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jueves, 14 de julio de 2011

Libia: Neocolonialismo por el petróleo

El 1º de julio de 2011 el gobierno libio esperaba
reunir en Trípoli 1 millón de personas en una gran
manifestación contra la OTAN. Para sorpresa de
las autoridades libias, y de la OTAN, la
participación se elevó a 1,7 millones de personas.
La Coalición de Voluntarios intervino en Libia para salvar a la población civil de la represión del tirano Gaddafi. Cuatro meses más tarde, las muchedumbres libias han abandonado el territorio liberado de Bengasi y se agolpan en gigantescas manifestaciones contra la intervención de la OTAN

Thierry Meyssan

Ciento once días después del inicio de la intervención de la Coalición de Voluntarios en Libia no se vislumbra aún ninguna solución militar y los expertos señalan unánimemente que de no producirse un golpe de suerte inesperado a favor de la OTAN o el asesinato de Muammar el Gaddafi, el tiempo corre a favor del gobierno libio.
El 7 de julio, el consejo de ministros de Italia redujo a la mitad la participación de su país en el esfuerzo de guerra y retiró su portahelicópteros.
El jefe del gobierno italiano, Silvio Berlusconi, declaró incluso que siempre estuvo en contra de ese conflicto pero que el parlamento lo había obligado a participar.
El 10 de julio, el ministro de Defensa de Francia, Gerard Longuet, mencionó una solución política con una salida de Gaddafi «hacia otra ala de su palacio y con otro título». Como ya no hay palacio, es evidente que la primera condición es puramente formal. En cuanto a la segunda, nadie entiende su sentido, lo cual indica que se trata simplemente de una salida puramente semántica.
Las estructuras sociales y políticas existentes en Libia son fruto de la cultura local y resultan de difícil comprensión para muchos occidentales. Libia dispone de un sistema unicameral de democracia participativa que funciona de forma notablemente eficaz a nivel local y se complementa con la existencia de un foro tribal, que no constituye una segunda cámara o una especie de senado ya que no dispone de poder legislativo, sino que integra la solidaridad entre los diferentes clanes dentro de la vida política. Ese dispositivo se completa con la figura del «Guía», que no dispone de ningún poder legal sino de una autoridad moral. Nadie está obligado a prestarle obediencia, pero la mayoría lo hace, como lo haría con el cabeza de familia, aunque nada los obliga a ello.
Se trata, en conjunto, de un sistema político apacible en el que la gente no expresa temor hacia la policía, fuera de los momentos caracterizados por intentonas golpistas o durante el motín de la cárcel de Abou Salim (1996), hechos que fueron reprimidos de manera particularmente sangrienta. Esos elementos de juicio permiten percibir lo absurdo de los objetivos de guerra de la Coalición de Voluntarios.
Oficialmente, [la Coalición de Voluntarios] interviene en respuesta al llamado del Consejo de Seguridad de la ONU y para proteger a las víctimas civiles de una represión masiva. Hoy en día, sin embargo, los libios tienen la certeza de que nunca existió la represión y de que la fuerza aérea libia nunca bombardeó ningún barrio de Bengasi ni de Trípoli. El sector de la población libia que en algún momento creyó esas noticias, divulgadas por los canales internacionales de televisión, ha cambiado de parecer. La población, que generalmente tiene parientes y amigos dispersos a todo lo largo y ancho del país, ya ha tenido tiempo de informarse sobre la situación de estos y ha llegado a la conclusión de que todo no fue más que un engaño.
Sobre ese tema, como sucede con muchos otros, el mundo se divide actualmente entre los que creen la versión estadounidense y los que no creen en ella. En lo que me concierne, yo estoy residiendo en este momento en Trípoli, específicamente en el barrio considerado hostil a Gaddafi y que supuestamente fue bombardeado por la aviación libia por haberse sublevado en el primer momento. Y soy testigo de que, con excepción de un automóvil quemado, no existe aquí ningún indicio de tales incidentes. Los únicos inmuebles bombardeados aquí son edificios oficiales destruidos posteriormente por los misiles de la OTAN.
En todo caso, los principales líderes de la OTAN también han mencionado públicamente otro objetivo de esta guerra, con el que algunos miembros de la coalición no parecen estar de acuerdo. Ese objetivo es obtener la renuncia de Gaddafi, el «cambio de régimen». Aparece así una confusión imposible de desentrañar. Por un lado, esa exigencia no tiene absolutamente ninguna base jurídica a la luz de las resoluciones adoptadas en la ONU y no tiene tampoco nada que ver con el objetivo oficialmente anunciado de garantizar la protección de la población reprimida. Por otro lado, exigir la renuncia de Gaddafi carece además de todo sentido porque Gaddafi no ejerce ninguna función institucional sino que goza únicamente de una autoridad moral implícita en estructuras de carácter social, no de carácter político.
En definitiva, ¿con qué derecho se oponen los miembros de la OTAN al proceso democrático y deciden en lugar del pueblo libio la exclusión de uno de sus líderes?
Tal confusión confirma, por demás, que esta guerra responde a móviles no confesados, móviles que no comparten todos los miembros de la Coalición de Voluntarios.
El principio mismo de un ataque simultáneo contra Libia y Siria fue adoptado por el poder estadounidense durante la semana que siguió a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Fue expuesto públicamente por primera vez por el entonces secretario de Estado adjunto, John Bolton, en su discurso del 6 de mayo de 2002, titulado «Más allá del Eje del Mal». Fue confirmado por el general Wesley Clark, el 2 de marzo de 2007, en una célebre entrevista concedida a la televisión. El ex comandante de la OTAN presentó en aquella entrevista la lista de Estados que en los próximos años serían blancos de los ataques de Estados Unidos.
Los discípulos de Leo Strauss [1] tenían previsto atacar inicialmente Afganistán, Irak e Irán en el marco del «rediseño del Medio Oriente ampliado». Después, en una segunda fase, tenían previsto atacar Libia, Siria y el Líbano para extender el proceso y rediseñar también el Levante y el norte de África. Posteriormente, en una tercera fase, se producirían ataques contra Somalia y Sudán para remodelar el este de África.
Razones de evidente índole militar motivaron la posposición del ataque contra Irán y se decidió entonces pasar directamente a la Fase II, sin vínculo con los acontecimientos reales o imaginarios de Bengasi. La Coalición de Voluntarios se ve así arrastrada a un proceso que no deseaba y que, por demás, le queda grande.
La estrategia trazada por Estados Unidos y puesta en práctica por Francia y el Reino Unido –inmersos en una alianza que recuerda los tiempos de la expedición de Suez– se basaba en un análisis particularmente detallado del sistema tribal libio. Sabiendo que los miembros de algunas tribus –principalmente los Warfallah– han sido apartados de los cargos de responsabilidad, como resultado del fallido golpe de Estado de 1993, la OTAN explotaría las frustraciones de esas figuras, las armaría y las utilizaría para derrocar el régimen e instalar un gobierno prooccidental.
Berlusconi afirma que Sarkozy y Cameron indicaron en una reunión de los aliados, el 19 de marzo, que «la guerra se terminaría cuando se produjera, como se espera, una revuelta de la población de Trípoli contra el régimen actual».
Esa estrategia alcanzó su apogeo, el 27 de abril, con el llamado de 61 jefes tribales a favor del Consejo Nacional de Transición. Hay que señalar que en ese documento ya no se habla de masacres atribuidas al «régimen» en Bengasi y Trípoli sino de la supuesta intención de cometerlas. Los firmantes no agradecen a Francia y a la Unión Europea haber detenido una masacre ya desatada sino haber impedido una carnicería anunciada.
A partir de ese llamado, de manera constantemente y sin interrupción, las tribus de la oposición volvieron a unirse al gobierno de Trípoli y sus jefes incluso viajaron a la capital libia para expresar públicamente su apoyo a Gaddafi. Ese proceso ya había comenzado en realidad mucho antes y se manifestó públicamente el 8 de marzo, cuando el «Guía» recibió el homenaje de los jefes de tribus en el hotel Rixos, rodeado de los periodistas occidentales, que incluso sirvieron entonces de escudos humanos, absortos ante aquella nueva provocación.
La explicación es muy sencilla. La oposición interna a Gaddafi no tenía motivo alguno para derrocar el régimen antes de los acontecimientos de Benghazi. El llamado del 27 de abril se basó en noticias que los firmantes consideran hoy simples mentiras. Partiendo de ese hecho, estos fueron expresando uno a uno su apoyo al gobierno nacional en la lucha contra la agresión extranjera.
Conforme a la cultura musulmana, los rebeldes que han probado su buena fe fueron automáticamente perdonados e incorporados a las fuerzas nacionales.
No es relevante para nuestro análisis el determinar si la represión del régimen de Gaddafi es una realidad histórica o un mito de la propaganda occidental. Lo importante es saber lo que piensan en este momento los libios en su condición de pueblo soberano.
Es importante observar aquí la correlación de fuerzas en el plano político. El Consejo Nacional de Transición (CNT) no ha sabido dotarse de una base social. Bengasi, su capital provisional, era una ciudad de 800 000 habitantes.
En febrero, cientos de miles de esos habitantes celebraron su creación. En este momento, la «ciudad liberada por los rebeldes» y «protegida por la OTAN» es en realidad un pueblo fantasma que sólo cuenta algunas decenas de miles de habitantes, a menudo personas que carecen de medios para abandonar la ciudad. Los habitantes de Bengasi que no han huido de los combates han huido del nuevo régimen.
En Trípoli, mientras tanto, el «régimen de Gaddafi» logró movilizar 1,7 millones de personas durante la manifestación del 1º de julio y ha emprendido la organización de manifestaciones regionales todos los viernes. La semana pasada más de 400 000 personas participaron en la manifestación de Sabha, en el sur de Libia, y se espera una manifestación similar el viernes próximo en Az Zawiyah, en el oeste. Hay que precisar que se trata de manifestaciones de condena contra la OTAN, que ha matado más de un millar de libios, que está destruyendo la infraestructura no petrolera del país y que ha cortado las vías de suministro imponiendo al país un bloqueo naval.
Las manifestaciones se articulan alrededor del respaldo al «Guía» como líder anticolonialista, aunque no implican necesariamente una aprobación a posteriori de todos los aspectos de su política.
En definitiva, el pueblo libio ha hablado. Los libios no creen que la OTAN quiera protegerlos sino que está tratando de conquistar el país. Y estiman que es Gaddafi quien los está protegiendo ante la agresión de Occidente. En esas condiciones, la OTAN se ha quedado sin estrategia. Y no tiene «Plan B», nada de nada.
Las deserciones en el bando del Consejo Nacional de Transición son tan numerosas que, según la mayoría de los expertos, las «fuerzas rebeldes» no pasan de 800 o 1 000 combatientes, ciertamente armados hasta los dientes por la alianza atlántica, pero incapaces de desempeñar un papel importante sin apoyo popular. Es probable que los comandos de las fuerzas especiales desplegados por la OTAN en suelo libio sean más numerosos que los combatientes libios que dirigen.
La retirada italiana y las declaraciones del ministro de Defensa de Francia no tienen nada de sorprendentes. A pesar de su poder de fuego, sin equivalente en la historia, las fuerzas de la OTAN han perdido esta guerra. No en el plano militar, claro está, sino porque olvidaron que «la guerra es la continuación de la política con otros medios» y porque se equivocaron en el plano político.
Los alaridos de Washington, que regañó inmediatamente al ministro francés y se niega a reconocer los hechos, no cambiarán la realidad.

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