Céspedes y Martí.
Era el año del centenario del Apóstol, la hora de romper las cadenas y hacer que el caimán clavara todos los dientes sobre la frente del dictador. Era tiempo de salvar la luz, de extenderla por cada rincón de la Isla, de solventar las llagas, las cuales, solo sanarían con el himno y la bandera ondeando en la cima del Turquino.
El punto escogido para asestar el golpe fue el oriente del país. Las acciones se desarrollarían el 26 de julio, aprovechando las fiestas que se robaban la atención de las calles de Santiago. El Moncada era la segunda fortaleza militar del país, y la operación ofrecía ventajas: dificultad del envío de refuerzos desde La Habana, y la cercanía de las montañas para refugiarse una vez culminado el ataque.
Despojados de sí mismos, salieron aquellos gigantes desde la Granjita Siboney hacia Santiago. Eran las 4 de la madrugada. El plan, lo sabían de memoria, y separados en los tres grupos, se dispusieron a tomar el Hospital Civil, el Palacio de Justicia, y la fortaleza militar. Las dos primeras edificaciones se ocuparon sin dificultades, más no ocurrió lo mismo con el Moncada. Una vez desarmada la posta número 3, una patrulla de recorrido, inesperada, los sorprendió y adelantó el fuego que dio la alarma en el cuartel.
La sorpresa: arruinada, y la desventaja de armas y hombres: notoria. Casi a la misma hora que Fidel anunciaba la retirada, 28 revolucionarios arremetían con toda fuerza contra el cuartel de Bayamo. Ambas acciones fracasaron, pero solo militarmente.
Hubo en la historia de Cuba pocas golpizas tan contundentes como aquellas con nombres de cuarteles. Pocas veces se marcó la sentencia de muerte, tan bien definida, en los rostros de los tiranos; y se corrió la voz de la victoria por todas las gargantas de la Isla. Aquel día nació sobre la pólvora, los agujeros en la pared, y los mártires, una nueva dirección y movimiento que no conocería de trabas ni cercos para la libertad. Nació el programa de lucha más importante de la Revolución. Se despejaron las dudas, los caminos, las nubes. Se abrió, y para siempre, el sendero de la llama eterna.

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