Ulises Canales
Ajenas al inclemente invierno que azota a Medio Oriente, las crisis ya cíclicas entre Estados Unidos e Irán llevan nuevamente hoy al Golfo Pérsico a punto de ebullición, añadiendo el estratégico petróleo al manido contencioso nuclear.
La imposición de nuevas sanciones a los sectores bancario y energético iraníes es una muestra fehaciente de la frustración estadounidense y de sus aliados occidentales ante la actitud desafiante del país persa, determinado a proseguir su actividad atómica pacífica.
Nada casual fue que mientras el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) concluía una vasta demostración de su poderío naval en el Estrecho de Ormuz, el presidente Barack Obama aprobaba el 31 de diciembre sanciones al Banco Central de Irán.
Teherán advirtió que si las medidas punitivas de Washington tocaban su petróleo cerraría el Estrecho de Ormuz, por donde transita más del 35 por ciento del petróleo que se comercializa en el mundo.
Además, rechazó la incursión de un portaviones norteamericano por el Golfo Pérsico, y días después prosiguió los juegos bélicos con las fuerzas terrestres del CGRI.
Aunque no son pocos quienes creen que una confrontación armada está a las puertas, si bien no es descartable, todo parece apuntar a otro de los repetidos capítulos que, además de tantear la capacidad de reacción del contrario, se intenta involucrar a terceros con diversos fines.
En esta ocasión, el portavoz del Ministerio iraní de Relaciones Exteriores, Ramin Mehmanparast, opinó que las recientes sanciones de la Casa Blanca y la Unión Europea (UE) contra el sector energético de su país buscan dañar a sus rivales económicos en Asia.
Este 15 de enero el rey Abdulah Bin Abdulaziz de Arabia Saudita recibió en su palacio de Riad al primer ministro de China, Wen Jiabao, en una ocasión que el representante asiático aprovechó para comprar más crudo a su mayor suministrador mundial.
Según Mehmanparast, Beijing teme que un agravamiento del conflicto entre Occidente e Irán por el tema nuclear pueda crear mayores alteraciones en el abastecimiento de petróleo, pero para Estados Unidos es "una ocasión de derrotar a sus adversarios económicos asiáticos".
Observadores sostienen que dadas las crecientes necesidades de las grandes economías como las china, japonesa e india de recursos energéticos de modo "sostenible y duradero", a nadie -ni siquiera a Washington- conviene ahora una guerra de gran magnitud en el área.
Para Rusia, sin embargo, existe una "posibilidad real" de escalada bélica entre Estados Unidos e Irán, arrastrados por Israel, y por ello instó a la UE a no imitar el veto norteamericano del crudo iraní en los mercados de la eurozona.
Dentro de alguna escaramuza bélica previsible, pero en cualquier caso de baja envergadura, la prioridad para Obama y sus aliados es asfixiar la economía iraní y hacer valer una política de sanciones hasta la fecha fallida o, cuando menos, poco eficaz.
Temerosos de no contar con suficiente respaldo, los norteamericanos demorarán seis meses en poner en práctica las sanciones para dar tiempo a los mercados petroleros a hacer los ajustes de rigor ante el desbalance que se presume ocasionarán.
Por otro lado, si 2012 debutó incierto en materia de seguridad en la región más importante del comercio mundial de crudo, se debió en gran medida al doble juego de la Casa Blanca con su aliado Israel y naciones árabes sumidas en revueltas populares durante el año recién terminado.
A la vista quedó que la administración Obama tampoco cejó en asediar a Teherán a título bilateral ni en distintos foros internacionales, pero sobre todo apuntaló su política anti-iraní entre los reinos árabes sunnitas del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
La República Islámica de confesión musulmana chiita abogó por estrechar nexos con su entorno inmediato (Irak y las seis monarquías del CCG), desafiando complots, difamaciones y campañas mediáticas foráneas dirigidas a sembrar discordias.
El rechazo a la brutal represión del gobierno de Bahrein contra la oposición chiita durante las revueltas de febrero y marzo de 2011, y la invención norteamericana de un plan para asesinar al embajador saudita en Washington, fueron dos de los hechos que empeoraron los nexos.
Además del supuesto complot de asesinato, la arremetida de Arabia Saudita contra la minoría chiita en el este de su territorio, provocó irritación entre Teherán y Riad.
Poco más de una semana antes de que Obama promulgara la ley para imponer sanciones al sector bancario iraní, en la capital del reino wahabita sesionó la 32 cumbre ordinaria del CCG, cuya declaración final fue marcadamente hostil al país persa.
A la par de tratar de castigar a compañías y entidades financieras extranjeras que negocien con el Banco Central de Irán, Estados Unidos promueve un asedio colectivo internacional contra aquel país, con Israel a la cabeza en el entorno más inmediato.
De igual modo, Washington prepara sus tropas y encamina unidades navales hacia el Golfo Pérsico en previsión de que fracase su poder para disuadir a Tel Aviv de su supuesta determinación a involucrarse unilateralmente en una contienda con Teherán.
Según el rotativo estadounidense The Wall Street Journal, el Pentágono elevó el nivel de alerta en la zona para proteger sus unidades e intereses de hipotéticos ataques, si se desata esa guerra escurridiza que, en realidad, desea y medita tanto como Israel.
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