Juez checo que encarceló a cuatro nazis aparece degollado
Autoridades policiales de la República Checa investigan la muerte del juez Miloslav Studnicka, poniendo especial énfasis en determinar si el trágico desenlace del magistrado, de 64 años, tiene vínculos con una condena dictada por este en 2010 contra cuatro miembros de un grupo neonazi que hace algún tiempo atentó contra la vivienda de una familia gitana arrojando un coctel molotov.
Extrañados de que no se incorporara a su trabajo en el Tribunal de Ostrava, sus compañeros del juzgado dieron la alarma. La policía encontró el cadáver del juez en su casa de campo a las afueras de la ciudad.
Miloslav Studnicka apareció degollado y con varias heridas en diferentes partes de su cuerpo.
Hace dos años, Studnicka dictó una sentencia ejemplar posicionándose abiertamente en contra de los racistas perseguidores de la comunidad gitana. Condenó a 20 años de cárcel a los autores del atentado con una bomba incendiaria lanzada al interior de una casa habitada por una familia romaní. Una de las hijas del matrimonio, una niña de solo dos años, sufrió quemaduras en todo su cuerpo, quedando marcada para el resto de su vida.
El juez, de ejemplar comportamiento en su comunidad, no lo dudó y los envió a prisión para que permanecieran en ella durante 20 y 22 años. Hoy la policía no descarta que su muerte esté relacionada directamente con aquella condena. Y hasta el propio ministro de justicia checo, Pavel Blazer, ha dicho que "en caso de que se demuestre que la muerte del juez está vinculada con las sentencias dictadas, esto representaría una tragedia para la justicia" en ese país centroeuropeo.
En una nota que publica el sitio digital Rebelión, el abogado y periodista de origen gitano Juan de Dios Ramírez-Heredia se pregunta: "¿cómo es posible que quepa tanta maldad en el corazón de cualquier persona? ¿Hasta donde puede llegar la ceguera racista de quienes piensan que hay seres humanos inferiores a los que hay que exterminar? ¿Por qué estos monstruos quisieron achicharrar a una niña de dos añitos y a sus padres que ningún daño les habían hecho? ¿Qué borrachera de odio, qué cortina de sangre puede enturbiar la retina de quienes se creen elegidos por la naturaleza para preservar la raza de cualquier impureza? ¿Qué dios del averno ha podido envenenar sus negros corazones para justificar la muerte de un hombre bueno, apacible que solo cumplió con su deber administrando justicia?".
Y termina diciendo: "Por un momento me había olvidado de que no hace tanto tiempo existieron Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno, Majdanek, Sobibor, Treblinca… y tantos otros lugares donde seis millones de personas perdieron la vida sólo por no ser considerados arios".
El rebrote en Europa de la violencia racial, de manifestaciones xenófobas y del culto a símbolos y figuras que parecían desterradas de la Historia por su carga de inhumanidad, resultan suficiente razón para permanecer alertas ante estos fantasmas de aquella que a mitad del pasado siglo el mundo todo convino en llamar la Peste Parda -por el color de los uniformes nazis-, aquellos que condujeron al mundo al Holocausto.
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