Stav Shaffir, líder de los indignados israelíes, posa ante las carpas en el bulevar Rothschild. |
Una semana después, a mediados de julio, ella y diez personas más decidieron unirse y salir a la calle para protestar por un problema silenciado por las clases privilegiadas, pero en boca de muchos israelíes: los desorbitados precios de la vivienda y la falta de perspectivas de futuro en una sociedad con una brecha creciente entre ricos y pobres a pesar de albergar una economía saneada que crece a un ritmo del 6 % anual. "Trabajaba como periodista a tiempo completo en una revista, me pagaba un máster a plazos, pero no podía pagar un alquiler aunque compartiera piso con varias personas", añade.
A la semana de montar la primera tienda en el exclusivo bulevar Rothschild de Tel Aviv, funcionarios del ayuntamiento intentaron desalojarles. "Eso nos hizo enfadar, nos dio fuerza, nos quejamos aún más alto y a nuestra llamada se fue uniendo rápidamente más gente hasta hoy", comenta. Este primer sábado de septiembre, en la protesta social más importante de las últimas décadas, casi medio millón de personas se echaron a la calle para unir su voz a la de Stav y a la de otros indignados precoces.
"La gente ha despertado. En los últimos años lo han privatizado todo, la sanidad, la educación, la vivienda, siempre nos han dicho que la seguridad era lo más importante", dice enérgica, mientras unos religiosos rezan muy cerca los tradicionales mitxvá (dicen que para infundir fuerza espiritual y claridad de pensamiento a los acampados).
"Por primera vez, hemos visto cómo la gente ha despertado, cómo no se han quedado en los refugios a pesar de ver los cohetes sobrevolando sus cabezas", continúa Stav, en referencia al intercambio de ataques entre la franja de Gaza y el sur de Israel en agosto, tras el ataque a un autobús donde fallecieron varias personas. "Siempre se habla de Israel, de la cuestión palestina, pero ¿cómo vamos a solucionar eso si no arreglamos los problemas internos de nuestra sociedad? Hay una conexión clara", apostilla.
Su agenda es ajetreada, tanto que hace semanas que no ve a su familia. "Me queda media hora para la entrevista", dice distraída mientras recibe un mensaje en su móvil. Entretanto, unos curiosos la paran en medio del paseo para hacerse fotos. "Tenemos que apoyarles, esta generación va a cambiar el país", comenta un israelí que curiosea en los alrededores junto a un amigo turista recién llegado de Nueva York y que, por inercia, también posa para la instantánea.
Segundos después, otro israelí se acerca y le empieza a contar sus problemas en un chorro incontrolable: "Mi mujer y yo trabajamos, tenemos dos hijos pero no podemos comprar una casa; todo sube, la electricidad, ¡el agua tres veces este año!, ¡díselo a los del Gobierno!", le espeta.
Sin duda, esa es una de sus ocupaciones: escuchar a los indignados acampados en el centenar de ciudades que se han unido a la protesta por todo el país, además de asistir a las constantes asambleas donde se discuten las acciones a emprender. "Después tenemos que hablar con nuestro comité (de expertos) para que consideren todas estas quejas cuando hagan sus recomendaciones al Gobierno de Netanyahu", aclara Stav.
El Ejecutivo israelí creó hace unas semanas la conocida comisión Trachtenberg, formada por varios ministros y expertos, con el objetivo de aportar soluciones concretas al incómodo movimiento de los indignados. "Queremos que nos digan que van a hacer esto o lo otro en un plazo concreto, de seis meses, de ocho, lo que sea, pero hasta el momento solo hablan y hablan sin aportar soluciones", dice.
Después de la manifestación del fin de semana, el primer ministro ha dicho este domingo que los miembros de esta comisión trabajarán "a fondo" para ofrecer soluciones específicas en el plazo de dos semanas. "Si hacen lo que necesitamos, entonces nos calmaremos. Si no, aumentaremos la presión. Esto es un tren en marcha que no va a parar", advierte esta pelirroja de armas tomar.
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