El 6 de octubre de 1976 individuos de la peor calaña consumaron uno de los más brutales actos de terrorismo ejecutados por contrarrevolucionarios al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos.
Poco antes de abandonar el vuelo 455 de Cubana de Aviación durante su escala en Barbados, los venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo Lozano, sicarios al servicio de Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, dejaron activados los mecanismos de par de bombas de explosivo C-4, artefactos que estallaron unos minutos después de reiniciado el trayecto hacia Jamaica, próxima parada antes de continuar viaje a La Habana.
Testigos desde la playa vieron desplomarse herido el pájaro de metal frente a las costas barbadenses. La aeronave, un DC-8, se precipitó al mar con 73 personas a bordo. Nadie vivió para contar la trágica historia.
Aquel 6 de octubre de 1976 los corazones de los cubanos se detuvieron por un instante. La noticia trasladada de persona a persona con urgencia, pesar y rabia, era concisa y devastadora: "Se cayó un avión cubano en el mar por un sabotaje. No hay sobrevivientes...".
La evidencia posterior implicó a los ejecutores: Lugo y Ricardo fueron detenidos. Días después eran puestos presos los autores intelectuales del atentado en pleno vuelo: Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, quienes tiempo más tarde escaparon de la prisión con el propio contubernio de las autoridades venezolanas de entonces.
Como es usual en estos casos, ambos buscaron la protección del amo yanqui. A Bosch le extendió un indulto el presidente George Bush padre y murió sin remordimientos de conciencia viviendo en Miami, asiento de la mafia anticubana. El otro tuvo tiempo aún para nuevos servicios a la CIA y prestarse a sucias componendas en Centroamérica contra los movimientos de izquierda y en particular contra la Revolución Sandinista.
Luego pareció esfumarse, pero seguía latente su empecinamiento por hacer daño a Cuba. Y volvió a pagar de trasmano con dinero yanqui a nuevos mercenarios para poner bombas en instalaciones turísticas en La Habana, una de las cuales le cortó la vida al joven italiano Fabio Di Celmo.
Años después, en 2000, un operativo conjunto entre la inteligencia cubana y autoridades panameñas permitió abortar un nuevo acto brutal de Posada Carriles, quien con el concurso de otros connotados terroristas de origen cubano fraguaba un atentado con explosivos al líder de la Revolución, presente en la nación istmeña para la Cumbre Iberoamericana.
El objetivo, tal como lo describieron, era volar el Paraninfo de la Universidad de Panamá durante un acto de Solidaridad con Cuba al que asistiría Fidel, organizado por los estudiantes. Macabro plan en la nación que se aprestaba a ser sede de una cumbre que justamente enfilaría sus debates bajo el siguiente orden: Infancia y adolescencia, un nuevo proyecto para un nuevo siglo.
Poco antes de culminar su mandato, la presidenta Mireya Moscoso, "generosamente" retribuida por la mafia cubanoamericana asentada en Florida, concedió el indulto al terrorista y sus compinches de idéntica laya.
35 años después del salvaje acto, y tras un dilatado proceso en el que fue juzgado sólo por mentir en cuanto a la forma en que entró a los Estados Unidos, Luis Posada Carriles camina libremente por las calles de Miami mientras cinco luchadores antiterroristas cubanos suman ya más de trece años presos injustamente en cárceles de los EEUU.
El vídeo que sigue a continuación es un pequeño fragmento tomado del documental: Explosión a bordo, la verdadera historia del vuelo 455
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