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lunes, 27 de febrero de 2012

Feria al provecho del saber

Julio MARTÍNEZ MOLINA 

“Leer no redime, ni salva, leemos y seguimos siendo malos e incluso entre los peores de nosotros ha habido grandes lectores: como Hitler, lector inveterado de Nietzsche, como Mark David Chapman, asesino de Lennon y fanático de Guardián en el trigal. Entonces ¿para qué leer, qué sentido oculto tendrá despilfarrar nuestro breve tiempo de vida en esa manía? quizás leemos para crecer para adentro, para el sueño o leemos  para olvidar que somos mortales e ilusionarnos que como a los protagonistas de nuestros libros preferidos nos espera la eternidad o leemos porque estamos condenados a ello ya que este mundo que habitamos es un  libro del cual  somos las letras. Vuelan de mí pero yo soy las alas, escribió una vez el poeta inglés Ben Johnson y fue como si atestiguara la existencia del libro de arena, ese que obsesionaba a Borges pues su página central no tenía reverso. Paradójico como ese libro en que están contenidos todos los libros es el lector, nosotros, sin el cual todo el Universo sería como las olas de un mar vacío: La lectura es la única real aventura que le va quedando al hombre en un mundo cada vez más marcado por la pérdida de la inocencia, sólo en los libros encontramos la unidad perdida, esa que nos permite perdonarnos a nosotros mismos y aceptar durante un tiempo la condición humana”.
Ningunas mejores que las anteriores palabras del escritor Marcial Gala para abrir la Feria del Libro en Cienfuegos. No hubo en sus stands, es verdad, textos de Philip Roth, Jonathan Franzen, David Foster Wallace, Don Winslow, Joyce Carol Oates, Roberto Bolaño, Wislawa Szymborska, Orham Pamuk, Haruki Murakami, Coetzee, Lé Clezio, Michel Houellebecq u otros autores imprescindibles del planeta. Esta, la nuestra, no es una Feria del Primer Mundo ni Cuba, por disímiles razones y entre ellas la del bloqueo no resulta la de menor peso, integra el mercado internacional del libro. Aunque en algún momento las autoridades del giro deberán plantearse determinados mecanismos de acceso, para que muchos lectores imposibilitados de descargar de Internet en pdf obras de estos autores, puedan leer por lo menos algunos de sus principales títulos. No nos es dable piratear en este campo, como se hace con todo el derecho de la galaxia en el cine o la música, mas quizá sería factible vislumbrar la adquisición a remate de remanentes pretéritos de editoriales iberoamericanas, pues el lector avisado sabe que un volumen actual de cualquiera de los autores citados cuesta entre 20 y 40 euros.
Lo anterior, sin embargo, ni empaña ni le resta mérito a un hecho de elevado impacto sociológico, cultural, ideológico y político como la Feria del Libro, cuyo período cienfueguero finalizara ayer domingo, con notable afluencia de público, miles de ejemplares vendidos y la articulación de un abarcador programa. Por fortuna este año más centrado en lo esencial particular del acto, con menos tendencia a la evanescencia periférica. E igual, sin tanta expansión innecesaria de puestos de venta, puesto que la cantidad existente de títulos (no al volumen de ediciones anteriores; ni tampoco con el mismo impacto, salvo excepciones) a la verdad no lo ameritaba. Para poner un ejemplo, el sábado, a partir de la una de la tarde, las carpas permanecían semivacías en el área del Prado.
Los anaqueles libreros de Cienfuegos estuvieron poblados por clásicos de todos los géneros, reediciones siempre procuradas (Había una vez, La Edad de Oro) y firmas de relieve, cubana o mundiales, dentro de sus respectivos apartados genéricos, sea en el pensamiento y la reflexión, sea en la poesía o narrativa infanto-juvenil y fantástica, a la manera de José Martí, Fidel Castro, Raúl Roa, Howard Zinn, Ignacio Ramonet, Virgilio Piñera, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Alexander Pushkin, Lorenzo Lunar, Zoila Lapique, Carlo Frabetti, Jordi Sierra i Fabra o Vicente Battista, entre muchos otros.
Las autoridades del giro y la Dirección de Cultura, junto a diversas instituciones de diferentes organismos, mostraron, junto a sus trabajadores, el máximo esfuerzo, a lo largo de jornadas agotadoras para ellos pero harto provechosas para un lector interesado en adquirir las novedades de su preferencia. Aquí, en Cuba, aun a precios muy bajos, en comparación con el elevado costo del producto impreso en cualquier parte del planeta.
Fue otro acto de fe en la relevancia crucial del saber, ejercicio optimista en el mejoramiento humano a través del conocimiento solo fundado en la lectura, cual bien recordara en estas páginas hace par de semanas la escritora Lourdes Díaz Canto, a quien le fuera dedicado el evento a escala territorial.
Con nosotros estuvieron desde la homenajeada Zoila Lapique hasta otros renombrados intelectuales cubanos quienes, junto a los no menos destacados del patio, compartieron presentaciones e instantes irrepetibles del segmento profesional, con intervenciones cuya profundidad mereció su publicación inmediata en el estupendo Boletín El Sacapuntas. Otra Feria ha quedado atrás, seguro con la insatisfacción puntual de aquel que no pudo conseguir el libro deseado dado su volátil presencia o el otro que rechazase la alternancia de tantos materiales de encuentros anteriores junto a los nuevos, pero ha sido un rotundo logro cultural de resonancias múltiples. Ahora su beneficio a futuro deberá producirse cuando comiencen a leerse los libros adquiridos, por parte de niños, jóvenes y pueblo en general.

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