Dagmara BARBIERI LÓPEZ
Mientras en Cuba celebramos el Día Internacional de la Infancia con devoción, miles de niños del mundo crecen de golpe hacia una madurez para la cual no están preparados, mendigan hambreados por las calles ante miradas indiferentes, desiguales a los que en esta isla progresan con el asidero de avivar ilusiones.
Las noticias son espeluznantes. Si repasamos los datos de la Unicef sobre el tema vemos los desafíos que aún se enfrentan para lograr el cumplimiento del objetivo de Desarrollo del milenio, referido a la supervivencia de los pequeños.
Conquistar la meta significa reducir sus defunciones casi a la mitad en 2015.
El citado informe comienza con una pregunta: ¿Cuánto vale una vida? Y la interrogante no avizora contestación ante los casi 10 millones de menores muertos que sufre el planeta anualmente.
Fríos datos oficiales sobre la realidad social indican que durante los dos últimos años se duplicó la cantidad de infantes mendigos o trabajadores, quienes han perdido el irrecuperable tiempo de su niñez en la calle.
Mucho podemos adicionar los cubanos a las metas del milenio, si tenemos en cuenta su orientación a analizar los progresos, a fin de reducir las cifras de mortalidad infantil.
Sin embargo, la Unicef ha proporcionado atención primaria integrada a hogares pobres de África subsahariana, por ejemplo.
El adagio de “cada niño viene al mundo con pan debajo del brazo” se desacredita, pues la desnutrición incide en un 50 por ciento de los fallecimientos.
Aguas insalubres, higiene deficiente y condiciones inadecuadas de saneamiento explican la alta prevalencia de enfermedades diarreicas y contribuyen de manera importante a la mortalidad de los menores de cinco años por neumonía y complicaciones neonatales.
El contexto es desgarrador, cientos de miles mal sobreviven en la cruda realidad de la desesperanza.
En la actualidad los decesos y las guerras se multiplican, y las campanas aún doblan por corazones inocentes.
Esta efeméride, instituida como es oficiada por pocos; pero a los cubanos nos cabe el orgullo de tener infancia con niños que van a la escuela, y en sencillos juegos celebran la buenaventura de pertenecer a esta tierra.
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