Julio Martínez Molina
En Apedrearon a Soraya, cruda obra audiovisual sobre el dolor provocado a las mujeres en ciertos patriarcados árabes, un marido deseoso de quitarse de arriba a la esposa echa a andar el rumor de su infidelidad. Infundada, pero como sucede en casos tales la mentira se convierte en “verdad” colectiva y la cabeza de la infeliz e inocente persona es hecha trizas en la plaza pública por los “defensores del honor”.
Por fortuna, tanto las diferencias culturales como el propio machismo aún subsistente en Cuba impiden la ocurrencia de sucesos tales en los que el esposo divulga el engaño, aun cuando este sí fuese real por estas tierras lejanas de Arabia aunque de carnalidad muy cercana al espíritu de Las mil y una noches.
Más común aquí es que el sujeto de la esquina desbarre a la primera sobre el “prontuario” sexual de cualquiera hembra llamativa caminante por el adoquín; sobre todo si a su lerdo componente neuronal le es dable asimilar que esta no pertenece a su liga menor. A menos posibilidad, mayor nocividad. Sin embargo, la mentira del pelmazo puede ramificarse.
Son malos, en extremo perjudiciales, los rumores. Podría, bien, escribirse una Historia Universal o hasta Enciclopedias de cuantos percances han originado a través de los siglos, en los planos individuales o a rango de escalas sociales. Los de la variante cubana también generan estragos, aunque, eventualmente, de tan pueril su naturaleza, inducen a la risa; o cuando menos a la sonrisa adolorida de quien atestigua cómo, a veces, medio siglo de educación e instrucción gratuitas se van por el caño cuando cualquiera, doquiera, dice dos boberías y miles de personas se lo creen a pies juntillas.
Sea la expresión más reciente lo acaecido días atrás con la “bola” nacional rodante sobre modificaciones notables en la tasa de cambio del CUC.
Se lo habían comentado al redactor, mas este se resistía a creerlo, pues no pensaba que tanta gente iba a golpearse de nuevo con la misma piedra. Esta película la habíamos visto, a lo largo y ancho de nuestro país. Error mío. De nuevo el mismo cuadro, atemperado a la situación del momento: “Antes que el Papa se vaya baja a 17”. “Lo dijeron en Venezuela, esta semana se pone a 12”, eran algunos de los comentarios, tendenciosos o infantiles según su portavoz, propalados a las afueras de los establecimientos oficiales de canje de divisas.
Visto esto, again, ya uno piensa sea posible vuelva a registrarse en lo adelante en cualquier momento. Todo puede suceder si se presta más atención a un vendedor ilegal o a un “correo recibido del extranjero” que a los períodos de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, los Consejos de Ministros, las palabras de Raúl, Marino Murillo…. a la realidad económica de una nación que cuanto demanda a mares es el impulso de la productividad, el incremento de la oferta nacional, menos dependencia del exterior, en fin estos u otros elementos centrales -conocidos por todo quien lea, aun así sea de forma ocasional la prensa; o posea un mínimo de información o cultura económica- que contribuirían al ascenso del salario, con la consiguiente necesaria mejoría en el nivel de vida de muchas personas quienes deben depender en buena medida de este para su subsistencia mensual.
No obstante y, sin que lo dicho a continuación constituya una paradoja o se contradiga con parte de lo enunciado en el párrafo precedente, continúa fallando a nivel de país -ya de esto escribí, sin solución aparente al reclamo, en Juventud Rebelde un lustro atrás- la activación de los resortes informativos que, de manera puntual, neutralicen la propagación de este e innumerables rumores, yuxtapuestos en nefasta hilera a través de los años.
Los vacíos siempre son rellenados. Los pillos saben mucho de ello. Perogrullo no podría estar más de acuerdo con dicha obviedad; si bien así y todo prosigue ignorándose el elemental axioma. Los medios, el aparato oficial y las instituciones encartadas se quedan a la zaga en determinados episodios. Suele operarse por omisión o minimización de los efectos, dejando por lo general que la bola se desinfle por su propio peso. Esto último ha funcionado millones de veces, bajo cualquier régimen político, a lo largo de la historia. De hecho, salvando las enormes diferencias entre ambos contextos, todavía juega en el mismísimo Estados Unidos donde son maestros en los juegos y rejuegos del rumor, mas no puede ser la vara permanente con que medir las fenoménicas de marras. No, porque no solo, a la larga, contribuyen al desconcierto popular. Además, propenden a la circulación inmisericorde de esos “cuentos de horror y misterio”, a los cuales tan dados son algunos cubanos.
Resulta imprescindible la información oportuna sobre hechos de repercusión a nivel social: no solo el accidente de tránsito (ya la prensa logra hablar de ellos), sino además el delito grave o el hecho criminal que puso en vilo a la población: siempre enterada vox populi, nunca a través de la notificación en los medios, con el debido castigo ejemplificador dado al comisor, en blanco y negro. Eso frena a otros. No exista confusión, nadie reclama aquí la crónica roja, sino la verdad autorizada cuando sea menester, dado el grado de impacto social. Solo su puesta a la luz impedirá la desvirtuación callejera. En fin, los rumores.
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