El asesinato de Kennedy es el enigma por excelencia de la historia política contemporánea, sobre el que han corrido muchísimas interpretaciones. A criterio de no pocos estudiosos del tema, la mejor síntesis que se conoce de ellas es la que brinda el periodista Robert Talbot en su libro La conspiración (Editorial Crítica). Para Talbot, tres complots diferentes confluyeron en el atentado: el de los mafiosos que no perdonaban la persecución a las que les sometió la administración Kennedy; el de los ultraderechistas del establishment, con tentáculos en el FBI y la CIA, que le odiaban porque les había puesto a raya varias veces, y el de la mafia cubanoamericana que le consideraban un traidor por no apoyar el desembarco de Bahía de los Cochinos y culminó con la victoria de las fuerzas cubanas en Playa Girón.
En su recién publicada reconstrucción del magnicidio de Dallas, titulada 22/11/63, Stephen King pone a su protagonista a seguir los pasos del asesino Lee Harvey Oswald desde cinco años antes de que empuñe el arma magnicida. Su visión del tema parece esquivar las teorías conspirativas, y abonar, en cambio, la “aburrida” conclusión de la comisión Warren: el asesino actuó solo.
El columnista Sergio Vila-San Juan, de la redacción de lavanguardia.com se pregunta ¿cómo un rey de la imaginación fantástica deja pasar las hipótesis más literarias relativas a su gran tema de madurez?
Entrevistado al respecto para el The New York Times por el cineasta Errol Morris, él mismo autor de un documental sobre el asesor kennedyano Robert McNamara The fog of war, premiado con un Oscar) King señala -como hace también en el epílogo de 22/11/1963- que “al principio de la novela, un personaje dice creer en la autoría solitaria con un 95% de posibilidades. Tras leerme todo lo publicado sobre el tema, yo la aumento al 99%.”
Para el autor de Carrie, todos los relatos sobre el asesinato “cuentan la misma historia americana básica: he aquí un peligroso canijo sediento de fama (Oswald) que se encontró en el lugar adecuado para conseguirla”. Y remata, yendo a su terreno: “algunas de las teorías conspirativas han sido desmentidas, pero ninguna ha sido probada. Ocurre como con los ovnis: si existieran realmente, ¿cómo es que nunca ha aterrizado uno, ni han dado alguna prueba irreversible de su existencia?”.
Así las cosas, ¿por qué aún dudamos de la teoría del tirador solitario? La razón, según el escritor, es que al asesinar Jack Ruby a Oswald, “cerró su boca y lo silenció permanentemente”. Eso resulta bastante obvio. En su lugar, añade, un montón de testigos apuntan cosas contradictorias. “Y la única persona que podría decirnos lo que realmente ocurrió está muerta”.
Al final, sin embargo, reconoce que la respuesta al enigma del magnicidio requiere nada menos que “un acto de fe”, y explica que su propia mujer (la del escritor) está a favor de las teorías del complot.
Vila-San Juan añade que leído su libro, y apreciado el esfuerzo narrativo, coincide con Tabitha King: incluso de la mano del maestro, la explicación del “canijo sediento” actuando en solitario sabe a poco, deja demasiados enigmas abiertos, y afirma que como hipótesis de trabajo, le siguen resultando (como a no pocos y me incluyo) mucho más convincentes las conjeturas conspirativas y el triple complot de Robert Talbot.
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