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jueves, 22 de septiembre de 2011

El que nace para antena ¿del cielo le cae un satélite?

Sin control y en caída libre, se desperdigarán sobre un punto de la superficie del planeta muy difícil de estimar,  varios fragmentos del satélite UARS de los Estados Unidos, uno de ellos de alrededor de 150 kilos

La llegada hoy a la Tierra de un satélite de EEUU fuera de control, al igual que el cuento del aficionado al béisbol al que se le muere un amigo y se le aparece a la noche siguiente, trae una noticia buena y otra mala. ¿No lo recuerdan? Como imagino a varios negando con la cabeza, les resumo el chiste: el hombre prefirió recibir primero la buena noticia y el recién llegado al cielo le comunicó de los tremendos torneos de pelota que se armaban "allá arriba". Temeroso, al otro que aún respiraba no le quedó más remedio que indagar por la mala: "Bueno, pues me han encomendado avisarte que mañana te toca hacer de abridor".
Para ir contra el orden en que aquel prefirió enterarse, les propongo comenzar por la parte fea del asunto relacionada con la defenestración del cachivache orbital:
No hay ninguna manera de modificar la caída del viejo artefacto de seis toneladas y, con suerte, los expertos sólo sabrán minutos antes del impacto el punto aproximado donde se estrellarán los pedazos. La órbita que sigue el Satélite de Investigación de la Atmósfera Alta (UARS) hace que todos los continentes habitados tengan las mismas papeletas para un impacto. Sólo la Antártida queda fuera de la rifa.
La NASA (del inglés Nacional Aeronautics and Space Administration) estima que la colisión será este viernes, aunque todavía no se sabe la hora exacta. Tal incertidumbre pone de manifiesto los riesgos del aumento de la actividad solar, cuyo viento ha provocado una caída anticipada del artefacto, según reconoce la agencia espacial. También subraya la necesidad de un acuerdo internacional para incluir sistemas de seguridad en los satélites que permitan sacarlos de su órbita de forma segura una vez finalicen su vida útil, según los expertos consultados por el diario Público.
Dos párrafos como para preocuparse, aunque como verán a renglón seguido, con las buenas noticias disminuyen la tensión y los motivos para agarrar una tortícolis mirando para el cielo al salir a la calle.
Resulta que las posibilidades de que los restos de la nave hieran a alguien son “extremadamente pequeñas”, dice la NASA. La agencia calcula que una eventualidad de esa índole es del rango de una entre 3 200, un margen pequeño de riesgo, aunque supera con creces los topes aceptables por la NASA para este tipo de eventos vinculados con la llamada basura espacial, cuyo estándar límite es de una posibilidad entre 10 000.
Según explicó al mencionado sitio digital el autor de un reciente informe sobre el tema, habrá que adoptar medidas inmediatas pues los niveles de desechos orbitales provocados por la civilización humana han llegado a un “punto crítico”.
A pesar de ello, Don Kessler, ahora asesor del Gobierno de EEUU en esa materia tras varios años de experiencia en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, hizo un llamado a la tranquilidad. “No deberíamos preocuparnos demasiado [por la llegada del satélite]“.
Y es que las posibilidades reales de accidente son mucho menores de lo que parecen a simple vista. La estimación de la NASA debe ser dividida por la población total de la zona donde puede caer el satélite, es decir, casi 7.000 millones de personas. Cada terrícola tiene, aproximadamente, una posibilidad entre 20 billones de que le caiga encima un pedazo de satélite, según Holger Krag, ingeniero de la oficina de seguimiento de basura espacial de la Agencia Espacial Europa (ESA). “Nadie debe preocuparse por esto, cada año hay decenas de reentradas en la atmósfera”, comentó desde el Centro de Control de Misiones de la ESA, en Darmstadt (Alemania). Desde que comenzó la carrera espacial, centenares de artefactos han reingresado a la Tierra con o sin control y ni una sola persona ha resultado herida.
En 1991, cuando fue lanzado al espacio, el entonces flamante UARS era un ingenio valorado en varios millones, equipado con tecnología punta dedicada al estudio de la capa de ozono. Pero desde 2005, luego de concluir su programa de investigaciones, se convirtió en un bloque de chatarra del tamaño de un autobús. La NASA quemó el poco combustible que le quedaba para ponerlo en una órbita de acercamiento a la Tierra, aunque a la larga resultó insuficiente para asegurar que el artefacto cayera en un punto previamente elegido del océano Pacífico. “Cuando se lanzó el UARS, la NASA apenas tenía normativas de seguridad sobre reentradas”, reconoce Kessler.
Desde hace años, EEUU ha incluido nuevas normas de seguridad para controlar la bajada de sus satélites. Además, les envía con combustible extra para poder dirigir su reingreso a la atmósfera. El problema, dice Kessler, es que el cumplimiento de ese tipo de normativas es voluntario y muchos países aún no los incluyen, ya que hace encarece el costo de los satélites.

En cenizas... y algo más

Según Kessler, el UARS “puede ser el mayor satélite caído en la Tierra en 30 años”. Se acerca por el espacio a unos 25.000 kilómetros por hora, señala Krag. Cuando impacte contra las capas más externas de la atmósfera terrestre, se frenará y gran parte de su fuselaje quedará reducido a cenizas en una llamarada espectacular. No obstante, algunos componentes fabricados de titanio, berilio y acero no se derretirán con las temperaturas de miles de grados.
La NASA calcula que los fragmentos incombustibles suman media tonelada, y que el pedazo mayor pesará alrededor de 150 kilogramos. A 75 kilómetros de altura, las esquirlas frenarán a 200 kilómetros por hora hasta estrellarse.
Lo más probable es que toda esa metralla caiga al mar, que compone tres cuartos de la posible zona de caída. Aún así, la Agencia Federal de Respuesta ante Emergencias de EEUU (FEMA) se está preparando para responder en caso de que los restos del satélite caigan en su territorio, según Space.com.
“Si encuentra una pieza del UARS, no la toque. Llame a un agente de la ley”, ha recomendado la NASA, en parte para proteger a la población, pero también para reclamar lo que es suyo. “Técnicamente la chatarra pertenece al Gobierno de EEUU”, explica Mark Matney, experto en basura espacial de la agencia estadounidense, a AFP.
El Pentágono es el encargado de seguir al satélite. La red de radares y telescopios que el ejército de EEUU tiene esparcidos por el mundo rastrean el artefacto, que da 16 vueltas a la Tierra cada día. El ejército pasa los datos a la NASA, que hasta ahora informa de la situación del satélite una vez al día. A medida que se aproxime, los avisos se harán más frecuentes, cada 12, seis y dos horas antes del impacto.
El sistema de la primera potencia militar del mundo deja mucho que desear. Mientras aviones no tripulados guian por láser bombas inteligentes capaces de liquidar a un equipo en marcha a alta velocidad, dos horas antes del impacto los radares sólo podrán predecir el lugar de caída con un margen de error de 12.000 kilómetros. ¿Increíble, no?
La explicación a tal incertidumbre, según Mark Matney, “se debe a que la nave es muy irregular y va dando vueltas difíciles de predecir”, señala . A esto se suma que la actividad solar puede acelerar o ralentizar la llegada. De hecho, una inusual actividad de los vientos solares ha sido la causa de la llegada anticipada del UARS, según ha reconocido la NASA. “Sólo sabrán dónde caerán los pedazos minutos antes del impacto”, advierte Kessler.
“No hay ninguna forma de controlarlo, todo depende de procesos naturales atmosféricos difíciles de predecir”, advierte Krag. En estos casos, lo mejor que se puede hacer es no hacer nada, añaden los expertos. Intentar desviar los restos del artefacto, por ejemplo disparándole, “no ayudaría en nada y podría, en cambio, empeorarla situación”, significa Kessler.
Vistos pro y contras, analizado cada detalle, queda no más concluir, con apego a las milenarias enseñanzas contenidas en un viejo refrán que se me antoja reformar a esta situación concreta, lo mejor es dejar a un lado las preocupaciones, porque está predestinado que "aquel que nace para antena, del cielo le cae un satélite".
Preocupémonos ahora mismo en qué andan nuestras medias naranjas, que en tiempos de corre-corre resulta mayor la posibilidad de recibir un "rayón de pintura" a que del cielo venga un trozo del UARS y nos parta en dos mitades. Total, como reza otro añejo adagio, "la yagua que está pa' uno no hay vaca que venga y se la coma".

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