Arriba, tal como quedó en sus inicios. Debajo, vista actual del centenario cine-teatro Luisa. |
La primera noche de septiembre de 1911, en una céntrica esquina de la ciudad de Cienfuegos, descorrió sus cortinas por primera vez el teatro Luisa, nombre que un plebiscito popular confirió al coliseo, construido en apenas seis meses por la compañía Sanz y Puga.
De esa manera la población de la que sin siquiera ser capital provincial se consideraba a sí misma como la segunda ciudad cubana, al menos en importancia económica, premió la trayectoria de su hija pródiga: la versátil actriz Luisa Martínez Casado.
Nacida en el seno de una familia artística por antonomasia, casi desde la adolescencia Luisa (1860-1925) había paseado los nombres de Cuba y Cienfuegos por los más rutilantes escenarios de Europa y América.
Desde 1891 la artista era la esposa del empresario Isaac de Puga, natural de la ciudad española de Burgos, quien aunó capitales con los hermanos cienfuegueros Julián y Carlos Rafael Sanz a fin de edificar el nuevo coliseo en la intersección de la calle Santa Clara y el Paseo de la Independencia (del Prado después), avenida principal de la ciudad.
Además de representar una competencia para el Tomás Terry, fundado en 1890 y una de las joyas de la arquitectura teatral cubana del siglo XIX, la sala construida por Sanz y Puga confirmó también a Cienfuegos, 250 kilómetros al sureste de La Habana, como la segunda plaza del arte dramático en el país.
Por entonces tal condición la reafirmaban la actuación en la reconocida como Perla del Sur de compañías de relevancia internacional y divas como la rusa Ana Pavlova o la francesa Sara Bernhardt, entre otras.
Tanto era así que en 1922, el mismo año de recibir el Premio Nobel de Literatura, el dramaturgo español Jacinto Benavente estrenó en Cienfuegos la gira de su compañía por la nación antillana.
Con las notas del Himno Nacional, interpretadas por la Banda Municipal bajo la batuta del maestro Agustín Sánchez Planas, comenzó la función inaugural de la instalación que en el argot periodístico local sería aludida en lo adelante como el teatro de la estrella, en referencia a la Martínez Casado.
A continuación la propia orquesta de la ciudad interpretó la obertura 1812 y Souvenir, de Richard Wagner, y Ecos, obra del repertorio del neoyorquino Metropolitan Opera House.
Al levantarse el telón de boca, realizado por el pintor Luis Ferro, apareció en escena la Luisa, quien fue recibida por una tempestad de aplausos, según las crónicas culturales en los periódicos de la ciudad. La actriz declamó unos versos de su poema A Cienfuegos.
La compañía de la diva mexicana Esperanza Iris, que actuaría a teatro lleno durante 11 noches consecutivas, subió a las relucientes tablas a La viuda alegre, opereta del austriaco Franz Lehar, pieza en la cual ella asumió la piel de Ana de Glavari.
El crítico teatral que firmaba bajo el seudónimo de San Duarsedo elogió entre los decorados de la primera función el del parisino restaurant Maxim's.
Para los tres días siguientes, el telón de anuncios de la nueva sala proponía El Conde de Luxemburgo, La Princesa del Dollar y Aire de primavera, con papeles estelares a cargo de Josefina Peral, el barítono Palmer y la bailarina italiana Amelia Costa, respectivamente.
El escenario del Luisa no se quedaría detrás del Terry en cuanto a notoriedades acogidas.
Por allí desfilaron durante sus primeros años Graciela Paretto, Lucrecia Boris, Hipólito Lázaro, Titta Rufo, Amelita Galli, Tina Poli Randaccio, Enrique Borrás, la Compañía de Dramas Policíacos Caral, la de Raúl del Monte y, por supuesto, el sin par cienfueguero Arquímedes Pous, el genial negrito del teatro bufo cubano.
La actuación de la Pavlova, una de las celebridades de la danza mundial a principios del siglo XX, tuvo lugar el lunes 22 de marzo de 1915. Acababa de cumplir 34 años y su belleza encandilaba por cuanto escenario pasaba.
El programa incluyó como piezas de lujo La Muñeca Encantada y La Noche de Walpurgis, y en el acápite de diversiones figuraron La Danza de Primavera, el minuet El Cisne, de Paderewski, danzas holandesas, persas y poéticas, la Rapsodia húngara número dos de Franz Liszt y la Bacanal de Otoño. Junto a la líder de la compañía brillaron además la Plokovietzka y el gran bailarín ruso Volinine.
"Nadie había bailado aquí como ella". La frase le pertenece al cronista apodado Díazde y apareció en la sección Arte y Artistas del vespertino local El Comercio el martes 23. La reseña apunta que la rusita "hizo un cisne sorprendente, en cuyo desplome el público no cesaba de batir palmas".
Y si de famosos se trata, en sus primeros meses de funcionamiento, exactamente el 18 de enero de 1912, el teatro Luisa ofreció las galas de su entablado a una actuación sui géneris, la del futuro campeón mundial de ajedrez, el habanero José Raúl Capablanca (1888-1941).
En las tablas cuadricularon un tablero gigante de 64 casillas, 32 niños de la Escuela Central de la ciudad hicieron las veces de piezas y quien aún es considerado por muchos el genio número uno del juego ciencia en el orbe enfrentó al campeón local Carlos Felipe Gutiérrez en aquella partida viviente, cuyo desenlace resultó tan obvio como un amanecer.
El trebejista criollo, que venía de ganar a fines del año anterior el fortísimo torneo de la ciudad española de San Sebastián, fue acomodado por Luisa Martínez Casado en su propio palco grillé.
* El autor es corresponsal en Cienfuegos de la agencia Prensa Latina.
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